: Pedro Caldas Hidalgo
: La leyenda del samurái y la mariposa azul
: Ediciones SM
: 9788411824279
: El Barco de Vapor Roja
: 1
: CHF 5.30
:
: Kinderbücher bis 11 Jahre
: Spanish
: 216
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Un samurái, una niña y una mariposa recorren al trote los caminos de Japón. ¿Por qué cabalgan juntos? ¿Adónde se dirigen? ¿Quiénes son los enemigos que los persiguen? Y, sobre todo, ¿cuándo podrán volver a comer bolitas de arroz? Premio Barco de Vapor 2024

Pedro Caldas (Sevilla, 1973) reside en Camas. Es psicólogo y trabaja en una residencia de mayores. Autor, entre otros textos, de Mujer Paloma (primer premio del I Certamen de Poesía Mercedes de Velilla) e Inculto (segundo premio del XVI Certamen de Poesía José Mª de los Santos, 2005), también ha publicado la novela corta Cerca (Ediciones en Huida), de corte fantástico, sobre la inmigración; y fue finalista del premio Internacional de Novela Ciudad de Barbastro en 2015. Confiesa no considerarse escritor de mapa, ni siquiera de brújula, simplemente se siente caer en el desierto y se pone a caminar, y ve cosas en el horizonte y allá que va sin más guía que su curiosidad. Antes de la pandemia, solía escribir en bares porque la gente y el ruido le ayudan a anclar la fantasía a la realidad.  En 2023 obtuvo el premio de literatura infantil El Barco de Vapor por su obra La leyenda del samurái y la mariposa azul . 

3. El hombre malo


Mientras esperaba al samurái en la cima de la colina, mis ojos se posaron en los tejados de madera y paja de una aldea situada en el valle del lado opuesto. Los edificios, grandes y de una sola planta, carecían de las finuras y sutilezas de las casas de la Ciudad Imperial; pero sus volutas de humo anunciando comida calentita me parecieron de una belleza comparable a la del amanecer en el monte Fuji. Alrededor de la aldea se extendían pequeños campos de cultivo de tonos verdes y dorados, y algunos sombreros de paja se movían de acá para allá entre las hojas y espigas. En el horizonte, al término de una vasta llanura violácea azotada por el viento, se alzaba una cadena montañosa de aspecto imponente.

Me giré al oír las pisadas del samurái. El esfuerzo de la subida parecía haberle quitado las ganas de reír, aunque noté que me miraba con fatigada placidez. Busqué a Akari con la mirada, pero supuse que debía de seguir cobijada bajo el kimono del guerrero. Descubrí el motivo cuando noté caer la primera gota en mi rostro. Ahogué un grito de terror.

–¿Qué te ocurre? –dijo el samurái sin dar muestras de alarma.

–¡Me estoy empapando!

–Cuidado, no vayas a ahogarte –suspiró.

–¡Cuidado, no vayas a ahogarte tú con tu cortesía samurái! –dije, y luego añadí–: ¡Nos vemos abajo!

Sin darle tiempo a que se opusiera, me dejé caer al suelo y empecé a rodar pendiente abajo. Vi yerbajos y cielo y piedras y más cielo y más yerbajos y, cuando cobré velocidad, vi formas fugaces difíciles de identificar. Supuse que eran más yerbajos y piedras. Luego cerré los ojos y me pregunté con nerviosismo cuándo terminaría aquello. Fue entonces cuando oí la voz del samurái en mi cabeza: «La coliiina se acaaba cuando se acaaba la ladeera». Curiosamente, aquella tontería me hizo sonreír. Por fin, mi cuerpo se detuvo y abrí los ojos para comprobar que ahora era el mundo entero el que giraba a mi alrededor. Esperé unos momentos antes de incorporarme.

Me encontraba en el límite de una plantación de té. La lluvia empezaba a arreciar, y pude ver cómo los campesinos apuraban el paso para refugiarse en sus hogares. Entonces me percaté de que sus miradas no se dirigían al cielo, sino al samurái que descendía lentamente por la colina con los pies que matan la velocidad, y ya no tuve tan claro de qué huían en realidad. Ajusté el cuello de mi kimono para que la lluvia no se colara por donde no debía y apremié al guerrero a que se diera prisa. Pero, cuando al fin llegó, la lluvia ya caía con fuerza y los aldeanos habían desaparecido de nuestra vista.

–Deber