– CAPÍTULO 1 –
UN CRIMEN EN DIRECTO
Había llovido sin tregua durante toda la noche. Y aquel 25 de noviembre de 2018 amaneció gris, húmedo y nuboso. El otoño en Alcorcón, a una veintena de kilómetros de Madrid, no es precisamente un lugar de ensueño en que las hojas de los árboles caen mansamente y los pájaros revolotean perezosos. La urbe en la que vivían 170.000 almas era un inmenso enjambre de naves industriales, centros comerciales y bloques de hormigón y ladrillo, fruto del desarrollismo desbocado surgido en torno a 1970, en las postrimerías de la dictadura del general Francisco Franco. Ya no era solo una ciudad dormitorio, como lo había sido cincuenta años atrás.
Los boletines de radio y televisión y las webs informativas de aquel domingo llenaron la mañana repitiendo de forma cansina las noticias del día: que el Consejo Europeo había avalado el acuerdo entre la Unión Europea y el Reino Unido para hacer efectivo elbrexit (el abandono de la UE por parte de este Estado); que se había suspendido la mítica final futbolística de la Copa Libertadores entre River Plate y Boca Juniors en Buenos Aires por los graves altercados habidos entre sus aficiones; y que en las próximas horas habría en todo el mundo numerosas manifestaciones y actos conmemorativos del Día Internacional por la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres.
Denisa María Dragan, de diecisiete años, y su novio Iván Medrán, de veinte, no oyeron las noticias. Tal vez tampoco les interesaba mucho lo que ocurriera fuera de sus vidas. Pasaron aquella mañana durmiendo y amándose en un local de la calle de Cuenca, esquina a la de Desmonte, colindante con un barucho, en un barrio anodino de Alcorcón. Era un bajo al que se accedía tras descender una docena de escalones de plaquetas de cemento hasta llegar a dos puertas de chapa metálica de color gris azulado, sin timbre, sin mirilla y sin llamador. Sobre las puertas, clavado en la pared, un letrero con el escudo del Ayuntamiento de Alcorcón, advertía de forma tajante y con evidente solemnidad: «Prohibido jugar a la pelota». Tal vez porque los niños del barrio consideraban que ese era un rincón perfecto para emular a Leo Messi, a Cristiano Ronaldo o a cualquier otro ídolo del balompié. En el esquinazo del inmueble, en un plano más elevado que el resto, habían puesto unas plantas y unas flores a la altura de las ventanas, lo que le confería un aspecto más humano y menos inhóspito. No era el más romántico nido de amor, sino una especie de almacén de herramientas y materiales de construcción del padre de Iván que había sido habilitado como vivienda con un sofá, una cama, un televisor, una cocina, una mesa y unas cuantas sillas.
Denisa, una chica delgadita, de piel muy blanca, de ojos azules y cabello rubio, había nacido el 16 de junio de 2001 en Tulsea, una ciudad rumana a orillas del delta del Danubio. Pero ella lo sabía porque eso era lo que ponía en su tarjeta de residencia y en su pasaporte. Llevaba en España desde su más tierna infancia y probablemente no tuviera ningún recuerdo de su país de origen. Durante los últimos seis meses convivía con Iván, al que muchos colegas llamaban por su apellido (Medrán), tras dejar atrás una relación convulsa y conflictiva con un amigo de este, un tal Mario Tabanera, al que había conocido por Instagram, una de esas redes sociales a las que estaban enganchados los jóvenes y adolescentes en esa edad líquida y fronteriza en la que no son ni niños ni adultos.
La joven pareja se levantó a las dos de la tarde. Poco después Iván aprovechó para ir a cambiar el aceite del motor de su coche y regresó a casa sobre las seis de la tarde. Sin saber muy bien qué hacer, decidieron ir a la hamburguesería McDonald’s del Parque Oeste, un gran complejo comercial que sirve de centro de ocio y de reunión para miles de familias que matan los fines de semana entre comercios de ropa, perfumerías, pizzerías y otros locales impersonales de comida rápida. Un par de horas más tarde, el chico había quedado con unos amigos y dejó a su novia en el local de la calle de Cuenca. Ella tenía frío y no le apetecía seguir deambulando por las calles mojadas sin nada que hacer.
Aburrida, a las 21.26 Denisa marcó en su teléfono móvil el número de teléfono de Silvia Antolín Benítez, tan solo un año mayor que ella, su amiga, su confidente, de la que era inseparable desde que se conocieron en 2017 en los cursos de peluquería y estética del instituto de educación secundaria La Arboleda. Le había costado mucho cruzarse en la vida con alguien así, pero finalmente tenía una persona en la que confiaba y a la que contaba sus problemas, sus sueños, sus anhelos y sus inquietudes. Eran uña y carne.
—Silvia, ¿qué haces que no dices nada? Estoy aburrida, tía… ¿Por qué no te acercas y estamos un rato juntas?
—No, tía… Está lloviendo y no me apetece salir. Paso…
Cortaron la conversación. Pero apenas quince minutos más tarde fue Silvia quien llamó a Denisa,