I. CRÓNICA DE LA CRISIS
Abril es el mes más cruel; engendra
Lilas de la tierra muerta, mezcla
Memorias y anhelos, remueve
Raíces perezosas con lluvias primaverales
T.S. ELIOT,La tierra baldía
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El avión aterrizó en el aeropuerto de Monterrey pasadas las cuatro de la tarde. Daniel Karam subió a la camioneta en que habían ido a recogerlo y sin dilación se dirigió al encuentro que el sector empresarial neoleonés había organizado para dialogar con él. Por motivos diversos, la relación entre el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y la Cámara de la Industria de Transformación de la entidad se encontraba en esos momentos en una situación delicada y los empresarios habían solicitado una reunión al más alto nivel.
Era el jueves 23 de abril de 2009 y Daniel Karam no cumplía aún dos meses como director general del IMSS. Economista por el ITAM, con una maestría en Administración Pública por la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad Harvard y experiencia en el sector gubernamental por haber trabajado en la Secretaría de Hacienda, haber sido comisionado nacional del Seguro Popular y haber ocupado diversos puestos en el propio instituto, apenas el 3 de marzo de ese año había tomado posesión de su nuevo cargo, al que llegaba con la promesa de abordar los retos de la seguridad social a partir de una visión técnica sin por ello, como él mismo subraya, renunciar a la necesaria sensibilidad social. “Nunca imaginé —comenta— que los retos que me guardaba el destino como servidor público, pondrían a prueba por igual mis habilidades natas y mis destrezas adquiridas.”
A pocos días de cumplir 36 años era, con mucho, el más joven de los diecisiete directores generales que hasta esa fecha había tenido el instituto desde 1943, año de su fundación. El viaje a Monterrey era su primera gira al interior del país y su primertete-à-tete con la clase empresarial, por lo que al deseo de dejar la mejor impresión posible —la mezcla precisa de liderazgo, comprensión y firmeza— se sumaba un ímpetu notable y contagioso.
Una cuadra antes de llegar al hotel, Daniel Karam recibió un mensaje en su teléfono.
—¿Dónde estás? —le preguntaba Aitza Aguilar, la secretaria privada del presidente Felipe Calderón.
—Llegando a Nuevo León —respondió Karam.
—Dice el presidente que te regreses de volada, que urge aquí tu presencia.
—Es el tema de la influenza, ¿verdad?
—Afirmativo.
Daniel Karam llegó a su reunión, subió al estrado, saludó a los presentes, puso cara de circunstancias y acto seguido, sin revelar desde luego el motivo específico y pidiendo una sentida disculpa, informó que se tenía que retirar porque el presidente de la república lo requería en esos momentos. Se despidió de cada uno de los integrantes del presídium, haciendo caso omiso de su patente incomodidad por lo que quizá veían como una nueva descortesía de la clase política, y salió del recinto en una exhalación.
“En mi oficina ya estaban viendo qué vuelo comercial podía tomar de inmediato —recuerda Karam—, considerando el trayecto que tenía que hacer del hotel al aeropuerto, o si iba a ser necesario contratar un vuelo privado que asegurara mi llegada a la ciudad de México de manera perentoria.”
Camino al aeropuerto, el doctor Santiago Echevarría, director médico del instituto, le fue informando telefónicamente, desde Los Pinos, cómo estaba la situación. Le platicó que por la tarde el secretario de Salud, doctor José Ángel Córdova, había recibido unos resultados de laboratorio que confirmaban la presencia de una nueva cepa del virus de la influenza. Le platicó que el doctor Córdova se había dado prisa en informar al presidente y que éste no había dudado en convocar de inmediato al gabinete en pleno y a los dueños de los medios de comunicación. Le platicó que había una notoria agitación en el entorno, que todo el mundo estaba tenso y nervioso. Le precisó que se trataba del virus de influenza A(H1N1), y puntualizó: “De origen porcino.” En esos momentos, Daniel Karam no supo exactamente qué querría decir esto último.
Lo que sí comprendió en el acto fue la dimensión de la emergencia y el ímpetu que lo había acompañado en el trayecto del aeropuerto al hotel, en la dirección contraria se había convertido en un torbellino palpitante, agudo, intenso, donde se juntaban la angustia por estar todavía lejos de donde le demandaba su alto cargo, la preocupación por el importante papel que la institución bajo su mando estaba llamada a desempeñar en la contingencia y el temor ante el nuevo virus y sus posibles devastaciones, un temor a la vez atávico y bien informado.
“La noche del día anterior, miércoles 22 —relata Karam— había asistido a una cena en la que coincidimos las cabezas del sector Salud: estaban el secretario de Salud, el director del ISSSTE, Miguel Ángel Yunes, y yo. El tema con el que iniciamos la charla fue precisamente la preocupación compartida de qué era lo que estaba pasando. Yo traía muy f