: Gianumberto Accinelli
: Lo que aprendemos de los animales Inventos tecnológicos inspirados en el reino animal
: Ediciones Siruela
: 9788410183155
: Las Tres Edades / Nos Gusta Saber
: 1
: CHF 8,70
:
: Naturwissenschaft, Technik
: Spanish
: 164
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Un interesante y ameno recorrido por la anatomía de catorce animales que han servido de inspiración a la ciencia para crear los inventos más insospechados. A lo largo de la historia, el ser humano fue descubriendo que muchas herramientas y soluciones para mejorar su vida se encontraban más cerca de lo que pensaba. Al observar la naturaleza con atención, comprendió que la clave para resolver sus problemas estaba, ni más ni menos, en la anatomía de algunos seres vivos; solo había que copiar las técnicas o mecanismos que estos habían desarrollado y trasladarlos a objetos o sistemas aptos para las personas. Así surgió la biomímesis, es decir, la ciencia que estudia la naturaleza como fuente de inspiración para desarrollar nuevas tecnologías y resolver algunas de las dificultades que afronta el ser humano. Lo que aprendemos de los animales incluye especies extintas, como el mamut; algunas exóticas y poco conocidas, como la hormiga plateada o la cigarra mágica, pero también nos sorprenderán otras más comunes, como la cucaracha, el mosquito o el murciélago.

Gianumberto Accinelli (Bolonia, 1969), entomólogo apasionado, fundó en 2005 el proyecto Eugea, dedicado a desarrollar programas ecológicos innovadores en los que participan los ciudadanos. Actualmente es profesor en la Universidad Libre de Autobiografía de Anghiari y un activo divulgador científico.



LOMBRICES
,
o cómo limpiar
los campos y el mar


Hace 250 millones de años no es que le fuera precisamente bien a nuestro planeta. Había un número exorbitado de volcanes escupiendo avalanchas de gases sulfurosos y vomitando ríos de lava incandescente. Estos ríos estaban compuestos de ácido clorhídrico, ácido fluorhídrico, óxidos de carbono y otras muchas sustancias de olor nauseabundo. A ellas había que añadir otro gas, completamente inodoro, pero con efectos letales. Esta sustancia, llamadadióxido de carbono, una vez que se mezclaba con el aire no permitía a los rayos de sol (y sigue sin permitírselo) volver al espacio. Básicamente, conserva el calor dentro de nuestra atmósfera.

A decir verdad, normalmente esto es algo positivo, porque gracias al dióxido de carbono la temperatura de nuestro planeta no varía tantísimo o, por lo menos, se mantiene dentro de unos márgenes compatibles con la vida. Pero hace 250 millones de años el borboteo de los volcanes que había en la Tierra era tan intenso que llenó la atmósfera de este gas. El resultado fue un calor insoportable.

Es por eso por lo que el único continente que existía sobre la Tierra, Pangea, estaba prácticamente ocupado por un desierto seco, árido, tórrido y carente de vida.

Pero si los habitantes de Pangea lloraban, los de Pantalasa tampoco es que lo pasaran demasiado bien. Por cierto, Pantalasa era el único océano que rodeaba al único continente.

Pues bien, hace siempre 250 millones de años, el fondo marino sufría frecuentes terremotos que lo volvían del revés, como si de un calcetín se tratara. Así, de las grietas de la corteza emergieron yacimientos de hidratos de metano, los cuales, al entrar en contacto con el agua, reaccionaron liberando cascadas de metano, un gas extremadamente tóxico. Sus burbujas, según iban subiendo a la superficie, iban matando a todos los organismos marinos que encontraban a su paso.

Y no termina aquí la cosa: una vez finalizado su viaje vertical, al entrar en contacto con el aire, estos globos gaseosos explotaron y su contenido se mezcló con los demás gases de la atmósfera, entre ellos el dióxido de carbono. Las dos sustancias, ambas gases invernadero, se aliaron e hicieron aumentar aún más la temperatura terrestre.

En resumen, el clima se volvió cada vez más cálido, los desiertos cada vez más grandes y la vida cada vez más exigua.

¿Terminan aquí las desgracias?

No. Como ocurre cuando comes cerezas, hace 250 millones de años en el mundo, una vez empezaban los problemas ya no podían parar.

Ahora les toca el turno a los dos asteroides que, a pesar de tener todo el espacio infinito para escoger, decidieron estrellarse precisamente contra la Tierra. Uno cayó sobre la actual Australia, mientras que el otro se hizo papilla en el territorio que actualmente ocupa la Antártida. Los dos asteroides destruyeron amplias zonas y liberaron a la atmósfera nuevos gases venenosos.

Así que, si sumamos millones de volcanes en erupción a toneladas de dióxido de carbono y metano en el aire, y a eso añadimos frecuentes terremotos submarinos y dos asteroides en caída libre, obtenemos como resultado final una extinción en masa en toda regla. Una desaparición de vida tan imponente que obtuvo el récord mundial.

Aproximadamente el 95 por ciento de los organismos de entonces no sobrevivieron a aquellas condiciones infernales.

Pero, ojo: justo cuando la llama de la existencia se había reducido