Introducción
Escribir un segundo libro es asumir un nivel de responsabilidad estratosférico. Es mucho más difícil que enfrentarse a la tarea de escribir un primer libro.
El primero nace del impulso de la ingenuidad y del desparpajo, libre del «qué dirán», mientras que el segundo es un parto por inducción fracasado que concluye en una cesárea de urgencia. Sin embargo, una vez en las manos, la emoción arrebata cualquier recuerdo del esfuerzo y el dolor atravesado. Nunca he dado a luz; soy hombre y tengo la condena de no poder disfrutar de acaso el milagro más imposible, así que mi dolor fue vicario en los nacimientos de nuestras dos hijas.
¿Por qué tener una segunda hija cuando ya tienes una primera? ¿Por qué afrontar el riesgo y emprender el viaje de escribir un segundo libro cuando ya tienes un primero? La respuesta es la misma en ambas circunstancias, por Amor. Por amor genuino a esa segunda hija, no por darle a la primera una compañera de vida, que también, sino porque tener una segunda hija debe nacer desde el propio amor que ya se le tiene incluso antes de su concepción, sin etiquetas previas. Traer a una segunda hija para que tenga una función respecto a la primera sería una irresponsabilidad e, igualmente, escribir un segundo libro por continuar el vaivén o la dinámica ya iniciada por el primero sería una mentira.
Este segundo libro nace de la necesidad de sacar a la luz pequeñas historias silenciadas que supusieron enormes vivencias y aprendizajes en mi trayectoria profesional. He tenido la suerte y el privilegio de trabajar con un número titánico de familias, y todas y cada una de ellas conformaron un reto a distintos niveles. Pero unos cientos de estas familias me marcaron de por vida, tanto a nivel profesional como personal.
Hay otra cuestión: en esta labor nuestra de atender y ayudar a las personas, el trabajo siempre «te lo llevas a casa», y es que los profesionales «de lo social» quizá mintamos de vez en cuando a nuestros seres queridos con el fin de protegerles de nuestro testimonio de dolores tan atroces. La realidad es que ser espectador en primera fila, más aún, ser actor secundario en las vidas de muchas personas, deja un poso que va cincelando el ánimo y carácter. Trabajar con familias en situaciones complejas y jugar a ser impermeable a las salpicaduras de sus vidas es no querer asumir ambos riesgos, el de sufrir y el de convertirse en mejor persona a través de sus logros y de sus fracasos.
Decía que este segundo libro nace de la necesidad de dar visibilidad y poner nombre a esas familias y circunstancias que de algún modo ayudaron a construir mi «yo» actual. De hecho, han ayudado a que mi actividad laboral sea mejor y, en última instancia, a que mi propia familia sea mejor. ¿Comparado con qué? Comparado con la ficticia desgracia de pensar que no me hubiera dedicado a esto.
A finales de 2005, sin que yo me hubiera empeñado en conseguirlo, me vi despidiéndome de mis alumnas de guitarra de dos colegios de Educación Primaria en Madrid. El principio del año 2005 fue complejo para mí por circunstancias personales y, a la vez, me embarqué en un camino que no sabía ni cuánto iba a durar ni adónde me iba a llevar.
Comencé una etapa profesional que me situó como educador en un centro de internamiento de menores que cumplían medida judicial en régimen cerrado. Aquello marcaría definitivamente mi orientación profesional. Con posterioridad, en 2008 inicié el que sería hasta la fecha mi principal trabajo, porque es el puesto en el que más tiempo he permanecido, en concreto doce años, y que conformaría la base de mi presente y futuro. Durante ese tiempo fui técnico de libertad vigilada en una entidad dependiente de la Agencia para la Reeducación y Reinserción del Menor Infractor, el o