: Antoine Lilti
: La herencia de la Ilustración Ambivalencias de la modernidad
: Gedisa Editorial
: 9788419406460
: 1
: CHF 21.30
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: Regional- und Ländergeschichte
: Spanish
: 480
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
La Ilustración se invoca a menudo en la escena pública como una lucha contra el oscurantismo que solo tenemos que actualizar. Lecturas totalizadoras, y a menudo caricaturescas, la asocian al culto al progreso, al liberalismo político y a un universalismo desencarnado. Sin embargo, como muestra aquí Antoine Lilti, la Ilustración no propuso una doctrina filosófica coherente ni un proyecto político común. Comparando autores emblemáticos con otros menos conocidos, propone restaurar la complejidad histórica de la Ilustración y repensar lo que le debemos: un conjunto de preguntas y problemas, más que un pensamiento sencillo y tranquilizador. La Ilustración aparece así como una respuesta colectiva a la emergencia de la modernidad, cuya ambivalencia configura aún hoy nuestro horizonte. Empezando por las preguntas de Voltaire sobre el comercio colonial y la esclavitud, y terminando con las últimas reflexiones de Michel Foucault, pasando por la crítica poscolonial y los dilemas del filósofo ante lo público, La herencia de la Ilustración ofrece así una imagen profundamente renovada de un movimiento que debemos redescubrir porque nunca deja de sorprendernos.

Antoine Lilti es director de estudios de la EHESS desde 2011. Antiguo alumno de la École normale supérieure, es catedrático y doctor en historia. Además, fue director de la revista Annales, histoire, sciences sociales de 2006 a 2011. Su trabajo se centra en la historia social y cultural del siglo XVIII. Ha publicado dos libros: Le Monde des salons. Sociabilité et mondanité à Paris au XVIIIe siècle (Fayard, 2005) y Figures publiques. L'invention de la célébrité (Fayard, 2014).

Primera parte

Universalismo

Europa ha entrado en una profunda crisis. Insegura de su historia y de su destino, atemorizada por los flujos migratorios a sus puertas, abrumada por las críticas a sus propias instituciones, mira hacia atrás con una mezcla de envidia y asombro a la época en que estaba impulsada por la convicción de su grandeza y superioridad. Desde hace medio siglo, los promotores de la Unión Europea han buscado en vano en la Ilustración un alma histórica suplementaria, una edad de oro del cosmopolitismo europeo que pudiera servir de referencia.46 No se ha hecho nada: el proyecto posnacional de la Europa democrática sigue siendo abstracto, incapaz de suscitar el apoyo de los pueblos. ¿Hay que culpar al irrealismo tecnocrático de las élites, a la persistencia de los nacionalismos o a la nueva situación geopolítica que ha hecho caer a Europa de su posición dominante y la ha privado del sentido de la historia?

La afirmación del destino de Europa se remonta al sigloxviii. El continente existía antes, y hay buenos argumentos para sostener que Europa nació en la Edad Media.47 Sin embargo, la idea de que Europa es el sujeto de su propia historia solo pudo surgir sobre las ruinas del cristianismo. Este era el credo de los intelectuales de la Ilustración. Esta reflexión sobre Europa, sobre su historia, sus leyes, su dinámica interna, fue acompañada de una apertura al mundo, de un frenesí de descubrimientos y conocimientos sin precedentes.

Ciertamente, Europa no esperó a las exploraciones científicas del sigloxviii para descubrir el mundo. Desde la Edad Media mantenía vínculos comerciales con el mundo musulmán e incluso con Asia. Durante el Renacimiento, sus horizontes se ampliaron aún más. Conquistadores y misioneros se esforzaron porabarcar el mundo, desde México hasta Pekín.48 Sin embargo, nada era comparable a la curiosidad intelectual que se desataría en el sigloxviii. Los viajes se multiplicaron y dieron lugar a una inmensa producción científica, a la vez naturalista, geográfica y etnográfica.49 Pensamos, por supuesto, en las grandes exploraciones de La Condamine en Perú, Bougainville y Cook en el Pacífico, Carsten Niebuhr en Arabia, pero también en viajes individuales, como los de Anquetil-­Duperron en la India, James Bruce en las fuentes del Nilo o Volney en Egipto y Siria. Cada vez son más los libros que ofrecen al público curioso un caudal de conocimientos sobre las poblaciones y las culturas lejanas. Incluso Asia, que durante tanto tiempo había sido tan misteriosa, parecía empezar a revelar todos sus secretos. Ya a mediados de siglo, el erudito polígrafo Nicolás Lenglet-­Dufresnoy se maravillaba con los relatos de los misioneros jesuitas: «Puede decirse que hoy tenemos un conocimiento tan detallado y preciso como el que tenemos de Francia o de los estados de Europa».50 En las décadas siguientes, la India también empezó a ser conocida, especialmente tras la conquista británica de Bengala (1759). El siglo terminó con dos acontecimientos importantes. En el sur, la expedición de Alexander von Humboldt por el continente americano (1799-1804) revolucionó los conocimientos naturalistas y geográficos. En el este, la campaña militar de Bonaparte en Egipto (1798-1801) fue acompañada de un intenso trabajo de inventario científico.

Durante mucho tiempo, este prodigioso caudal de conocimientos se atribuyó a los europeos. El universalismo de la Ilustración se justificaba por esta curiosidad científica, tan diferente de las crueldades de la conquista española en América como de los abusos de la colonización en Asia y África en los siglosxix yxx. La Ilustración apareció como el bello siglo de un verdadero humanismo, que per