: Ben Mckenzie, Jacob Silverman
: Dinero fácil Las criptomonedas, el capitalismo de casino y la era dorada del fraude
: Ediciones Obelisco
: 9788411721424
: 1
: CHF 15.70
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: Wirtschaft
: Spanish
: 352
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
UN RELATO AMENO Y BIEN DOCUMENTADO DEL ASCENSO Y LA CAÍDA DE LAS CRIPTOMONEDAS ESCRITO POR «UNO DE LOS CRÍTICOS MÁS IMPROBABLES, PERO MÁS DESTACADOS DEL SECTOR DE LAS CRIPTOMONEDAS» (THE WASHINGTON POST). En el apogeo de la pandemia, Ben McKenzie, la estrella de la televisión, era el emblema perfecto para las criptomonedas: un padre encerrado en casa con algo de dinero en el bolsillo, preocupado por su familia, armado sólo con la vaga noción de que la gente estaba ganando carretadas de dinero con algo que él (a pesar de tener un grado en económicas) no entendía por completo. Atraído por unas promesas grandilocuentes yutópicas y, ciertamente, por miedo a perderse algo, McKenzie se sumergió de cabeza en el blockchain (las cadenas de bloques), el bitcoin y las muchas otras monedas y mercados en los que se negocian. Pero después de profundizar en aquel mundo, tuvo que preguntarse: «¿Estoy loco o todo esto no es más que un enorme timo?». En Dinero fácil, McKenzie, con la ayuda del periodista Jacob Silverman, lleva a cabo una aventura de investigación sobre las criptomonedas y su extraordinario crac. Entrelazando historias de agentes de bolsa y víctimas, de visionarios extravagantes de las criptomonedas, de los más fervientes creyentes de Hollywood, de los críticos contrarios a las criptomonedas y de los agentes gubernamentales, Dinero fácil supone una observación sobre el terreno de una tormenta perfecta de irresponsabilidad y fraude delictivo. Basado en un reportaje dado a conocer en Estados Unidos y el extranjero, que incluye entrevistas con Sam Bankman-Fried, Brock Pierve (cofundador de Tether), con Alex Mashinsky, de Celsius, y con más personas, éste es el libro sobre las criptomonedas que habías estado esperando.

BEN MCKENZIE ha sido un personaje habitual en la televisión desde hace más de dos décadas, captando primero al público con la serie The O.C., un fenómeno de la cultura pop. Más recientemente interpretó el papel protagonista en la exitosa serie Gotham (cadena Fox), para la que también dirigió y escribió el guion de algunos capítulos. En 2020 protagonizó Grand Horizons, que recibió una nominación a los Premios Tony como Mejor Obra Nueva. McKenzie se graduó en económicas y asuntos exteriores con una calificación de magna cum laude. JACOB SILVERMAN es un periodista neoyorquino que escribe sobre tecnología, criptomonedas y política. Es autor de Terms of Service: Social Media and the Price of Constant Connection. Sus artículos han aparecido en los periódicos The New York Times, Los Angeles Times, The New Republic, y The Washington Post, además de en muchas otras publicaciones.

CAPÍTULO 2

¿QUÉ PODRÍA SALIR MAL?

«Escribir es apostar».

Margaret Atwood

Era el 13 de agosto de 2021 y estaba sudando mucho más de lo que me hubiera gustado en el exterior de un bar de mi barrio. No era el calor sofocante de esa noche de verano lo que estaba poniéndome nervioso, sino la estupidez de lo que estaba haciendo. Ya sabes cómo van estas cosas: lo que había parecido sensato proponer mediante un mensaje directo en Twitter después de consumir marihuana no lo parecía tanto ahora. Había invitado a un periodista al que no conocía de nada para proponerle escribir un libro que yo no sabía cómo escribir sobre sucesos que todavía no se habían producido. ¿Qué podría ir mal?

Como era de esperar, Jacob Silverman se presentó, aunque media hora tarde. No era culpa suya: le había dado una dirección errónea. Mientras le esperaba en un pub llamado Henry Public, había otro llamado Henry Street Ale House a unas pocas manzanas, y yo le había enviado allí por error. Nuestro encuentro, propio de una comedia romántica, empezaba con un inicio torpe de manual.

Jacob tenía más o menos el aspecto que esperaba gracias a una foto de su cara que había encontrado en Internet: una mezcla de un joven Jack Nicholson ligeramente desaliñado con una pizca de Kiefer Sutherland y una cucharadita de Carl Bernstein. Mientras se acomodaba en su silla, me disculpé profusamente por mi error y me aseguré de conseguirle una cerveza fría.

Resultó que teníamos muchas cosas en común. Ambos éramos hijos de abogados, padres de hijos pequeños y seguidores del equipo de béisbol Los Angeles Dodgers. Jacob formaba parte del personal del periódicoThe NewRepublic, pero estaba planteándose pedir una excedencia por paternidad pronto. Le felicité por su trabajo y, para mi sorpresa, también elogió el mío. Resulta que había crecido en Los Ángeles y que era seguidor de la serieThe O.C. Al final, la charla de cosas sin importancia se fue apagando y Jacob me hizo la pregunta obvia: «¿Por qué estoy aquí?».

Le hablé de mi grado en económicas y de mi interés por los fraudes. Le hablé de mi amigo Dave y sobre nuestra pequeña apuesta de que era inminente el desplome de las criptomonedas, y que sentía que tenía el deber de advertir a los demás antes de que fuera demasiado tarde, y luego le expliqué que quería escribir un libro sobre todo esto.

Jacob se mantuvo en silencio mientras llegaba otra ronda de cervezas, ya fuera porque estaba pensando o planeando huir elegantemente de un actor trastornado con una afición rara durante la pandemia que, de algún modo, le había arrinconado en un bar de barrio para hablar sobre las criptomonedas de entre todas las cosas dejadas de la mano de Dios. «Dios mío –me di cuenta entonces–: Yo era uno de esos tipos».

Sin embargo, profundicé todavía más.

Le confesé que estaba preocupado, pero también enfadado. De hecho, estaba furioso. Si estaba en lo cierto y, efectivamente, las criptomonedas eran el mayor esquema Ponzi de toda la historia, entonces, mucha gente iba a salir perdiendo. Si comprendía bien los aspectos económicos, la industria de las criptomonedas necesitaba tentar a más tipos (inversores minoristas) hacia los casinos para quedarse con su parte y hacer que el timo siguiera adelante. La mayoría de las personas no arriesgarían demasiado y evitarían lo peor, pero otras que se tiraron de cabeza en toda esta locura de las criptomonedas podrían perderlo todo. Se destruirían vidas, y ¿para qué? ¿Para que todos pudiéramos apostar por un dinero de broma? ¿Para que los delincuentes, los estafadores y las empresas de capital de riesgo de Silicon Valley y los fondos de cobertura de Wall Street pudieran salir bien parados a expensas de los trabajadores? ¿Qué es lo que estamos haciendo?

Estamos llegando al punto en el que nosotros, como país, nunca consideramos responsables a los delincuentes de guante blanco ni a los políticos. Me atrevo a decir que puede que sigamos afectados por elshock de 2016. Fuimos estafados por el mayor timador de todos, y nuestro agotamiento colectivo nos estaba cegando con respecto a un fraude obvio y peligroso que se estaba dando en ese preciso momento, en directo en la televisión por cable, en Twitter y en TikTok para que todos lo viéramos.

—Disculpas si esto suena melodramático –le dije–, pero soy padre y me preocupa nuestro país y el mundo que les estamos dejando a nuestros hijos.

Sentado en el bar, seguí hablando sobre cómo la confianza se estaba desintegrando y la gente estaba siendo manipulada. No parecía una coincidencia que en la era de la desinformación desenfrenada el fraude se extendiera como un virus. Había estado muchas noches sin dormir en los últimos cuatro años preocupándome por el estado del mundo y siendo incapaz de hacer nada al respecto. Bueno, por muy loco que pueda sonar, esto es algo que sabía