«Lo que es, eso fue ya, y lo que fue, eso será».
Eclesiastés 3, 15
Debemos reconocer lo que parece indiscutible: la gente en Occidente es más libre, más acaudalada, más tolerante, más innovadora y feliz que la gente de cualquier otra parte del mundo.1 Pero igualmente es preciso reconocer que, pese a las afirmaciones holísticas acerca de una «excepcionalidad occidental», existe una tremenda diferencia en el bienestar de los individuos que ocupan diferentes regiones del mundo occidental. Toda afirmación de que los occidentales son superiores resulta sorpresiva, insultante y simplemente estúpida tan pronto echamos un vistazo a la larga corriente de la historia. Las explicaciones que abundan en la «excepcionalidad occidental» apoyándose en que existe una cultura superior, unas creencias religiosas superiores o un pueblo superior no soportan siquiera el más pequeño escrutinio. Es más plausible lo que afirman algunos estudiosos, empezando por luminarias tales como el economista escocés Adam Smith y el sociólogo alemán Max Weber, quienes explican que algunos lugares de Europa —Inglaterra, los Países Bajos e incluso, por un tiempo, cabe pensar en la Alemania de Otto von Bismarck— sacaron al resto una cabeza porque adoptaron el capitalismo antes que otros. Sin embargo, esta creencia dista mucho de ser universal: otros, como Karl Marx y Friedrich Engels, argumentaban que el capitalismo condenaba a muchos europeos a la miseria y la revolución, y abogaron por una idea que persuadió a millones de personas en Europa, así como a grandes partidos políticos, como el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), los laboristas ingleses y el gobierno del Frente Popular francés de Léon Blum (1936-1940). A tenor de este punto de vista, la excepcionalidad occidental no arraiga en el capitalismo, sino en su contrario, el socialismo.
Con todo, estos son solamente los argumentos más generales. También hay otros, algo más detallados, que defienden la excepcionalidad. Uno de ellos mantiene que esta provino de las modificaciones del punto de vista que la Iglesia católica mantuvo hacia el matrimonio y la familia, y de la manera en que dichos cambios modificaron las relaciones de parentesco y aumentaron la influencia de la Iglesia.2 Otro argumento destaca que el éxito de Europa se debió a la expansión de la alfabetización que se originó tras la publicación en 14503 de la Biblia llevada a cabo por Johannes Gutenberg, seguida no mucho después por el auge de la Reforma protestante.4 Pero hay, todavía, una tercera idea que cruza transversalmente estas dos: quizá se trató, sin más, de pura y simple suerte. La Europa moderna y su progenie al otro lado del mar podrían haberse originado cuando un italiano, bajo bandera española, atravesó el océano azul en 1492 para darse de bruces con el «Nuevo Mundo» y la oportunidad de sacar provecho de sus cuantiosas riquezas.
Existen, sin duda, muchas más teorías. Yo, a fin de cuentas, no estoy proponiendo un nuevo rompecabezas. Como veremos, los sucesos que tuvieron lugar en los siglosXV yXVI sin duda reforzaron y propagaron el desarrollo de la excepcionalidad europea, pero esos sucesos no pueden ser elbig bang que distanció al continente europeo del resto del mundo, puesto que la excepcional trayectoria en el terreno social, económico y político de Europa ya había sido establecida mucho antes de Gutenberg, de Lutero y del auge de la Alemania protestante. Es posible que contribuyeran igualmente a la extraordinaria evolución de Europa numerosos desarrollos anteriores, pero veremos que resultan del todo superfluos en el camino recorrido desde la miseria de la Europa anterior al sigloXII hasta su «excepcionalidad». Y, lo que es más importante, los argumentos que se apoyan en alguna variante a «los europeos tienen una cultura superior», «los europeos son mucho más aplicados e inteligentes» o «el Dios de Europa y sus religiones están por encima del resto», comprobaremos que son tan infundados como equivocados.
No hay ninguna buena razón para creer que los europeos son inherentemente más inteligentes, genéticamente más creativos o culturalmente superiores a otros pueblos. Cuesta imaginar que británicos, belgas o alemanes sean más inteligentes, más creativos, más tolerantes u obviamente superiores a los egipcios, los peruanos o cualquier otro pueblo. Los egipcios parecían ser un pueblo mucho más capacitado hace cinco mil años que las gentes que vivían en los territorios que hoy llamamos Alemania, o Francia, o Inglaterra. Los fenicios de Tiro, Sidón y Cartago se desempeñaban mucho mejor que los belgas o los británicos hace cuatro mil años, y de hecho mostraron durante cientos de años unas cualidades inmensas tras el derrumbe del Imperio romano. Y no hay motivos para pensar que los belgas o lo