: Gustavo Adolfo Bécquer
: Juan Cosa
: Leyendas
: Castalia
: 9788497409292
: 1
: CHF 6.30
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 160
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Un valiente militar que se enamora de una estatua; una guerra de templarios zombis que se lleva por delante la ilusión del enamorado; un organista que sigue tocando después de muerto; un diabólico conde, cruel y despiadado, que se burla de la existencia de Dios, o un mago que construye en una noche un castillo que servirá de morada a las brujas son algunos de los temas de las Leyendas recogidas en este volumen. Extraordinarias e inquietantes, las Leyendas de Bécquerestán llenas de belleza, magia y misterio y con ellas, como con el resto de su producción, el autor se manifiesta como un artista completo e intemporal, prosista y poeta a la vez. 'Que lo creas o no, me importa bien poco. Mi abuelo se lo narró a mi padre, mi padre me lo ha referido a mí, y yo lo cuento ahora, siquiera no sea más que por pasar el rato...'

Gustavo Adolfo Bécquer nació en Sevilla en 1836 y falleció en Madrid en 1870. Poeta y narrador, sus creaciones pueden leerse como parte del movimiento romántico de la primera mitad del siglo XIX. Su obra más célebre es Rimas y Leyendas. Si bien en vida gozó de reconocimiento por sus poemas, es tras su muerte que alcanza el prestigio del que goza actualmente. Forman sus Rimas 86 composiciones, de las que 76 fueron publicadas por vez primera en 1871. Las Leyendas, en cambio, fueron publicadas en vida del autor en los periódicos de Madrid El Contemporáneo y La América entre 1858 y 1864. Escribió también Historia de los templos de España (1857), Cartas literarias a una mujer (1860-1861) y Cartas desde mi celda (1864).

EL MONTE DE LAS ÁNIMAS

I

–Atad los perros, tocad las trompas1 para que se reúnan los cazadores, y volvamos a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas.

–¡Tan pronto!

–Si fuera otro día, no se escaparía ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios2, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.

–¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?

–No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia.

Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante distancia.

Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:

–Ese monte que hoy llaman de las Ánimas pertenecía a los Templarios, y también el convento de allí, en la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, y con ello hicieron un notable agravio a sus nobles de Castilla, ya que habrían sabido defenderla solos como solos la habían conquistado.

Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el A coto, a pesar de las severas prohibiciones de los «clérigos con espuelas», como llamaban a sus enemigos.

Se propagó la voz del reto, y nada fue capaz de detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbar. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; pero sí la recordaron tantas madres que arrastraron luto por sus hijos.

Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres; los lobos a quienes se quería exterminar tuvieron un sangriento festín.

Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada