IMÁGENES ONÍRICAS Y ENTEOGÉNICAS ¿HAY ALGUIEN AHÍ?
julio glockner
Entre los analistas del fenómeno onírico parece haber un acuerdo en el sentido de que el sueño más estudiado del siglo XX, analizado por Sigmund Freud en 1910, fue el de un niño aristócrata ruso que soñó lo siguiente:
Era un noche de invierno y estaba acostado en mi cama [...] de pronto se abrió sola la ventana y vi con pavor, en el gran nogal que había frente a ella, seis o siete lobos blancos sentados en las ramas [...] sus orejas estaban erguidas como en los perros cuando prestan atención a algo [...] muy angustiado, por miedo a que me comieran los lobos, grité y me desperté.
Un siglo antes el poeta inglés Thomas Coleridge había hecho una interesante observación que retomaría y profundizaría Carl Jung: dijo que durante la vigilia las imágenes que percibimos inspiran sentimientos, mientras que durante el sueño son los sentimientos los que inspiran imágenes. Este comentario fue ilustrado por Borges cuando explicó que si un tigre entrara en una habitación sentiríamos miedo, pero si sentimos miedo en el sueño engendramos un tigre. Sean lobos, tigres o cualquier otra imagen, para el moderno pensamiento occidental “toda obra onírica es esencialmente subjetiva, y el sueño es el teatro donde el propio soñador es el escenario, el actor, el apuntador, el productor, el autor, el público y el crítico”, como dice Jung. La parte de la mente que corresponde al yo espectador-actor se aterra porque otra parte de la misma mente percibe y trama un terrible peligro, en este caso, que la ventana se abra sola y muestre a los lobos amenazadores. He aquí la clave del origen del sufrimiento psíquico que Freud llamó neurosis: el yo humano sufre por causa de un poder superior a él, que sin embargo actúa en su misma mente.
Mientras se sueña nadie puede huir ni tener conciencia de que está soñando. Y aunque pertenezca a una experiencia diferente de la realidad, el miedo al lobo del sueño es de la misma categoría del miedo ante un lobo real (Amara: 2000).
Para la psicología moderna, entonces, el hacedor del sueño es la parte inconsciente del yo, entendiendo el yo como el sujeto biográfico. De modo que a la pregunta por el quién del sueño, tanto como creador como producto, la psicología responde: es el yo inconsciente. ¿Hay alguien ahí? Sí, el inconsciente individual y colectivo, diría Jung. No hay espíritus o dioses en nuestros sueños. Aunque para Jung, el arquetipo delsí mismo se confunde, misteriosamente, con la imagen de Dios como totalidad.
Siguiendo las metáforas de Heráclito, del descenso del espíritu desde su altura ígnea hasta su pesadez acuática, Jung plantea que con el desarrollo de la conciencia y la gradual desaparición de nuestra herencia mitológica, que va anulando la eficacia de los símbolos tradicionales, el espíritu va perdiendo su cualidad ígnea y se precipita, transformándose en agua. En otras palabras, vamos perdiendo capacidad interpretativa de los símbolos a medida que la racionalidad de nuestra conciencia gana terreno.
Los dioses están, pues, para nosotros, modernos-occidentales, liquidados. Pero no hay que confundir esta liquidación con una mera eliminación, pues aunque estén liquidados-licuados, los dioses subsisten en ese medio acuoso, símbolo del inconsciente: es decir, se han hundido en su ocaso bajo nuestra conciencia, pero están ahí. Pues bien, explorando ese territorio inferior de nuestro psique-mundo, Jung vuelve a encontrar a los dioses en forma de factores psíquicos, es decir, como arquetipos del inconsciente colectivo. Dichos arquetipos se presentan aquí no como esencias estáticas predeterminadas, sino más bien como estructuras simbólicas dinámicas e indeterminadas que rigen, desde el “imaginario radical” la determinación y configuración de las imágenes concretas” (Nota del traductor de Jung, Luis Garagalza, p. 9).
La psicología moderna ha establecido que cuando soñamos, cualquiera que sea el papel que desempeñemos en el sueño somos nosotros sus autores, el sueño es nuestro, nosotros inventamos su trama. Esta manera de entender el sueño nos parece razonable y precisa. Sin embargo, en lo que podríamos llamar las sociedades tradicionales, que organizan su vida personal y colectiva en torno a la noción de lo sagrado, no somos “nosotros” los hacedores del sueño o, al menos, no de todos los sueños. Hay sueños especialmente significativos que revelan al individuo un contenido trascendente. Son sueñ