: Raquel Pastor
: La lanza de Izanami
: Chidori Books
: 9788412469264
: 1
: CHF 3.60
:
: Horror
: Spanish
: 192
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Cuando Mukou Shi despierta, no recuerda su nombre y ni siquiera comprende qué hace en medio de los arrozales de Uenohara. Su cuerpo es translúcido y flota en el aire, ya que carece de pies. Pese a la aplastante evidencia, a Mukou le cuesta asimilar su nueva situación: está muerto y se ha convertido en una entidad de ectoplasma, cuyo reto más acuciante será descubrir quién fue en vida y cómo y por qué terminó en tan fantasmagórico estado. Solo tiene tres días para averiguarlo, antes de desaparecer para siempre convertido en viento. Sin embargo, en esta investigación contrarreloj, Mukou no estará solo, pues como compañeros de viaje contará con la inestimable ayuda de un entrañable anciano y una misteriosa beldad rusa, ambos en su misma situación y con quienes comparte un vínculo que también deberán desvelar.

Nacida en 1997 en Alicante, Raquel Pastor ha consagrado su carrera literaria al género de fantasía, thriller y novela romántica, con un estilo directo y conciso, reflejo de sus cualidades como buena oradora y personalidad constante y decidida. Entre sus obras, destacan títulos como 'Magia prohibida' y 'Magia paralela' (autopublicadas en Amazon), 'Un anillo, siete verdades' (Cherry Publishing) y su última novela, 'La lanza de Izanami' (Chidori Books), además de otros relatos publicados en plataformas como Wattpad y Lektu. Su producción literaria ha sido reconocida en concursos organizados por redes sociales y en su haber cuenta con galardones de premios poéticos. Gracias a su carrera científica también ha sido profesora de ciencia para escritores en la Academia de Literatura Juvenil para Escritores.

Capítulo 1


El fin


三つ子の魂百迄も。

Genio y figura hasta la sepultura.

«¡Duele! Ah, no, ¡qué extraño! No siento nada. ¿Qué está pasando? ¿Siempre he sido tan transparente? Bueno, translúcido. Tranquilo, ¡tranquilízate! Será un sueño. Sí, eso es, alguna vez he leído que los sueños pueden ser muy vívidos, así que ahora despertaré… ¡Vaya, parece que floto! Si no fuera una ilusión pasajera producto de mi mente, hasta lo disfrutaría, pero tengo que conseguir despertar. A ver… ¿dónde estoy? ¡En medio de la montaña! Y, encima, no se ve un alma, aunque es normal, teniendo en cuenta que esto es un sueño. Respira, tranquilízate… ¡¿Por qué no respiro?! ¿Dónde está el sonido de mi respiración y el del latido de mi corazón? No recuerdo nada y esto no me está gustando un ápice. ¡Ayuda! ¡Que alguien me despierte, por favor!», pensé en aquellos primeros momentos de estar consciente.

Preso del pánico, comencé a correr o, más bien, a deslizarme por el aire como si fuera una mariposa. Gritaba y lloraba, pero nadie me oía en aquel camino forestal inundado de olor apetricor y hojas de arce caídas. En mi desesperación, acerté a seguir una dirección descendente hasta que llegué a una llanura cubierta de campos de arroz que me resultó extrañamente familiar. Continué mi marcha frenética con el oscuro pensamiento de que no sería capaz de despertar. En aquellos cultivos debía haber alguien a quien pedir ayuda, porque tal vez tuviera una enfermedad que me había convertido en un ser translúcido. De pronto, me topé con un anciano, translúcido como yo. Quizás fuera algo generalizado y yo no era el único en aquella situación. Apenas lo veía desdibujado sobre el paisaje, pero sí lo podía oír con claridad.

—¡Más cuidado, hombre! No es bueno ir tan apresurado, puedes llevarte por delante a un pobre viejo como yo…

—¡Discúlpeme! Menos mal que encuentro a alguien, llevo un buen rato desorientado y no sé qué me pasa. ¡Necesito ayuda! —Traté de agarrar sus brazos, pero mis manos neblinosas lo atravesaron—. ¡Y usted también!

—¿Yo? Estoy perfectamente, joven. A ti tampoco veo que te ocurra nada malo.

—¿Cómo que no? Mírenos, nos atraviesa la luz, no respiro, no oigo mi corazón… Dígame que esto es un sueño.

—Que yo sepa, no. Cuando me desperté antes, yo también me asusté… —El anciano se quedó en silencio mientras contemplaba los cultivos con una sonrisa. Me exasperé y resoplé—. Ah, sigues ahí, joven, ¿de qué hablábamos?

—¡De nuestra situación! ¿Qué nos ocurre? ¿Usted lo sabe?

—Pareces un muchacho inteligente. Estoy seguro de que ya lo has deducido por ti mismo.

La tranquilidad del anciano me desesperaba. Suspiré y miré a nuestro alrededor.

—¡Por ahí viene alguien! —Me ilusioné al ver a un agricultor andando por el camino, quizá demasiado porque, al acercarme a él y hablarle, no reaccionó a ninguno de mis movimientos. Grité, manoteé y revoloteé a su alrededor sin éxito. Abatido, volví junto al anciano con una sospecha—. Esto no tiene ninguna gracia. ¿Por qué no pueden vernos?

—Uno más uno son dos, joven. ¿Has intentado despertar?

—Sí, pero no lo consigo. ¡Este es el peor sueño que he tenido nunca!

—¡Ajá! Entonces, tal vez es la realidad.

—Por eso le decía que debemos ir a que nos vea un médico, ¡estamos haciéndonos invisibles! Y, además, no recuerdo nada. No sé quién soy, ni dónde estoy, ni…

—Cálmate, joven, así no conseguirás nada. Ven, sígueme. Te enseñaré lo que sé.

Alterado, me dejé guiar por el anciano a través de los arrozales. No sentía ni el agua estancada ni las plantas rozar mi piel, ni el viento des