Prólogo. ¿Hacia el pasado del futuro?
Fredric Jameson comenzaba una de sus obras más conocidas afirmando que «el modo más seguro de comprender el concepto de lo posmoderno es considerarlo como un intento de pensar históricamente el presente en una época que ha olvidado cómo se piensa históricamente». Justo a continuación y para diferenciarlo de la pretensión moderna, añadía que «lo posmoderno busca rupturas, acontecimientos antes que nuevos mundos, el instante revelador tras lo cual nada vuelve a ser lo mismo».1 Aunque siga discutido como concepto y, seguramente, esté cerrado como período que alcanzó su clímax entre las décadas de 1980 y 1990, qué duda cabe que «lo posmoderno» ha marcado las dificultades contemporáneas de articular la comprensión de la temporalidad. Sus efectos son tanto sociales y culturales como políticos y éticos. Convendría volver a asomarse a algunos de los hilos que ayudan a explicar el horizonte de los cambios sísmicos producidos en todas las esferas de la vida intelectual y científica que se aceleraron en el último tercio del sigloXX.
¿Cabe dar por descontado el pretérito, susceptible tan solo de ser reimaginado? Nuestros días consumen desbocados su presente queriendo apresar el futuro, diseñándolo, anticipándolo, viviéndolo. ¿No cabría percibir en la palabra «transhumanismo» el deseo de desembarazarse de esa actualidad que, al acelerarla, parece retrasar la transformación de la crisálida tecnocientífica convertida en una nueva esperanza emancipadora? La llamada crisis de las humanidades, que parecen destinadas en el mejor de los casos a una función auxiliar deaplicación de resultados éticos, testimoniaría también este proceso de Occidente empeñado en dejar de serlo para poder consumar así, paradójicamente, el que considera su destino ilustrado. Para algunos distópico y hasta totalitario, quizá sea también el nuestro el momento del tiempo verbal de una nueva forma de utopía: el futuro perfecto.
El título de este volumen que ahora presentamos,Leer el futuro, contiene la ambivalente cualidad que parece definirnos: agotamiento excitado e ironía abrumada. En política, en pedagogía, en tecnología, también en las creencias, nos esforzamos por dar ya soluciones a los retos que todavía no han llegado y que ni tan siquiera somos capaces de imaginar más que por aproximación. Si es permisible la broma, nuestras lecturas del futuro contienen algo de la inquietud y de la incertidumbre que caracteriza la quiromancia. Se escribenpapers, se redactan informes, se analizan los más diversos escenarios como quien echa las cartas o interpreta el vuelo de las aves. Se fantasea que, cuando llegue el futuro, el presente lohabrá previsto. Hemos pasado del escatológico «ya, pero todavía no» al utópico «todavía no, pero ya». El presente no solo vive volcado hacia el futuro, sino que aspira ahaberlo cumplido.
Aun así y por más que intenta romper amarras, el presente se ve insidiosamente amenazado por el pasado. Como la vejez, el pasado debe ser una y otra vez contenido mediante retoques que permitan a «este» presente juvenil perdurar en la consecución de su futuro. Pero sobre su rostro se siguen grabando, como en un espejo, los enigmas que las huellas de su tiempo han ido modelando. Leer el futuro se convierte también en un ejercicio retroactivo.
El subtítulo de nuestro volumen apunta esta reversibilidad. En ese futuro perfecto tan ansiado están contenidas claves que explican los proyectos y las críticas de los últimos cincuenta años surgidos a raíz de las transformaciones sociales, políticas y culturales de la década de 1960, cuyo epítome cristalizó en el Mayo francés. Es preciso discernir entre nuestras lecturas del futuro el pasado de esas lecturas. Irtras ellas, delineando algunos de sus rasgos idiosincrásicos, es el objetivo de las colaboraciones aquí recogidas.
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Los capítulos de este libro pretenden ofrecer, entre otras posibles, una perspectiva sobre las transformaciones políticas, culturales, sociales y