1. El arte de encarar los retos
del presente
Batthyány: En el último libro que publicamos juntos tratamos de hacer una especie de «balance» de la logoterapia y del análisis existencial, definiendo muchos y amplios campos temáticos.1 ¡Pero cuánto ha sucedido desde entonces, en el breve plazo de apenas tres años! ¡Cuánto y con qué rapidez se ha tambaleado el mundo que nos rodea! Una pandemia que a nivel mundial ha causado millones de muertes y ha dejado numerosos enfermos crónicos deCOVID persistente, y una guerra a las puertas de Europa, con millones de refugiados, familias destrozadas y padres que han perdido a sus hijos. Al mismo tiempo, los meteorólogos constatan cambios climáticos que en ocasiones son drásticos: el cambio climático es ahora visible y constatable, y ya no solo en registros climáticos a largo plazo, sino a veces incluso en el tiempo que hace cada día.
Sobre nada de esto llegamos a hablar en nuestro último libro. Estábamos corrigiendo las galeradas cuando de pronto se declaró la pandemia, cuyas consecuencias eran todavía imprevisibles (como habría de suceder luego con la guerra en Ucrania). Pero es posible que todo lo que por aquel entonces todavía se estaba gestando proyectara ya su sombra hacia el futuro, y quizá algo de lo que luego habría de sobrevenirnos estuviera por entonces ya en el aire. De hecho, al hojear hoy nuestro último libro, me doy cuenta de cuánto hablábamos en él sobre situaciones humanas liminares y sobre la tríada trágica de sufrimiento, culpa y muerte en los contextos más diversos (que en aquel momento no se nos antojaban tan inmediatos), a pesar de que nosotros dos, como digo, no podíamos saber con qué rapidez y radicalidad habrían de cambiar las circunstancias y las condiciones vitales de tantas personas.
Por ejemplo, ya el primer capítulo de nuestro libro trataba sobre la cuestión de la felicidad y el agradecimiento, y sobre los problemas y peligros inherentes a una conducta consumista y a esa actitud de andar siempre exigiendo: a una mentalidad así le parece que el bien que experimentamos es algo obvio, y por tanto, en realidad, ya ni siquiera lo percibe como tal. En consecuencia, tal mentalidad se desinteresa del posible sufrimiento propio o del sufrimiento real de los demás y ya no les presta atención.
Enlazando con ello, y para hablar desde la perspectiva de mi generación, nosotros hemos crecido en una situación de bienestar y de seguridad sociales que no han tenido parangón en la historia. Cuando mi generación alcanzó la mayoría de edad política, la Guerra Fría y la amenaza nuclear de ambos bloques ya solo se veía por el retrovisor, como una reliquia de tiempos pasados. La caída del Telón de Acero, además de propiciar un enorme auge económico (al menos en Occidente), al que luego se sumaría la revolución digital, nos transmitió a nuestra generación la sensación de que en adelante todo sería siempre mejor. Muchos de nosotros creíamos en el crecimiento, incluso en un crecimiento prácticamente ilimitado. Y, sin embargo, personas con visión de futuro y con perspicacia social, psicológica o filosófica (como por ejemplo Viktor Frankl) nos insistían en que hiciéramos una valoración realista de nuestra situación, por ejemplo, en vista de las catástrofes medioambientales que ya empezaban a presagiarse, de las diferencias entre el norte y el sur, del hambre en el mundo o, más sencillamente, en vista de la estructura fundamental de laconditio humana.
El mundo no es perfecto
Hasta ahora, solo en ocasiones concretas nos habíamos visto sacudidos por acontecimientos y catástrofes extraordinarios, como los atentados del 11 de septiembre de 2001 o los atentados de Niza, París o Berlín. Pero ahora la señal es inequívoca. Ahora, la historia nos ha hecho escarmentar en muy poco tiempo. Entre otras cosas, nos ha enseñado un nuevo realismo, que es justamente aquel realismo en el que siempre se basó el «optimismo trágico» de Frankl, al que también aludía usted al comienzo, profesora Lukas: ver y tomar el mundo como lo que realmente es, sin omitir sus aspectos dolorosos; y al mismo tiempo, no renunciar al optimismo de que «el mundo no es perfecto, pero podemos mejorarlo», y de que en