: Luis Rielo Morejón
: Aquel niño que nunca fui
: RUTH
: 9789597268697
: 1
: CHF 6.10
:
: Biographien, Autobiographien
: Spanish
: 220
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Esta es la historia de un niño que en los parajes tan inhóspitos de una ciénaga, no renunció nunca a convertir en realidad una quimera. Y es que al ver una película del cine silente, El Zorro, la valentía y la destreza del personaje ganaron un lugar en su corazón, algo parecido a un amor a primera vista, y un pensamiento se apoderó de él 'cuando sea grande voy a hacer lo mismo, voy a ser artista'. Esa meditación podría pasar, tal vez, como una idea simple para los que ignoran esta historia. El disfrute de este libro es una novela de obstáculos y peripecias de ese gran actor que es Luis Rielo, Malpica, Matías, el Sargento Asin y otros tantos.

Luis Rielo Morejón (Ciénaga de Zapata, 24 de julio de 1933) Su carrera artística la inicia con la obra El cartero del Rey, con Néstor Molina y dirigida por Erick Santa María, en el Teatro Nuestro Tiempo. Ha trabajado con grandes directores en la radio, la televisión y el cine. En la radio: Sol Pinelli, Xiomara Blanco, Oscar Luis López, entre otros. En televisión: Erick Kaupp, Silvano Suárez, Roberto Garriga, Antonio Vázquez Gallo, Jesús Cabrera, Eduardo Moya, Miguel Sanabria y otros. Y en el cine con Manuel Octavio Gómez, Octavio Cortázar, Manolo Pérez, Fernando Pérez... Han sido memorables sus actuaciones en los espacios Aventuras, Horizontes, La novela, Sector 40, Teatro ICR, Tras la huella y muchos más. Ha obtenido el Premio Caricato por su destacada actuación. Es Artista de Mérito y Premio Nacional de Televisión, 2019.

La Habana, así


Ya estaba anocheciendo cuando el tren paró en la estación de Luyanó. Nos bajamos, y con nosotros todos los tarecos que traíamos, entre ellos cuatro chivas para tener asegurada la leche. Fuimos para la casa de la tía Celestina, una hermana de mi papá, que vivía desde hacía mucho tiempo en La Habana. Entré por primera vez en una casa iluminada por electricidad, parecía de día. Después en un camioncito se fueron los tarecos y las chivas con parte de nosotros y en un carro el resto. Era la primera vez que montaba en uno.

Así llegamos a Guasimal, entre Ulacia y Sta Fé, creo que esa era la dirección en Párraga. Esa noche no pude dormir, entre el ruido, la claridad, la gente por la calle conversando y los fotutos de los carros, pasé la primera noche en La Habana. Por la mañana salí al patio porque las chivas estaban berreando, tenían hambre y sed, hacía 24 horas que no comían ni bebían agua. Con una especie de batea que había en el patio les di de beber y se calmaron. Las pobres, nunca las había visto tan desesperadas por el agua.

Párraga todavía era un reparto con pocas casas, había muchos lugares con vegetación, ahí amarrábamos a los animalitos para que comieran y por la noche, de nuevo para la casa. Por suerte ninguna se perdió.

Un viernes llegamos a La Habana y el domingo mi hermano mayor me compró una hoja de billetes de lotería que tenía 10 pedazos, y con mi otro hermano, el que siempre estaba conmigo, salimos a vender billetes. Le dije: “Para no perdernos vamos a guiarnos por la guagua, por donde ella vaya ahí vamos nosotros”, y eso fue lo que hicimos.

Éramos dos guajiritos en La Habana, vendiendo billetes de lotería. Así fuimos caminando hasta Agua Dulce, tiempo después supimos que así se llamaba ese lugar. Caminábamos un tiempo, esperábamos a que parara la guagua, era la ruta 2, así hacíamos para no perdernos. Pero al llegar a La Palma, donde hay un cuchillo, se divide la calle por la que veníamos, sin saberlo nos fuimos por la de la derecha, que era para Calabazar, cuando hicimos la parada para esperar la guagua, esta no pasaba. Le dije a mi hermano: “Vamos a seguir que en cualquier momento nos pasa por el lado”; pero no pasaba y decidimos volver, caminamos hasta el entronque donde las dos carreteras se separan, nos dimos cuenta del error. Habíamos tomado el camino equivocado, tiempo después supimos que ese lugar estaba a unas cuadras de mi casa, que era la distancia que hay desde el fondo de la misma hasta la calzada de Calabazar, ese día solo vendí un pedacito de billete, pero me sentía millonario, me había ganado dos centavos, nada que como dice el dicho,Dios perdona la ignorancia.

Venir para La Habana y ser un guajirito “cerrero”[7] era convertirte en el centro de las burlas, choteo y guapería de los demás muchachos. Un día uno de ellos tenía a mi hermano agarrado por los pies, le daba golpes en la cabeza, contra el suelo. Él era un muchacho mayor que nosotros, al ver aquello y los gritos de mi hermano, me olvidé de mi tamaño, le fui para arriba y empecé a darle puñetazos hasta que lo tumbé al piso. Comenzó a llorar. Mi hermano también le dio sus buenos trompones. Por nuestra manera de trabajar en el campo, nosotros éramos bajitos pero muy fuertes. Un puñetazo nuestro valía por tres de ellos.

Eran muchos y en verdad le teníamos un miedo tremendo. Nosotros íbamos a una escuela nocturna que estaba en la calzada de San Agustín, ellos nos esperaban a que saliéramos y nos caían detrás. A veces esperábamos a que