Lev Vygotsky y otros investigadores vinculados a él desarrollaron una teoría psicológica unificada. El objeto de la misma era relacionar dialécticamente formas de actividad mental biológicamente determinadas y que los seres humanos comparten con otros primates, esto es, los denominados procesos mentales “naturales” o “inferiores”, con formas de dicha actividad mental culturalmente adquiridas y que organizan y regulan tales procesos inferiores en el marco de una psique superior distintivamente humana. La clave para contribuir a desarrollar esa psique humana superior reside en nuestra capacidad para crear y usar signos, capacidad que nos es dada principalmente a través del sistema lingüístico.
Según Vygotsky, al pasar de la infancia a la edad adulta y hacerse más competentes en el manejo de ese sistema, los seres humanos van aprendiendo a utilizarlo no solo para comunicarse con otras personas, sino también para regular, o mediar, su propia actividad intramental. No en vano nuestra psique es el resultado de cómo nos relacionamos y comunicamos dentro de grupos culturalmente definidos y socialmente organizados. De ahí que nuestra actividad mental superior se vea definida por las actividades sociales en que participamos y que van, por ejemplo, desde los juegos de nuestra infancia hasta la profesión que desempeñamos como adultos, pasando por las experiencias de nuestra etapa educativa.
A juicio de Vygotsky, la educación no solo nos permite adquirir conocimientos sobre la realidad (algo que ya hacemos habitualmente), sino que implica un desarrollo (cognitivo) que suele diferir del que se da en la vida cotidiana. En efecto, esta nos aporta un conocimiento basado primordialmente en cómo se presenta la realidad ante nuestros sentidos. Así, el sentido de la vista nos lleva a creer que es el sol el que se mueve a través del cielo, una creencia aceptada durante centurias por la mayoría de culturas, si no por todas ellas. De ello da testimonio el propio lenguaje mediante expresiones destinadas a dar cuenta de dicho movimiento, de acuerdo con las cuales, en español, “el sol sale por el este” y “se pone por el oeste”. No obstante, la ciencia, atenta a desvelar los procesos ocultos que subyacen a la realidad sensible, llegó, tras largos años de controvertidas investigaciones, a la conclusión de que no era el sol el que se movía; era, en cambio, la propia rotación de la Tierra la que provocaba en nuestros sentidos esa falsa impresión.
En ese contexto, la educación se erige en la actividad que hace posible transmitir a los aprendices un conocimiento especializado. Formulado como resultado de investigaciones científicas, dicho conocimiento se ve interiorizado en nuestra psique y, al hacerlo, modifica la forma tanto en que pensamos sobre la realidad como en que participamos de ella.
Vygotsky subraya que toda teoría viable sobre el desarrollo (cognitivo) comporta consecuencias prácticas que se reflejan en la mejora de nuestro modo de pensar y de vivir. En su opinión, a la hora de enjuiciar la validez de una teoría psicológica se impone considerar si esta es capaz de dar razón de la práctica y, en caso contrario, modificarla, por problemática, o descartarla en favor de otra teoría alternativa. De acuerdo con ello, durante su breve existencia (1896-1934) Vygotsky recurrió a la teoría para aliviar el padecimiento de quienes estaban aquejados de trastornos psicológicos o neurológicos, así como para ayudar a aquellas personas a las que estaba vedado el pleno acceso a lo mejor del conocimiento humano (incluyendo el conocimiento científico).
Una de sus máximas vino dada por las repercusiones de su teoría sobre la vida práctica de los individuos y, en concreto, por la mejora de la educación y de la actividad docente, a fin de que el profesorado potenciase al máximo el desarrollo intelectual, emocional y creativo de los aprendices de cara a su vida adulta. A tal efecto, nuestro autor publicó al inicio de su carrera académica un libro tituladoPsicología Educativa, cuya meta era desentrañar las complejidades inherentes a una educación de la mayor calidad posible. Vygotsky insistía en que una educación efectiva no podía limitarse al desarrollo de la capacidad intelectual de los aprendices, sino que debía abarcar la personalidad completa de cada uno de ell