: Delis Gamboa Cobiella (selección)
: Antología de cuentos
: RUTH
: 9789592761735
: 1
: CHF 4,40
:
: Anthologien
: Spanish
: 64
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Esta Antología de cuentos está tejida con el íntimo calor de convicción de sus fibras dialógicas. Diálogos con el espíritu, diálogos con la carne; diálogos con la fuerza del espíritu, perfeccionados por la debilidad de la carne. Los cuentos que proponen estos doce miembros del Grupo de Narrativa Hacedor, 'desvelan la veracidad, el carácter humano de los personajes, el dominio del oficio, la intensidad de las historias...'; y recogen, en haz multiforme, el vértigo y la reconciliación de las historias y las imágenes posibles inscritas en mundos paralelos.

DELIS GAMBOA COBIELLA (Seleccionadora) [Guisa, Granma, 1976]. Reside en Jiguaní. Narrador y poeta. Miembro de la Uneac. Fundador del Centro de Formación Literaria 'Onelio Jorge Cardoso'. Tiene publicados El agua en el agua (Ediciones Bayamo, 2002), El ritual de los perros (Ediciones Bayamo, 2004), La rifa (Relato, 2010), Siempre llega el día (Cuento, 2013) y Lo que no te mata (Novela, 2016). Ha obtenido diversos premios y menciones. Antólogo del presente volumen.

Temporal


Hoy Sharón despertó con la pinga tiesa. Tenía los ojos clavados en mí, lo sentía, pero no le di importancia, es solo un negro con una gran torre, un objeto contemplativo, museable, nada más. Desde que anunciaron lo del ciclón lo mantengo así. Me levanto a preparar el desayuno y como está lloviendo él se queda en la cama de remolón. Aprovecho y plancho la ropa que le pondré a Ruby cuando vuelva al Círculo Infantil. Él no sabe qué decirme. Comienza a moverse en la cama, carraspea, siento su mirada fija, sus deseos de verme saltar sobre él y caer ensartada en su torre. No le hago caso, nada peor que dejar a un hombre resoplando con la carabina al hombro.

Si no fuera por lo del ciclón, a esta hora yo estuviera corriendo, por mucho que me apure casi nunca llego temprano al laboratorio, eso a él no le importa, nunca va a importarle. Al principio no podía entender que una hembra como yo se dedicara a trabajar con la sangre de la gente, después tuve que enseñarle que uno se acostumbra a todo, a verlo llegar del mercado con un trozo de carne y tirarlo sobre la mesa, una lata de puré de tomate, una ristra de ajo, y en un rincón lanzar dos bolsas de pienso. Hay que cebarlos rápido, dice. Ahora le ha dado por criar puercos dentro de la casa, es decir, en la parte de atrás, pero la mierda huele como si estuvieran dentro. Él se entiende mejor con ellos que conmigo. Llega y enseguida los bichos se revuelven, comienzan a gruñir, a dar hocicazos contra la tola del corral. No le digo nada. El silencio es mi mejor arma: él lo sabe.

A mí no me gustan los negros, sin embargo, cuando apareció Sharón creí que Jehová me lo había enviado. Los parques tampoco me gustan, me senté en aquel banco porque ya era imposible mantenerme en pie. Tenía un libro en la mano y no podía leer. Estaba retrasada, debía recoger a Ruby en el Círculo. En realidad no quería ir, entre sicklemias, mielomas, leucemias, trombocitos, eritrocitos, leucocitos, pierdo los días buscando enfermedades en la sangre ajena, y sin tiempo de conseguir un maldito centavo con qué alimentar a mi hija. En uno de esos segundos en que planificaba morirme, sentí por primera vez la perturbación de su mirada. Levanté la cabeza, y ahí estaba el negro.

—Rubia, ¿me puedo sentar a tu lado?

—No soy dueña del parque. Por mí, te lo puedes llevar si quieres.

El negro se sonrió, dijo que nunca le habían dado una respuesta tan ocurrente. Creo que también me sonreí, acababa de arrojar contra aquel hombre toda mi rabia, mi impotencia, y a él le parecía ocurrente.

—Disculpa, no quise ser grosera. Me senté aquí a pasar un mal momento.

—Mira tú, así que vine a joder. Soy un intruso.

—No fue eso lo que quise decir.

—Acéptame un refresco y estaremos en paz.

Le dije que no, que acababa de merendar, además no tenía tiempo, debía recoger la niña.

—Está bien. Vamos, recogemos la nenita y nos tomamos el re