: John Franklin Bardin
: El percherón mortal
: Editorial Impedimenta SL
: 9788419581686
: Impedimenta
: 1
: CHF 11.50
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 224
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB

Reve ar la trama de esta novela es un verdadero crimen. (Guillermo Cabrera Infante). Una de las novelas más adictivas de la historia del noir americano.

«Do tor, creo que estoy volviéndome loco.» Cuando el joven millonario Jacob Blunt se presenta en la consulta del prestigioso doctor George Matthews, psiquiatra de existencia anodina y plácida, la vida de este cambiará de manera dramática. De repente, el respetado psiquiatra se ve arrastrado a un mundo extraño y surrealista donde nada es lo que parece: hibiscos rojos, duendecillos que portan trajes de colores y un percherón atado frente al apartamento de una actriz asesinada. Este rompecabezas convertirá al doctor Matthews en un detective que recorrerá la jungla urbana en busca de recuperar su propia cordura. El percherón mortal es un policiaco único, capaz de llevar al lector a los límites de la psique humana en una vieja Nueva York poblada de bocas de metro, cafeterías nocturnas, ferias de variedades y hospitales psiquiátricos.

n misterio hipnótico. Una historia de terror psicológico. Una maravilla que desafía el género. Un noir seminal en el que perderse de la mano de uno de los grandes maestros del crimen.

CRÍ ICA

«Considero que hay en la novela policial tres escritores originales: Edgar Allan Poe, Dashiell Hammett y John Franklin Bardin.»-Guillermo Cabrera Infante

«Un clásico noir de los años cuarenta que acaba en una pesadilla surrealista.»-Chris Petit,The Guardian

« l asesinato y el caos mantendrán tu atención hasta el final.»-Isaac Anderson,The New York Times Book Review

«Ba din se adelantó a su tiempo. No pertenecía al mundo de Agatha Christie y John Dickson Carr, sino al de Patricia Highsmith.»-Julian Symons

«Una lectura absorbente. como inevitablemente lo son este tipo de relatos, que baraja narrativas y expectativas constantemente. Son historias dentro de historias y, en cualquier momento del libro, es probable que leas algo muy distinto de lo que esperabas treinta páginas antes.»-The Green Capsule



John Franklin Bardin nació en 1916 en Cincinnati, Ohio. Sobrevivió a una infancia terrible en la que su familia cercana fue muriendo a causa de distintas enfermedades. Cuando cumplió treinta años firmó el ingreso en un centro psiquiátrico para su madre, que sufría graves brotes esquizofrénicos y se mudó a la ciudad de Nueva York. Fue absolutamente ignorado por sus contemporáneos hasta que se le empezó a reivindicar en los años 70 desde Reino Unido. Fue autor de la trilogía de novelas El percherón mortal (1946, Impedimenta, 2024), El final de Philip Banter (1947) y Al salir del infierno (1948). Fallecería en 1981 en Nueva York.

1. DINERO

Jacob Blunt era el último paciente del día. Entró en mi consultorio con un hibisco escarlata en su pelo rubio y ensortijado. Se sentó en la silla frente a mi escritorio y me dijo:

—Doctor, creo que estoy volviéndome loco.

Era un joven apuesto y aparentemente sano. Por cierto, no había manifestaciones visibles de neurosis. No parecía nervioso —ni parecía estar reprimiendo una tendencia al nerviosismo—, sus ojos azules miraban a los míos y llevaba el traje limpio. Los rasgos del rostro eran enérgicos, el tórax bien formado y, salvo una ligera cojera, no tenía defectos. Por mi parte, nunca habría pensado que tuviera que estar en mi consultorio, de no haber sido por aquella flor en el cabello.

—Casi todos tenemos ese miedo en algún momento de nuestra vida —le dije—. Durante una crisis emocional, o después de períodos de trabajo excesivo, yo mismo he tenido dudas sobre mi salud mental.

—Los locos imaginan ver cosas, ¿no? —me preguntó—. ¿Cosas que en realidad no existen para cualquier otra persona?

Se había inclinado hacia adelante, como si temiera perderse alguna palabra de mi respuesta.

—Las alucinaciones son un síntoma corriente del trastorno mental —asentí.

—Y cuando uno no solo ve cosas…, sino que además le pasan cosas…, cosas irracionales quiero decir…, eso es tener alucinaciones, ¿no?

—Sí —dije—, una persona mentalmente enferma suele vivir en un mundo imaginario, irreal. Se aparta completamente de la realidad.

Jacob se reclinó hacia atrás y suspiró con alivio:

—¡Ese soy yo! —dijo—. Estoy loco, gracias a Dios. No está pasando en realidad.

Parecía totalmente satisfecho. El rostro se le había relajado en una sonrisa torcida que resultaba simpática. Obviamente, mi información le había aliviado. Lo cual era raro, pues antes nunca me había enfrentado a un neurótico que admitiera su placer ante la pérdida de la razón. Ni había visto a ninguno que hablara sonriendo del tema.

—Una linda flor la que lleva en el pelo —le dije—. Es tropical, ¿no?

Por algún lugar tenía que empezar a averiguar dónde estaba su problema, y la flor era lo único no natural que encontraba en él.

La tocó con la punta de los dedos:

—Sí —dijo—. Es un hibisco. ¡Me dio mucho trabajo conseguirla! Tuve que recorrer media ciudad esta mañana hasta encontrar una floristería que las tuviera.

—¿Tanto le gustan? —le pregunté—. ¿Por qué no una rosa o una gardenia? Son más baratas y seguramente más fáciles de encontrar.

Negó con la cabeza:

—No. A veces las he usado, pero hoy tenía que ser un hibisco. Joe dijo que hoy tenía que ser justamente un hibisco.

Empezaba a dar la impresión de que podía estar loco. Su conversación sonaba a incoherente y se le veía demasiado satisfecho con todo el asunto. Empezó a interesarme.

—¿Quién es Joe? —le pregunté.

Blunt había sacado un cigarrillo de la caja que yo tenía en el escritorio y ahora jugueteaba con el encendedor. Levantó la vista con sorpresa.

—¿Joe? Es uno de mis hombrecitos. El del traje violeta. Me da diez dólares diarios por llevar una flor en el pelo. ¡Solo que se reserva el derecho de elegir la flor, y ahí es donde la cosa se pone difícil! ¡Suele elegir entre las peores!

Me dirigió otra vez su sonrisa torcida. Era casi como si me estuviera diciendo: «Sé que parece tonto, pero así es como me funciona la cabeza. No puedo evitarlo».

—De modo que Joe es el que le da flores, ¿no? —le pregunté—. ¿Hay otros?

—Oh, claro que hay otros. Hago cosas para varios de estos tipos pequeñajos, y eso es lo que me tenía preocupado. Pero creo que usted se ha confundido respecto a Joe. No me da las flores. Yo tengo que salir a comprarlas. Él solo me paga por llevarlas.

—Me ha dicho que hay otros tipos… «tipos pequeñitos». ¿Quiénes son y qué hacen?

—Bien, está Harry —dijo—. Es el que lleva trajes verdes y me paga por silbar en el Carnegie Hall. Y está Eustace…, que lleva impermeable y me paga por repartir monedas.

—¿De usted?

—No, de él. Me da veinte cuartos de dólar por día. Y