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Julio despierta y no. Se siente en un sueño de muñeca rusa, hecho por sueños sucesivos y cada vez más chicos, o más grandes, según de qué lado se mire, pero vacíos de todo lo que no sea otro sueño.
No puede ver nada, pero ya no se asusta, hace tantos días que despierta encapuchado que a veces, cuando abre los ojos en la oscuridad del calabozo, le costaría distinguir la diferencia, si no fuera por la proximidad de su propia respiración viciada y prisionera de la tela áspera, suavizada a fuerza de suspiros, rezos y algún vómito que empuja el miedo.
Pero esta vez no.
Esta vez huele a limpio y a sucio al mismo tiempo.
No es su capucha de los últimos días, sino otra nueva, lavada seguramente por otro prisionero. Reconoce el olor contradictorio del desinfectante que usan para lavar los calabozos y a ellos mismos desde que, según sus cálculos, hace dos meses los sacan una vez por semana, los limpian con una cruel manguera a presión sin importar la temperatura y los hacen frotarse unos a otros con esponjas que raspan, impregnadas en ese mismo olor que ahora respira despacio, mientras intenta recordar la marca de ese desinfectante industrial, pero lo suyo nunca fueron las cosas prácticas, a lo mejor el olor le vuelvede cuando era más chico, de la primera vez que mamá se empeñó en que fuera a un colegio público, hasta que papá impuso su voluntad y al año siguiente volvió a anotarme a uno privado y con uniforme, en el que yo me sentía un impostor que podía repetir los gestos, pero no los pensamientos de esos pichones de clase dominante del futuro; sí, ya pasaron dos meses, está casi seguro, dos meses desde que empezaron a sacarlos al patio una vez por semana,entonces, en total serían tres desde que nos secuestraron, aunque andá a saber si se sigue llamando «secuestro» cuando lo practican los que gobiernan o existe otro nombre técnico y legal; seguro que papá lo conocerá, pero jamás lo pronunciaría; seguro que Marcela también lo sabe, pero mejor no pensar en Marcela.
Tres meses en los que Julio aprendió mucho.
Dos desde que Morales dejó de visitarlo y Rovira prácticamente no lo molesta más que para soplarle el humo del cigarrillo por la ventanita del calabozo o intentar alguna broma sexual referida a Marcela que el militar lanza sin ganas, como si ya no le hiciera gracia su miedo,o ya no existiera una Marcela de la que hablar, y esta gente es capaz de cualquier brutalidad, pero también son muy católicos y Rovira no haría chistes sobre una muerta. O a lo mejor sí. Ahora todo me importa una mierda, se miente Julio.
Una vez por semana los sacan al patio, los desnudan de los pocos harapos que les quedan y los obligan a lavarse mutuamente con ese olor que ahora respira, pero mucho más concentrado, y cuando están secos de sol, o por frotarse con toallas transparentes de tan usadas, les toca limpiar los calabozos de los otros, manguerearlos como si los lavaran de las ideas que los llevaron ahí; fue un teniente el que tuvo la jocosa iniciativa:
—Ya que son tan socialistas, van a limpiar la mierda de sus camaradas y ellos la de ustedes, seguro que Lenin dijo algo parecido.
En cada salida, Julio aprende un poco más sobre las artimañas del prisionero, y en cada resquicio de la orden de silencio impuesto captura un nuevo conocimiento.
Por ejemplo, que ese ritual de limpieza bestial suele ocurrir los miércoles, porque es el día de limpieza general de los cuarteles.
—Le dicen Orden Cerrado —le explicó el tucumano, que no parecía mucho más grande que él pero sí llevar más tiempo ahí.
Fue el único que se animó a hablarle, despacito, casi entre murmullos, y lo primero que Julio le preguntó fue por Marcela y los chicos, y el otro no sabía «porque acá casi nadie tiene nombre, o a lo mejor está en otra área del cuartel, a veces separan a los miembros de las células para poder exprimirlos mejor», le dijo, y Julio se sintió un limón o una mandarina sin nada que exprimir, de plástico, falsificado,y Marcela y los chicos también, apenas éramos pibes pidiendo una boludez bastante justa y no sé por qué pienso en nosotros en pasado o como si ya no tuviéramos futuro,creo que le di pena al tucumano y me adoptó y me tranquilizaba diciendo que si Marcela es de buena familia no le habrá pa sado demasiado, como a mí, que la tendrán en otro cuart