: José Lezama Lima
: Analecta del reloj
: Linkgua
: 9788411267588
: Pensamiento
: 1
: CHF 5.80
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 320
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Analecta del reloj es una colección de ensayos del reconocido poeta y novelista cubano José Lezama Lima, publicada por primera vez en 1953. El título, Analecta del reloj, sugiere una colección de pensamientos o fragmentos, de forma similar a las Analectas de Confucio, de donde se deriva el término «analecta». Este libro, característico del estilo de Lezama Lima, destaca por su prosa barroca y compleja, llena de metáforas y alusiones. Los ensayos que conforman esta colección son: «El secreto de Garcilaso» «Coloquio con Juan Ramón Jiménez» «Julián del Casal» «Sobre Paul Valéry» «La imaginación medioeval de Chesterton» «Las imágenes posibles» «Sierpe de Don Luis de Góngora» «Exámenes» «Entrevistos» «Doctrinal de la anémona» «Parejas infieles» «Muerte de Joyce» «Cumplimiento de Mallarmé (1842-1942)» «Cien años más para Quevedo» «Cautelas de Picasso» «Conocimiento de salvación» «El acto poético y Valéry» «Del aprovechamiento poético» «Calderón y el mundo personaje» «Prosa de circunstancia para Mallarmé» «Montaigne y sus mejores lectores» «Carnaval del rubio glucinio» Estos ensayos exploran conceptos clave del sistema poético de Lezama como la temporalidad, la historia y la experiencia humana, todos vistos a través de la perspectiva única, impregnada de poesía, del autor. La obra de Lezama Lima se ha interpretado a menudo como un esfuerzo por sondear las profundidades de la realidad y la experiencia humana a través del lenguaje y la poesía, y Analecta del reloj no es una excepción. El libro presenta un mundo laberíntico de pensamiento donde el pasado, el presente y el futuro interactúan de formas intrincadas. Analecta del reloj puede verse como una reflexión sobre el propio viaje intelectual de Lezama Lima y su intento de diseccionar la esencia del tiempo, entre otros temas. El autor plantea preguntas provocativas, ofrece perspectivas y conduce al lector hacia una comprensión más profunda de la existencia y la conciencia literaria. A pesar de la complejidad de la obra de Lezama Lima, Analecta del reloj es una lectura apreciada por aquellos que disfrutan de la exploración de conceptos filosóficos complejos y están dispuestos a sumergirse en su prosa densa y alusiva. El libro es un testimonio del poder intelectual del autor y su habilidad para entrelazar filosofía, poesía y prosa de una manera única y evocadora.

José Lezama Lima (La Habana, 19 de diciembre de 1910-9 de agosto de 1976). Cuba. Nació el 19 de diciembre de 1910 en el campamento militar de Columbia, en La Habana, hijo de José María Lezama, coronel de artillería, y de Rosa Lima. En 1920, Lezama entró en el colegio Mimó, donde terminó sus estudios primarios en 1921. Hizo sus estudios de segunda enseñanza en el Instituto de La Habana, y se graduó como bachiller en ciencias y letras en 1928. Un año más tarde estudió Derecho en la Universidad de La Habana. Lezama participó el 30 de septiembre de 1930 en los movimientos estudiantiles contra la dictadura de Gerardo Machado. Y publicó por entonces el ensayo Tiempo negado, en la revista Grafos, en la que al año siguiente se publica su primer poema titulado Poesía. Hacia 1937 fundó la revista Verbum y publicó su libro Muerte de Narciso. En los años siguientes fundó otras tres revistas: Nadie parecía, Espuela de Plata y Orígenes, junto a José Rodríguez Feo. En 1964 Lezama se casó con su secretaria María Luisa Bautista. En 1965 ocupó el cargo de investigador y asesor del Instituto de literatura y lingüística de la Academia de Ciencias. En esa época fue publicada su Antología de la poesía cubana. Su novela Paradiso apareció en 1966, fue considerada una de las obras maestras de la narrativa del siglo XX y calificada por las autoridades cubanas de «pornográfica». Profundo conocedor de Platón, los poetas órficos, los gnósticos, Luis de Góngora y las literaturas culteranas y herméticas, Lezama vivió entregado a la escritura. Murió el 9 de agosto de 1976 a consecuencia de las complicaciones del asma que padecía desde niño.

Coloquio con Juan Ramón Jiménez21


Nota: En las opiniones que José Lezama Lima «me obliga a escribir con su pletórica pluma», hay ideas y palabras que reconozco mías y otras que no. Pero lo que no reconozco mío tiene una calidad que me obliga también a no abandonarlo como ajeno. Además, el diálogo está en algunos momentos fundido, no es del uno ni del otro, sino del espacio y el tiempo medios.

He preferido recoger todo lo que mi amigo me adjudica y hacerlo mío en lo posible, a protestarlo con un no firme, como es necesario hacer a veces con el supuesto escrito ajeno de otros y fáciles dialogadores.

J. R. J.

Nos enamoramos de la piel, contemplamos invariablemente sobre nosotros la misma piel en forma de carta estelar. Piel, mirada y cartografía sideral. Luego resulta que la piel no corresponde al cuerpo, quien debe responder por la piel y por la mirada. La serpiente de cristal prosigue, se persigue; ha quedado la piel, que es entonces sombra, flecha sobre la sombra, muro que se hunde sobre la espalda soplada. La serpiente de cristal está ya en otra piel y nosotros tardamos en convencernos de que la piel anterior es ya un papel, de que el papel cae con la elegancia con que se frunce la hoja. Cuando esperábamos la hoja verde, aparece la hoja eléctrica, la morada, la hoja que crece en las espaldas o en las sienes como una cabellera vista desde debajo del agua, como un racimo de peces girando sobre un cristal fijísimo, eterno. Después, piel, sangre del humo. Una mano fuerte aprieta, estrangula un limón, define una garganta.

Etapas: piel, piel del guante, piel disecada. Serpiente de cristal: el estilo, la manera, la costumbre de la sensibilidad. Un día nos burlamos de lo primero. Vidas multiplicadas por tronos, potestades, demonios y ángeles, no alcanzarían acaso lo segundo, contestar por todos de una vez para quedarse definitivamente en fracaso, en hundimiento, en mutismo.

Picasso dice: «No busco, encuentro.» Juan Ramón Jiménez dice: «No estudio, aprendo.» Aprendieron encontrando, modo también de la serpiente de cristal; saliendo siempre de su piel, sus últimas adquisiciones. Por eso, si buscamos en ellos las distintas maneras que han atravesado, nos perdemos; sorprendemos solo una experiencia sensible aislada. Su legitimidad nos obliga a descubrir en ellos lo más valioso, lo que es en sí curiosa obra de arte, fuerza creacional, riqueza infantil de creación. Para ellos, la manera, el estilo han sido últimas etapas de largas corrientes producidas por organismos vivientes de expresión. Mientras que los más (temed al hombre de una sola experiencia sensible victoriosa) alcanzaron una manera y la degeneraron en manía; una tradición fraccionada, y se apresuraron a convertirla en ley.

Juan Ramón, Picasso. Su fidelidad radica solo en el acoplamiento de la virtud aprehensiva volcada sobre el objeto provocador en el momento en que éste ofrecía el mejor de sus cuerpos, como en la cita final. Su secreto, su primer acercamiento a las claves y a lo eterno, permanecen intactos. Picasso: Roma y África, fauna boreal y urnas cinerarias, barracas de feria y piedras carbonizadas de la era terciaria. Un común denominador: fidelidad, riqueza fabulosa de recuerdos de infancia creadora, absoluta erotización de la adolescencia, serenidad, cita cumplida y firma legible. Juan Ramón Jiménez: resolución en ondas y líneas, como en un pez que resuelve; línea y música atadas. Enterrado oído marino para las abejas malva y oro de la ciudad dórica andaluza. Nardo, paseos a caballo por hierbas húmedas, tierras violetas, revueltas arenas respiradas. Maestro, ¿por qué la rosa y no el clavel? («Porque la rosa es mujer y yo hombre.» J. R. J.) De la rosa, ¿la ausencia o su definitiva teleología de la nieve, su círculo que es anillo? ¿La rosa alzada cuando la rama vuelca su agua con sueño, y se queda lo verde para morir?

Ahora estamos todos con Juan Ramón. Una sala donde es exigible leer fumando, unos sillones academizados dentro de sus rosadas pieles. Biblioteca y salón. Meditación sobre las culturas, como espiral ascendente resuelta en el humo de los cigarrillos. Se leen poesías, se siguen leyendo y la poesía se escapa. Un poco supersticiosos con la leyenda silenciosa de Juan Ramón, él nos avisa varias veces, y la poesía vuelve, prolonga su visita. De pronto, salta una voz intempestiva: «¿Qué opina usted de estos poemas?»

Juan Ramón vacila, luego contesta rápidamente: «Será mejor que opinen ustedes. Como se conocen bien, opinarán más pronto y más preciso.»

Hay otra pausa en la lectura, pausa muy metida ya dentro de la leyenda silenciosa que precede a Juan Ramón. Quien nos dice que si no opinamos sobre los poemas oídos, podemos sin duda hablar de poesía. Hablar de poesía prescindiendo de los poetas, será quizá la única manera de entendernos.

Yo. Deseo hacer algunas preguntas que pueden parecer apresuradas y también ingenuas. En el breve tiempo que lleva usted entre nosotros, ¿no ha percibido ciertos elementos de sensibilidad (cosa que nada tiene que ver con la etapa actual de nuestra lírica ni con lo más visible de nuestra sensibilidad), que nos hagan pensar en la posibilidad del «insularismo»? Deseo hacer constar que formulo la pregunta en una cámara donde flota la poesía, que la pregunta va dirigida a un poeta cuya respuesta siempre fabricaría claridad. La respuesta que pudiera dar un sociólogo o un estadista no nos interesaría ahora.

J. R. J. Si la pregunta no es una «salida», ¿qué extensión le da usted al concepto «insularismo»? Porque si Cuba es una isla, Inglaterra es una isla, Australia es una isla y el planeta en que habitamos es una isla. Y los que viven en islas deben vivir hacia dentro. Además, si se habla de una sensibilidad insular, habría que definirla o, mejor, que adivinarla por contraste. En este caso, ¿frente a qué, oponiéndose a qué otra sensibilidad, se levanta este tema de la sensibilidad diferente de las islas? En poesía, para concretarme a la esencia de todo problema de sensibilidad, no he advertido que el problema del «insularismo» penetre el de la sensibilidad artística hasta darle un tono distinto. Véase, por ejemplo, la gran lírica ingl