ELLEN
La carne sangra, el líquido rojo se escurre entre las fibras del filete de ternera cuando lo pincho con el tenedor. Me esfuerzo por no compararla con la sangre con la que me desperté esta mañana, grandes manchas rojas en las sábanas y en la ropa interior y en los muslos. Mi cuerpo se rebela contra mí, le dije a Simen cuando retiré la sábana mientras él aún estaba en la cama. Ni lo intentes, dice mi cuerpo, te voy a demostrar que cuanta más esperanza tengas, más fuerte te diré que no, ni de coña, dije rápido y en voz baja. No lloré, a diferencia del mes pasado.
El mes pasado, hace exactamente veintinueve días, amanecimos con un cielo cubierto de nubes, lluvia y frío en Oslo.
Los rayos de sol que entraban por la ventana mientras me duchaba esta mañana, el olor del mar y el aroma especiado de la naturaleza que nos rodea en Italia hicieron que la derrota fuera más fácil de llevar. Al fin y al cabo es el cumpleaños de mi padre, le dije a Simen después de limpiarme la sangre y la primera decepción en la ducha. Tengo que hacer como si no pasara nada, así que por qué no reprimirlo. Me dijo que sí, y que disfrutaríamos lo máximo posible de ese día. Me abrazó durante un buen rato y me pareció poder oler la desilusión en su cuello inclinado.
Me solté de su abrazo y salí de la habitación sin mirarle a los ojos. Subí a la cocina y Hedda fue la primera que me miró. Intenté dejar de mirarla, no perder la compostura, porque ella siempre me recuerda lo que me falta. Durante este último año he estado tan furiosa con Hedda que no sabía qué hacer. Me viene de repente, de forma brusca y explosiva, y tengo que alejarme. Es inaceptable. Ni siquiera se lo he dicho a Simen, porque sé lo injusto, mezquino y vergonzoso que es. Hoy le he hecho mermelada, más que nada para hacer rabiar a Liv. He echado demasiada azúcar, que es la cosa que más miedo les da a Liv y a Olaf del mundo. Y por una vez me ha venido bien estar con ella, acariciarle el pelo y la piel, tan suaves, que disfrutara tanto de la mermelada tan exageradamente dulce que había hecho solo para ella.
Comprarme un bolso de cinco mil coronas también me ha ayudado a tener la conciencia ocupada en otra cosa. Y también dejar a Simen solo en casa con mi familia y que se pasara la mañana jugando con Simen y Hedda en la piscina, la salida más fácil, pero aun así. Me ha ayudado pasear por la plaza del casco antiguo y comprar carne y verduras con Liv, me ha ayudado hablar de otras cosas, de la cena, de que papá de verdad cumplía setenta años. Recuerdo que de pequeña pensaba en qué aspecto tendría de viejo, dijo Liv. Cómo sería cuando tuviera setenta años, concretamente, porque entonces sería viejo de verdad. Puede que ni siquiera contara con que fuera a vivir tanto tiempo, prosiguió. Y resulta que está igual que siempre.
Yo no estoy de acuerdo en que papá esté igual que siempre. Se ha convertido en una versión reforzada de sí mismo, una caricatura, de alguna manera, como traté de explicarle a Simen antes del viaje a Italia. Le pasa a la mayoría de la gente, dijo Simen. Al final, lo queramos o no, nos convertimos en una parodia de nosotros mismos. Me pregunto por qué ocurre eso, le dije, si será porque vamos a morir pronto y tenemos que dejar una huella profunda antes de desaparecer, para que quienes se quedan nos recuerden mejor. Simen se echó a reír, no me atrevo a imaginarme cómo