La Castilla del lebrijano
El que fue seguramente el mayor humanista de la Castilla de entre siglos, ese reino que navegaba el estrecho espacio entre el Medioevo y el Renacimiento, nació en tierras del reino de Sevilla, una antigua taifa andalusí escindida hacía siglos del califato de Córdoba y conquistada por los cristianos castellanos en el siglo XIII. En la comarca sevillana se encontraba la villa de Lebrija, una milenaria ciudad de claros antecedentes romanos, béticos, laNebrissa Veneria latina. Cuando nace Antonio Martínez de Cala (luego conocido como Antonio de Nebrija, 1444-1522), la ciudad llevaba dos siglos siendo cristiana. Su familia no era de raigambre andalusí, ni mozárabe, ni hispano-romana islamizada, ni bereber norteafricana o de cualquier amalgama racial o cultural de la bizarra configuración social de Al-Ándalus en general y de las taifas en particular. Una vez caída Lebrija en poder castellano-leonés, esta rica urbe fue repoblada por los conquistadores septentrionales, entre ellos los Cala, ancestros del que será nuestro protagonista. Lebrija, como localidad sevillana, era, en consecuencia, una urbe castellana, por haber sido Sevilla incorporada a Castilla por derecho de conquista. La familia Cala estaba formada por propietarios agrícolas que tuvieron puestos destacados en el gobierno de la ciudad de Lebrija, e incluso un familiar de nuestro humanista fue canónigo de la catedral de Sevilla.
Lebrija estaba situada cerca de la frontera castellana con el resistente, correoso y potente reino nazarí de Granada. Este reino musulmán había sobrevivido por siglos, a pesar de que Castilla había reducido al mínimo el territorio islámico en el sur hispano, tras la batalla deAl-Iqab o de las Navas de Tolosa en 1212 y la consiguiente debacle de Muhammad al-Nasir, califa de los almohades. Granada, con el Mediterráneo como retaguardia y con gran parte del mundo ismaelita presto a sostenerla ante la presión norteña cristiana, supo jugar sus cartas geopolíticas con destreza. Domesticó, al transformarse en reino vasallo del rey cristiano, el ímpetu expansivo castellano, prosperó en lo económico y se dotó de un poderoso ejército que supo, en correrías y escaramuzas fronterizas endémicas, tomarles el pulso y la medida a las huestes de los señores castellanos de frontera. Lebrija estuvo cerca de esa porosa y, por momentos, violenta marca, cuyo límite, por el lado sevillano, estuvo muchos decenios en la fértil vega de Antequera, laAntiquaria romana. Una linde difícil de defender para los nazaríes, porque la superioridad numérica castellana los ponía en desventaja en el combate a campo abierto. A pesar de ello, Antequera no será conquistada hasta la tardía fecha de 1410. La frontera en la parte occidental del reino de los abencerrajes y los zegríes se estabilizó durante casi 80 años en la barrera natural de la sierra del Torcal. En aquella región en disputa se generaban poemas o romances mestizos de esta guisa que no me sustraigo a la tentación de compartir:
¡Sí, ganada es Antequera!
¡Oxalá Granada fuera!
¡Sí! Me levantara un día
Por mirar bien Antequera;
Vi mora con osadía
Pasear por la ribera.
Sola va, sin compañera,
En garnachas de un contray
Yo le dije: Alá çulay
Çalema me respondiera.
O este otro, a propósito del intento de toma de Baeza por parte del rey granadino Muhammad VII en 1407:
—Moriscos, los mis moriscos, los que ganáis mi soldada,
Derribédesme a Baeza, esa villa torreada,
Y a los viejos y a los niños los traed en cabalgada,
Y a los mozos y varones los meted todos a espada.
Sin embargo, la Lebrija de 1444 no estaba cerca de zona de guerra, de entradas, correrías, secuestros y botines. Estamos frente a una próspera ciudad de un reino, el castellano, en plena expansión.
¿Qué era Castilla y cuál era la situación de Castilla en el último cuarto del siglo XV? Básicamente, era un reino de un tamaño enorme para los parámetros de la época. Un reino rico, con un sistema de ciudades denso, sin una metrópoli dominante, y en consecuencia sin una capital fija de asiento de la Corte. Las ciudades principales en lo económico eran Burgos, Sevilla y Segovia, y las capitales simbólicas y religiosas eran Toledo y Santiago de Compostela. En 1492 se unirían a ellas la ciudad de Granada y suhinterland malagueño y almeriense, con importancia tanto en lo simbólico como en lo económico. A pesar de su fama de tierra de secano, de meseta austera, que ha ido formándose en el imaginario hispano a partir del desarrollo español hacia sus costas en el siglo XX, a pesar de esa imagen de digna decadencia que la generación del 98 instauró sobre Castilla y que l