Capítulo primero
Prolegómenos
La civilización ha escalonado a los hombres en tres grandes líneas… Nos habría resultado fácil colorear estas categorías a la manera de Charles Dupin[1]; pero como el charlatanismo constituiría un contrasentido en una obra de filosofía cristiana, evitaremos mezclar la pintura con los enigmas del álgebra y, al exponer las doctrinas más secretas de la vida elegante, trataremos de ser comprendidos incluso por nuestros antagonistas, la gente que lleva botas de campana.
Pues bien, las tres clases de personas que las costumbres modernas han creado son:
El hombre que trabaja;
El hombre que piensa;
El hombre que no hace nada.
De ahí derivan tres fórmulas de existencia bastante completas para expresar todos los modos de vida, desde la novela poética y vagabunda delbohemio, hasta la historia monótona y somnífera de los reyes constitucionales:
La vida ocupada;
La vida de artista;
La vida elegante.
§ I
Sobre la vida ocupada
El tema de lavida ocupadano conoce variantes. Al trabajar con los diez dedos, el hombre abdica de todo destino; se convierte en un medio y, a pesar de toda nuestra filantropía, tan solo los resultados merecen nuestra admiración. En todas partes el hombre se pasma ante unos montones de piedras, y si se acuerda de los que las amontonaron, es para abrumarlos con su compasión; si bien el arquitecto se le antoja todavía un gran pensador, sus obreros no son más que una especie de tornos y quedan confundidos con las carretillas, las palas y los picos.
¿Es eso una injusticia? No. Semejantes a máquinas de vapor, los hombres enrolados por el trabajo producen todos ellos de la misma manera y no tienen nada de individual. El hombre-instrumento es una especie de cero social, y su mayor número posible no constituirá jamás una suma, a menos que venga precedido por algunas cifras.
Un labrador, un albañil, un soldado, son meros fragmentos uniformes de una misma masa, los segmentos de un mismo círculo, una misma herramienta que solo se disting