2. LA SUMISIÓN FEMENINA, ¿UNA TAUTOLOGÍA?
Cualquiera que desee reflexionar sobre la sumisión de las mujeres debe confrontarse en primer lugar al siguiente problema: dado que la idea de que esta sumisión es natural daña a las mujeres, nos sentimos tentados a desviar la mirada de la sumisión, a decir que no hay sumisión femenina, que se trata de un prejuicio sexista entre tantos otros. Sin embargo, los usos lingüísticos, la cultura clásica como la cultura popular, las representaciones mediáticas, permiten pensar que hay algo de femenino en la sumisión o de sumiso en la feminidad. El hombre sometido es con frecuencia objeto de burla por su falta de virilidad; los modelos clásicos de la feminidad son modelos de sumisión a los hombres.¿Qué es necesario pensar al respecto?
¿LAS MUJERES SON MASOQUISTAS?
Cuando se habla de sumisión, las figuras que nos vienen a la mente son las siguientes: la mujer sumisa, el esclavo, el guerrero vencido. Tanto en el esclavo –casi siempre visto comoun esclavo– como en el guerrero vencido, esta sumisión es el resultado de una coerción física ante la cual no puede nada. No tienen una responsabilidad en la sumisión, salvo, en el guerrero, la de no haber sido lo suficientemente fuerte para no estar obligado a someterse. En la figura de la mujer sumisa, en cambio, la sumisión se muestra como elegida; la mujer es, entonces, responsable. La sumisión es una forma de pasividad consintiente que refleja, o bien la actitud que se espera de una mujer respetable –pensamos en Penélope esperando a Ulises– o bien una forma degradada de la feminidad –contra la que se manifiestan las militantes de Ni putas ni sumisas–. Cuando pensamos la sumisión como un problemamoral, porque se juega una renuncia voluntaria e inmoral a la libertad, la figura-tipo que viene a la mente es una mujer.
Concebir la sumisión como algo típicamente femenino coincide con la idea común de que las mujeres serían naturalmente masoquistas y que el masoquismo explicaría tanto la violencia doméstica y conyugal, como las desigualdades en el mercado de trabajo. La falsedad de tal idea ha sido demostrada en múltiples ocasiones,1 pero se halla tan difundida que resulta interesante ver cómo encuentra sus raíces en la teoría que Sigmund Freud propone del masoquismo. El problema que el masoquismo plantea al psicoanálisis es el de la aparente contradicción que implica el placer que se obtiene del dolor padecido, en particular en el dominio sexual. Este problema no es sólo psicológico –¿es una forma de perversión o de locura sentir placer en el dolor?–, es también lógico. En efecto, placer y dolor son definidos uno en relación con el otro, son contrarios y, en este sentido, el masoquismo aparece como un cuestionamiento del principio de no-contradicción. Si hay placer, entonces, no debería haber dolor, y viceversa. Mientras que el placer tomado del dolor es teóricamente impensable, médicos y psiquiatras constatan, en el terreno práctico, el placer que experimentan algunos de sus pacientes en el dolor y cuando se manifiesta lo atribuyen, sobre todo por el dato de la contradicción, a una forma de perversión. Confrontado a este problema Freud escribió entre 1905 y 1924 tres textos que constituyen el fundamento de la concepción psicoanalítica del masoquismo:2 “Las aberraciones sexuales” (1905), “Pegan a un niño” (1919) y “El problema económico del masoquismo” (1924).
Según Freud, el masoquismo es una derivación, un segundo tiempo del sadismo. En efecto, si consideramos a su manera a la libido, como una forma de instinto de conservación, la tendencia masoquista y sus contenidos destructivos no pueden tener sentido, dado que el masoquismo parece actuar en contra precisa