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AGARRA
Sunny y Lechezúcar paseaban de nuevo. A Lechezúcar le gustaba pasear. Ese día transitaban por el mercado oscuro, la parte más turbia de Golpe Leopardo, donde se llevaban a cabo las negociaciones más turbias. Ahí podías comprarchittim con dinero borrego, aunque si la conseguías de esa forma, la moneda leopardo adquiría una pátina reveladora que disminuía su valor.
Ahí podías comprar marihuana superbarata, aunque la marihuana más potente y especial se adquiría a un precio mucho más elevado en la zona general de Golpe Leopardo. Ahí podías comprar todo tipo de polvos juju, oscuros e ilegales, desde Djinn Líquido hasta Aceites Borrables de la Muerte para cautivar y adiestrar almas de los arbustos.
Lechezúcar y Sunny pasaron junto a una mujer que vendía rosas de noche. Una de esas crueles plantas llenas de espinas intentó arañar a Sunny y le tiró las gafas al suelo cuando se acercó demasiado.
—¡Oye! —dijo, apartándose de su alcance—. ¡Madre mía!
Estiró el brazo para recoger las gafas y las inspeccionó en busca de arañazos. Al no ver ninguno, se las puso de nuevo y le dirigió una mirada asesina a la planta.
—Aquí debes cubrirte tú sola las espaldas, Sunny —dijo Lechezúcar, sacudiendo la cabeza—. Venga, alumna, no me avergüences,sha.
—Me estás culpando a mí cuando ha sido ella quién me ha golpeado —protestó Sunny mientras seguían avanzando.
—Aquí la culpa no me interesa. Presta atención. Cuando sangres, sentirás el dolor, pero la planta solo sentirá satisfacción porque es mala sin complejos. —Suspiró—. En fin, mucha gente viene al mercado oscuro para negociar y hacer tratos —explicó mientras pasaban junto a un hombre que vendía unos enormes buitres negros con alas musculosas. Estaban encaramados en una rama gruesa, y el del extremo observó a Sunny como si deseara su muerte para poder comérsela—. Cuando necesites que alguien haga algo por ti que para la mayoría de la gente no es aceptable, ven aquí. Algunas de esas peticiones no son necesariamente malas, malignas o ilegales. Conozco a una erudita que venía porque había un hombre que vendía un aceite que le dejaba el pelo oliendo a flores durante meses, incluso después de lavárselo. No encontró ese aceite en ninguna otra parte. Tengo ciertas teorías sobre su procedencia. Por algo es tan difícil de encontrar. —Rio entre dientes—. Me gusta pasear por aquí de vez en cuando para recordar que todas nuestras facetas son útiles.
—¿Incluso ese tipo de ahí, el que vende seis millones de formas de morir? —preguntó Sunny.
El hombre lucía unas rastas que le colgaban hasta los tobillos, tan ordenadas y perfectas que parecían cables. Su alargada mesa estaba repleta de botellas coloridas de distintas formas y tamaños; muchas con