: Alicia Delibes Liniers
: El suicidio de Occidente La renuncia a la transmisión del saber
: Ediciones Encuentro
: 9788413395173
: Nuevo Ensayo
: 1
: CHF 8.70
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: Sonstiges
: Spanish
: 360
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Desde hace unos años, está cada vez más a la vista que nuestros niños salen de las escuelas con graves deficiencias en comprensión lectora, muchos razonan sin discernimiento y pasan de curso sin haber aprobado. Se les nota aburridos y sin rumbo, buscando sentido en un sistema que dice que la educación de las emociones lo es todo. ¿Qué ha pasado para que los sistemas educativos de los países occidentales, y España con ellos, estén inmersos en el creciente desprecio a la transmisión de los conocimientos en las aulas de sus escuelas e institutos? Alicia Delibes, que conoce como pocos la educación desde la práctica y la gestión política con la experiencia acumulada de más de cincuenta años dedicada a la enseñanza, repasa en El suicidio de Occidente todos los pensadores y las teorías que, en los últimos 250 años, se han dedicado a la educación en Occidente. Explica cómo y quién controla las «líneas de suministro» de los futuros ciudadanos y cuál es la historia y el presente del plan que pretende neutralizar la base de nuestra civilización. Este libro ofrece una imagen clara de cómo poco a poco sucedió la decadencia de la educación occidental -desde Francia hasta los EE.UU., pasando por España; desde personajes como Rousseau hasta el wokismo y la Ley Celaá-, con la esperanza de que los padres, profesores y personas interesadas en la educación entiendan de dónde viene esta crisis y la puedan detectar y afrontar lo antes posible. «Quizá sea ya tarde para impedir la consumación del cataclismo en la enseñanza, pero el diagnóstico que nos ofrece Alicia Delibes resulta tan exacto como claramente expuesto. Comprender no equivale a arreglar, pero consuela lo suyo». -Jon Juaristi

Alicia Delibes Liniers (Madrid, 1950), licenciada en Ciencias Exactas por la Universidad Complutense, comenzó a dar clases de Matemáticas al terminar la carrera, en 1972, cuando aún no se había implantado totalmente la Ley General de Educación de 1970. Trabajó en colegios privados y en el Instituto Ramiro de Maeztu de Madrid. En el curso 76-77 dio clases a hijos de inmigrantes españoles en la Casa de España de Francfort, y en institutos de San Sebastián, Ávila y Madrid. Fue profesora contratada en la Escuela Europea de Luxemburgo durante siete años (1987-1994). En 2003 fue nombrada directora general de Ordenación Académica en la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid y, en 2007, viceconsejera, cargo que mantuvo hasta 2015. En 2017 la destinaron como consejera de Educación en la Delegación de España ante la OCDE y la UNESCO. Desde 2019 y hasta su jubilación fue presidenta del Consejo Escolar de la Comunidad de Madrid. Ha publicado artículos sobre educación en general y, en particular, sobre la enseñanza de las matemáticas. Es autora del libro La Gran estafa. El secuestro del sentido común en la educación (2006).

II. Rousseau y la educación occidental

«Rousseau es el único hombre que, por la elevación de su alma y la grandeza de su carácter, se mostró digno del papel de maestro de la humanidad».

Robespierre

Rousseau, ¿un loco interesante o un santo incomprendido?

«Falso, orgulloso como Satán, ingrato, cruel, hipócrita y malvado (…) Un monstruo que se consideraba como el único ser importante del universo».

Diderot sobre Rousseau

Jean-Jacques Rousseau nació en Ginebra en 1712. Era el segundo hijo de Suzanne Bernard, una mujer que provenía de una familia adinerada, y de Isaac Rousseau, relojero por tradición familiar. A los pocos días de nacer Jean-Jacques, su madre murió de fiebres puerperales. El pequeño fue educado por su padre y una hermana de este. En susConfesiones, Rousseau hablaba con cariño de su padre y de cómo, desde que cumplió los siete años, le invitaba a leer todo cuanto se conservaba de la extensa biblioteca de su madre: «Plutarco, sobre todo, se convirtió en mi lectura favorita». Sobre su hermano mayor, François, al que su padre había enviado a un reformatorio, escribió: «Apenas le veía, casi puedo decir que no le conocía; pero no dejé de amarle tiernamente». De su tía, así como del resto de adultos que le rodearon, recordaba que sólo recibió cariño y cuidados.

Esa paz hogareña fue interrumpida en 1722, cuando Isaac abandonó Ginebra para evitar un conflicto con la justicia. Antes de marcharse encomendó el cuidado de Jean-Jacques a su cuñado, Gabriel Bernard, quien puso en manos de un preceptor su educación, junto a la de su propio hijo. Tras dos años de estudio, Rousseau entró a trabajar de aprendiz con un grabador. Ni el oficio ni el maestro eran de su agrado, así que decidió fugarse mucho antes de que terminara el contrato de aprendizaje que el maestro había firmado con su tío. Abandonó Ginebra el 14 de marzo de 1728, tenía ya más de quince años y estaba decidido a buscarse la vida por su cuenta.

Desde muy joven fue capaz de ganarse el cariño de las mujeres. Su primera benefactora fue Madame de Warens, a la que siempre llamó «Maman» a pesar de que llegó a hacer de ella su amante13. Se encontraron por primera vez cuando el joven Rousseau había huido de Ginebra. Este vivió bajo su techo durante nueve años en los cuales ejerció diversos oficios: grabador, músico, lacayo, seminarista, granjero, preceptor, cajero, escritor e incluso fue secretario privado de un embajador. Tras romper con «Maman» en 1742, marchó a París dispuesto a aprovechar cualquier ocasión para introducirse entre la gente bien que frecuentaba los salones. Inició una fuerte amistad con Denis Diderot, casi de su misma edad y por entonces todavía un desconocido.

La relación de Rousseau con la joven lavandera Thérèse Lavasseur, diez años menor que él, comenzó en 1745. Tuvieron cinco hijos. El primero nació en 1747 y el último en 1751. Todos ellos fueron entregados a la inclusa, hecho por el que, en susConfesiones, trata constantemente de justificarse. Estas justificaciones le ayudaron a conformar su filosofía política en lo referente al Estado. Seguramente, se decía Rousseau, los niños serían más felices en el orfanato que su propio padre lo había sido en el seno de su familia. Además, no hay duda de que el mimo de los padres vuelve débiles a los hijos. Este era el tipo de argumentos que siempre encontraba el gran Rousseau cuando quería acallar su conciencia y convencerse a sí mismo, y a sus lectores, de su buen obrar.

En 1750 la vida del pedagogo ginebrino cambió bruscamente. La Academia de Dijon había convocado un concurso de ensayos con el tema: «Si las ciencias y las artes han contribuido al mejoramiento de las costumbres». Rousseau decidió presentarse con un ensayo que fuera incorrecto social y políticamente. En plena euforia de la Ilustración se le ocurrió defender la tesis del «buen salvaje», que ya Montaigne había utilizado: las ciencias y las artes alejan al hombre de la naturaleza, o sea, de la bondad y de la verdad.

En su ensayo avanzaba la postura que más tarde, en elEmilio, sostendría sobre la educación:

Desde nuestros primeros años una educación insensata adorna nuestro espíritu y corrompe nuestro juicio. Por todas partes veo grandes establecimientos donde, con un elevado coste, se educa a la juventud para enseñarle todo tipo de cosas, excepto sus deberes14.

Rousseau ganó el premio del concurso y con él la fama. De la noche a la mañana se convirtió en un hombre cuya presencia era requerida en los salones más restringidos, donde se daban cita aristócratas e intelectuales. Aquel premio determinó su carrera como intelectual amante de la humanidad y comprometido con la moral y la virtud.

En 1753 marcha a Ginebra, quiere recuperar el estatus de ciudadano y, para ello, se reconvierte al calvinismo (años