Prólogo
El otro día, iba con prisa y rompí el asa de mi taza de café preferida al golpearla con el fregadero. Esta taza está decorada con delicadas flores de color purpura lo que hace que beber de ella sea algo “perfecto”. Cuando se rompió, pensé: “¡Qué ironía! He roto la taza que más me gusta precisamente cuando estoy escribiendo el prefacio deLa taza de nuestra vida”.
Me enfadé conmigo misma y me entristecí por haberla roto, pero esta experiencia me hizo caer en la cuenta de la vida que se puede esconder en una taza. Esta taza me ha acompañado todas las mañanas después de mi meditación y de escribir mi diario y, a menudo, también en el té de la tarde. Ayer encontré un pegamento fuerte y pegué el mango, pero al mirar la taza esta mañana, las grietas en la parte reparada me recuerdan mis propios defectos que tienden a complicarse mucho.
Una taza puede evocar una conexión profunda con uno mismo como lo aprendí durante los veinte años que han pasado desde que escribí este libro porque aunque disfruté haciéndolo, no confiaba en que sirviera a quienes lo usaran. No estaba segura de que otros encontraran el potencial de crecimiento espiritual que yo encontré en el simbolismo de la taza. Al final resultó que desperdicié mucha energía por esta preocupación.
Durante algún tiempo he recibido innumerables mensajes de personas que cuentan cómo encontrarse con las imágenes de la taza, habían cambiado sus vidas profundamente.
Escuchar estas historias renueva mi creencia en el poder que tienen los símbolos para conectar nuestro ser mundano y con nuestro ser más profundo. En este sentido, podemos encontrar significado e inspiración para vivir más plenamente.
No hace mucho, una de mis lectoras me recordó en una carta un retiro que yo había dado y su comentario me volvió a confirmar cómo se produce este movimiento del exterior al interior de nuestras vidas cuando nos detenemos a orar con un símbolo:
Nos pidió que cada uno trajéramos una taza y que nos presentáramos a los demás compartiendo el significado de esa taza para nosotros. Ese retiro me hizo comprender cómo las experiencias ordinarias de la vida se santifican cuando se ven a través de los ojos de la fe. Al orar con nuestras tazas durante esa semana de retiro, se me abrió un camino de valoración de las cosas sencillas de la vida que me trasladan al hogar sagrado. Vuelvo a este libro una y otra vez durante mis momentos de dificultad o de cambio.
No se trata de que el simbolismo santifique nuestras vidas si no, más bien, de que los símbolos nos inviten a ir más allá de nuestra visión amargada y cansada; nos hagan entrar en la dimensión oculta de nuestra vida y nos ayuden a refrescar nuestra conciencia de lo sagrado. Recientemente, en una conferencia, una mujer mayor cuya familia había sido asesinada en el Holocausto se acercó a mí y con los ojos húmedos, me dijo: “Exactamente, esto es lo que necesito ahora: la taza de la bendición. Ya es hora de que mire más allá de mi dolor y vea lo que hay de valor en mi vida”.
A las personas heridas por la vida y que han experimentado