Un movimiento que tiene una meta
Claro está, y lo sabemos por experiencia, que el ser humano busca siempre superarse y elevarse. Esa impronta se desvela en todas sus facultades: en el sentimiento, en la imaginación, en la inteligencia, en la voluntad, en la acción... La existencia humana está im-
pregnada y aureolada de trascendencia, de un deseo irrefrenable de ser más y mejor, de una constante apertura al otro y a lo nuevo. En el espectro religioso, ese movimiento de autotrascendencia no se circunscribe a la interioridad, no se esfuma en el mundo de las ideas, no se agota en la inestabilidad de los afectos, no se limita al mero altruismo, no se restringe a una normativa moral, no se pierde en la vastedad del universo, ni mucho menos culmina en un vacío ilusorio.
Se trata, más bien, de unadelante o de unarriba hacia el cual el hombre se ve y se siente permanentemente proyectado, de un misterio mayor, de una presencia secreta que brilla y rebrilla en su corazón y en la realidad que le rodea1. En efecto, el hecho de que el punto de partida o el motor de la experiencia espiritual se puede encontrar en la estructura misma del ser humano no nos permite arrinconarla en lapsiqué, ni en la ética o en el compromiso histórico, es decir, en la pura inmanencia despojada de un fundamento sobrenatural pre-existente, externo, distinto y superior.
Dios como horizonte de sentido
No hay duda de que la estructura trascendental de la naturaleza humana cumple una función de primera grandeza. Esta, sin embargo, no es más que una predisposición para acoger a lo que le viene como plena correspondencia a sus anhelos2. En base a eso, no podemos por menos que afirmar que la trascendencia –y por consiguiente la espiritualidad– tiene una meta, una meta que, en realidad, coincide con su fuente originaria. Y esta es también su condición de posibilidad: el misterio que la suscita, que la inspira y que la atrae hacía sí, eltremendum et fascinans, misterio que le comunica vitalidad y finalidad.
De hecho,“la trascendencia sólo aparece como ella misma en el abrirse a aquello hacia lo que se orienta el movimiento del trascender”3. Aunque se revele en el mundo y se autocomunique al hombre, el Absoluto nunca se encastilla en los perímetros de la historia, no se diluye en las realidades mundanas, ni se agota en las experiencias humanas. Y esa es la razón por la cual no pierde jamás su frescura y su jovialidad, su capacidad de atraernos, sorprendernos y encantarnos siempre de nuevo. En palabras de Rahner, el misterio trascendente“es distinto de todo lo demás, porque, como fundamento absoluto de todos los existentes determinados, no puede ser la suma sucesiva de estos muchos particulares”4.
Tengamos, pues, en cuenta que la autotrascendencia, como nivel más elevado de humanidad, posee dos dimensiones que se relacionan entre sí: lahorizontal ohistórica y lavertical ometafísica.
a)La primera consiste en lasuperación de sí mismo, o sea, en la orientación del ser humano hacia las cosas mayores y más profundas en el pensar, en el querer, en el actuar, con miras a su perfeccionamiento o felicidad (dimensión subjetiva) o a la mejora de la sociedad (dimensión social). Se trata, pues, de aquella fascinación que ejerce sobre el ser humano todo lo que es verdadero, justo, bueno, bello, digno, despertando lo que hay de más noble, gratificante y comprometedor en nosotros.
b)La segunda dimensión consiste enelevarse sobre sí mismo, mirando h