1.Cómo hemos llegado hasta aquí
Admitir que nuestro hijo nos cae mal no es nada fácil y mucho menos agradable. No obstante, y para ser sinceros, es preciso decir que esta sensación de malestar, incomodidad, cansancio, agotamiento, frustración, desgana, hartura o fastidio que nos provoca, en algún momento u otro, la relación con nuestra criatura –tenga la edad que tenga– es del todo natural; se da con más frecuencia de la que pensamos, pero pocas personas se atreven a manifestarla abiertamente.
Hoy en día, casi más que en otras épocas, es prácticamente tabú exponer con franqueza que sentimos algo distinto a un amor incondicional por nuestros hijos, bien desde el primer momento en el que sabemos que vienen de camino o cuando ya son mayores y viven sus vidas lejos de nosotros. Por esta razón, entre otras, hacemos esfuerzos ingentes por esconder estas emociones, sentimientos y preocupaciones en lo más profundo de nuestro ser y evitamos cualquier comentario sobre ello, incluso –y sobre todo– delante de nuestro círculo más cercano porque sabemos que, probablemente, en lugar de encontrar a alguien que nos escuche, nos calme y nos oriente, encontraremos incomprensión y desaprobación. Paradójicamente, nos guste o no admitirlo, ante esta situación nos enfrentamos a una doble vara de medir: aceptamos que los hijos puedan verbalizar sin problema alguno que sus padres les caen mal, mientras que, cuando son los padres o madres quienes dicen este tipo de cosas los reprobamos, condenamos y juzgamos que el rol paterno o materno les viene grande. Se oyen con demasiada frecuencia y ligereza frases del estilo:
- «Si te cae mal un hijo, el papel de padre te viene grande».
- «Un hijo supone responsabilidad».
- «Como madre, nunca, jamás, me he planteado esa pregunta».
- «¿Cómo puedes sentir esto hacia tu hijo?»
Como persona, como madre y como psicóloga intento no juzgar las emociones y los sentimientos de nadie. Trato de escuchar a quien se dirige a mí y entender los motivos que le han llevado al lugar desde donde me expresa sus dificultades. Uno de los objetivos que persigue este libro es ayudar a romper ese tabú y así normalizar estos sentimientos y pensamientosdesagradables para poder hablar de ellos abiertamente sin juicios ni opiniones sin fundamento. Es desde ahí, desde el no juicio, que podremos tratar de buscar soluciones y no culpables.
Cuánto dolor evitaríamos si, en lugar de encumbrarnos como jueces repartidores de carnés de buenos o malos padres, intentáramos escuchar y acompañar. Cu