: Joan-Carles Mèlich
: Ética de la compasión
: Herder Editorial
: 9788425430343
: 1
: CHF 9.60
:
: Religion/Theologie
: Spanish
: 320
: kein Kopierschutz
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
La ética es la respuesta a una interpelación que pone en cuestión el orden moral. Lo que nos convierte en humanos no es la obediencia a un código universal y absoluto sino el reconocimiento de la radical vulnerabilidad de nuestra condición y el hecho de no poder eludir la demanda del dolor del otro. No hay ética porque sepamos qué es el 'bien', sino porque hemos vivido y hemos sido testigos de la experiencia del mal. No hay ética porque uno cumpla con su 'deber', sino porque nuestra respuesta ha sido adecuada al sufrimiento. No hay ética porque seamos 'dignos', porque tengamos dignidad, sino porque somos sensibles a los indignos, a los infrahumanos, a los que no son personas. La ética, pues, a diferencia de la moral, es la respuesta compasiva que damos a 'los heridos' que nos interpelan en los distintos trayectos de nuestra vida, cuando bajamos de 'Jerusalén a Jericó'.

1. INTRODUCCIÓN

«...porque la vida ha comenzado ya mucho antes que uno...»

(Ernst Bloch,El principio esperanza)

No empezamos con las manos vacías. Venimos al mundo pero no estamos solos. Nadie nace solo, nadie puede sobrevivir solo. El universo humano es un universo compartido. Otros están ahí, otros estuvieron ahí. Abandonamos el útero materno y llegamos a un tiempo y un espacio que no hemos escogido y que no controlamos. Somos vulnerables, estamos expuestos a lo imprevisible, a lo indominable, a lo radicalmente extraño. No estamos solos aunque tampoco vivimos en un entorno plenamente cordial y cósmico, porque no podemos exorcizar la presencia inquietante de la finitud. Continua e ineludiblemente nos encontramos amenazados por procesos de caotización: el azar, la soledad, la insatisfacción, la culpa, la nostalgia, el sufrimiento, la muerte. En un universo humano no hay ni puede haber resguardo absoluto o salvación plena. El nuestro es un mundo crepuscular.

Situaciones infernales nos acechan, porque si bien es cierto que existe la posibilidad de habitar humanamente el mundo también nos acompaña siempre la amenaza de «lo inhumano». Y esta es una amenaza radical. Nunca podrá evitarse. Hombres y mujeres no nos encontramos a salvo, ni protegidos por completo. Porque somos «humanos» estamos privados del acceso al paraíso y vivimos expuestos al peligro de que, de repente, el cosmos se convierta en caos.

Elias Canetti daba inicio a su monumental ensayoMasa y poder con estas palabras: «Nada teme el hombre más que ser tocado por lo desconocido». La existencia humana no puede resguardarse de las inquietantes presencias que adopta la finitud. Ese «ser tocado por lo desconocido» del que habla Canetti es una metáfora de la amenaza de lo extraño. Sabemos que jamás podremos dominar a la naturaleza, que no somos inmunes al tiempo, a la voracidad de Cronos. Somos conscientes de que nuestra vida es breve y de que vamos a morir, de que no controlamos las condiciones que nos depara la existencia, de que somos más el resultado de nuestras pasiones que de nuestras acciones, de que llegamos demasiado tarde y de que nos iremos demasiado pronto, de que, como advierte Rilke, «vivimos siempre en despedida». Por eso cada uno, sea quien sea, venga de donde venga, no tiene más remedio que configurar provisionalmente «espacios de protección», frágiles «ámbitos de inmunidad», frente a la irrupción amenazante de lo contingente y de lo imprevisible. Por nuestra condición finita y vulnerable, nos pasamos la vida buscando refugios físicos y simbólicos. Somos seres necesitados de consuelo que andamos a la búsqueda de «cavernas», seres que no podemos sobrevivir si no es resguardándonos, aunque sea de forma frágil, de los peligros y de las trampas que nos tiende el mundo.

Para algunos, a los que llamaré genéricamente «gnósticos», y que ocupan actualmente un lugar rele