PRÓLOGO
Jesús de Nazaret murió clavado en una cruz fuera de los muros de la ciudad de Jerusalén, en una pequeña colina, llamada Gólgota, junto a la puerta de los huertos o de Efraím. El juicio en el que fue condenado, su pasión y muerte están narrados en los cuatro evangelios canónicos, que son nuestras principales fuentes históricas para conocer quién es Jesús. La mayoría de los estudiosos suele fechar la redacción de estas obras cristianas entre la segunda mitad de los años 60 y finales de los 90 de nuestra era; o sea, unos 35-70 años después de los sucesos narrados. Esta fecha tardía, junto a la falta de una sintonía total de los relatos evangélicos, ha llevado a bastantes exegetas a relativizar el valor histórico de los relatos de la pasión, e incluso a poner en cuestión la identificación tradicional de sus autores, que la Iglesia siempre ha reconocido como apóstoles-testigos de los hechos narrados (Mateo y Juan) o al menos como discípulos de aquellos que fueron testigos, de quienes recibieron la información (Marcos y Lucas). Nosotros estamos convencidos no solo de la antigüedad de la historia de la pasión, en sintonía con la mayoría de los estudiosos que suele colocar su redacción a finales de la década de los años 30, sino también de la fiabilidad de las noticias recogidas, ya que proceden de los testigos presenciales, como es fácil deducir del estilo y el contenido de los mismos relatos1.
La antigüedad de los relatos evangélicos donde se narra el prendimiento, el juicio y la condena, el sufrimiento y la muerte de Jesús está avalada por el conocimiento exacto que los autores sagrados manifestaron tener respecto a la situación histórico-social de la Palestina de aquella época y por el carácter semítico de la redacción griega, que obliga a pensar en una formulación, incluso fijada por escrito, en lengua aramea. Según X. Léon-Dufour, las características lingüísticas semíticas apoyan la autenticidad de estos relatos, ya que demuestran que su redacción tuvo lugar en Palestina en las primeras décadas del cristianismo: «La ciencia lingüística resuelve también algunos problemas. Así, difícilmente se puede admitir la afirmación de M. Goguel de que los relatos de la pasión provienen del cristianismo helenístico, pues los semitismos que se detectan en ellos testimonian el medio judeo-cristiano en que fueron elaborados»2.
Estos relatos evangélicos, comparados con los del ministerio público, o con los capítulos iniciales dedicados a la infancia según Mateo y Lucas, tienen unas características especiales. Ante todo, llama la atención que estas narraciones evangélicas tengan una clara unidad y desarrollo temporal progresivo, mientras que el resto de los evangelios son noticias de hechos aislados o palabras pronunciadas en diferentes ocasiones, que a veces se reúnen según la temática. Por otra parte, es llamativa la gran coincidencia que existe entre la historia de la pasión de los evangelios sinópticos, o sea los tres primeros, y la del cuarto evangelio. Durante el ministerio público, el evangelio según Juan destaca por la diversidad de hechos y discursos de Jesús que forman la trama del relato respecto a los otros tres; diferencia que se mantiene en los preámbulos de la pasión, desde la entrada de Jerusalén hasta la Última Cena. Pero a partir del prendimiento de Jesús en Getsemaní, el desarrollo de los acontecimientos es casi idéntico en los cuatro evangelios. Esta semejanza en el orden de narrar y en los acontecimientos señalados es debida en gran parte a la fidelidad de los evangelistas a los hechos acontecidos, como afirma X. Léon-Dufour: «Son los mismos acontecimientos que se transmiten en las cuatro recensiones; pero, si es necesario admitir la dependencia en relación a una misma tradición, no se puede hablar de dependencia literaria mutua inmediata»3. Un rasgo que apoyaría la existencia de una historia primitiva de la pasión es que estos pasajes evangélicos son independientes de los relatos del ministerio público de Jesús, ya que allí no se encuentra mención alguna a la información ofrecida en esos relatos. En dicha historia primitiva, la pasión comenzaría con el prendimiento de Jesús en Getsemaní, como parece sugerir la coincidencia existente entre los evangelios a partir de este suceso; dato que viene confirmado por la formulación del segundo y tercer anuncios de la pasión (Mc 9,31; 10,33; cf. 1Cor 11,23).
Por otra parte, no podemos olvidar que los evangelios se escribieron algunos años después del gran acontecimiento de la resurrección. Por eso, resulta sorprendente que los evangelistas dediquen más espacio a narrar la pasión y muerte de Jesús que su victoriosa resurrección. Hace tiempo M. Kähler, de forma provocadora, consideró los evangelios unos relatos de la pasión con extensas i