: Ángel Moreno de Buenafuente
: Revestidos de perdón Invitados a bodas
: Narcea Ediciones
: 9788427731585
: Libros de Espiritualidad
: 1
: CHF 12.60
:
: Christentum
: Spanish
: 208
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
El autor se hace eco de la decisión de Dios de ofrecer al hombre una alianza que, a lo largo de la revelación, no solo queda formulada como un contrato o pacto, sino que llega a ser un ofrecimiento de relación amorosa. Esta alianza, que atraviesa el texto de las Sagradas Escrituras, culmina en el misterio de la Encarnación, donde Dios se hace hombre, y así el hombre se diviniza. Las llamadas a la vida, a la fe y al seguimiento de Jesús, se reciben como don y regalo, pero al igual que a María, la madre de Jesús se la saluda como 'llenada de gracia' y 'amada de Dios', también cada ser humano experimenta de cierta manera la gracia de forma pasiva. Es posible vivir el proceso espiritual para el que somos elegidos, aunque la persona se sienta tentada y probada, pero también perdonada, levantada, amada, enamorada, habitada y enviada. El perdón es la túnica de fiesta regalada para entrar como invitados al banquete de bodas. La experiencia de amor de Dios no se obtiene por derecho, sino por gratuidad generosa y entrañable de Jesucristo, quien nos ofrece, inmerecidamente, ser del grupo de sus amigos y hasta formar una sola cosa con Él.

Angel Moreno de Buenafuente es sacerdote secular, capellán del Monasterio cisterciense de Buenafuente del Sistal (Guadalajara) y párroco de los pequeños pueblos del entorno. Especialista en Teología de la Vida Espiritual, ha publicado numerosos libros, varios en esta misma colección, relacionados con la vida espiritual desde una dimensión experiencial y contemplativa.


Compadecidos

“Aunque los montes cambiasen
y vacilaran las colinas, no cambiaría mi amor, ni vacilaría mi
alianza de paz dice el Señor que te quiere”
(Isa 54, 10).

“Sellaré con vosotros una alianza perpetua”
(Isa 55, 4).

Eterna
(Jr 32, 40).

Haré con ellos una alianza eterna: yo seré su Dios
y ellos serán mi pueblo
(Bar 2,35).

“Haré con la casa de Israel y la casa de Judá
una alianza nueva”
(Jr 31, 31).

Yo estableceré mi alianza contigo y reconocerás
que yo soy el Señor
(Ez 16, 62).

“El Señor hizo con él una alianza de paz”
(Eclo 45, 24).

La Alianza

Por los textos citados, se comprende el alcance de la voluntad de Dios de ofrecer a su pueblo una alianza perpetua: alianza de paz, eterna y de amor. A la hora de centrar nuestra contemplación en lo que es el corazón de las Sagradas Escrituras, consideramos el eje transversal de toda la Biblia y el hilo conductor de la revelación: la Alianza. Dios desea establecer con el ser humano una amistad como la que mantenía con Moisés, según el libro del Éxodo: “El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con un amigo” (Ex 33, 11). “El objetivo de la vida espiritual es encontrarse con Dios, conocerlo y caminar juntos como lo harían dos amigos” (Janet P. Williams,Un Dios que es siempre más, 23). Y no solo se trata de una relación de amistad, sino de unión.

Esta afirmación siempre nos parece exagerada, pero según la revelación cristiana, Dios se encarna en nuestra naturaleza y la une sin confusión a la suya en su Hijo, el Hijo de María.

La Alianza divina se explicita a lo largo de la Historia Sagrada. Según los distintos contextos culturales, se expresa con diversos lenguajes e imágenes, hasta llegar al momento cumbre, la plenitud del tiempo, en el que Dios se manifiesta enamorado de la humanidad, y Él mismo se hace hombre en su Hijo. El Verbo hecho carne revela una Alianza nueva y eterna. Jesús, según el Cuarto Evangelio, se presenta como novio, tal como lo confiesa el Precursor: “Yo no soy el Mesías, sino que he sido enviado delante de él”. “El que tiene la esposa es el esposo; en cambio, el amigo del esposo, que asiste y lo oye, se alegra con la voz del esposo; pues esta alegría mía está colmada” (Jn 3. 28-29).

San Pablo, cuando habla del matrimonio, lo refiere a Cristo respecto a su Iglesia:

“Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. Es este un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia” (Ef 5, 30-32).

De esta verdad se comprende hasta qué extremo lo que hagamos a un semejante se lo hacemos a Cristo:

“Si odio a mis hermanos, odio a Dios. Si tengo miedo a la gente, le tengo miedo a Dios. Si no tengo amigos, tampoco Dios es mi amigo. Si atropello a quienes me rodean, es a Dios a quien atropello…” (Franz Jalics,Manual de oración, 30).

El creyente cristiano ha tenido que personalizar de alguna manera su pertenencia a Dios. En ta