I
Ahora
Verano de 1726
Ulf Eriksson, príncipe caído en desgracia, mercenario y experto cazador de monstruos (en este orden), no le teme a nada salvo al mar.
Es decir: sí que le teme a otras cosas, porque no tener miedo es privilegio de idiotas o de dioses; pero él no es ni una cosa ni la otra y el océano con sus oscuras profundidades le inquieta más que nada. Por eso, en este mismo instante, Ulf Eriksson trata de convencerse de que si el maldito barco en el que van, elScandia, no se ha hundido en su larga travesía desde Liverpool, ya sería mala suerte que lo hiciera ahora, que están llegando a casa.
—No vamos a naufragar, ¿verdad?
—Espero que no —dice una voz tranquila a su lado. El rostro que la acompaña es más que calmo, es impasible. Los ojos de un azul tormentoso fijos en el horizonte, la mandíbula apretada.
Bjørn.
Ambos son odinianos. La palabra tiene tantos significados según el tono con que se pronuncie que Ulf no es capaz de abarcarla por completo: «odinianos» en América suena a trabajo, a comida en el estómago y a dinero en el morral. «Odinianos» en el sur del viejo continente suele decirse con un deje de desprecio en la voz; dicha así, la palabra suena ajena. En casa, sin embargo, la palabra suena orgullosa.
Una nueva sacudida del barco le hace chocar contra Bjørn y Ulf cierra los ojos un segundo. A medida que se han ido acercando al norte, se han topado cada vez con más bloques de hielo flotando entre las olas. Al principio podían sortearlos o bien embestirlos con la proa metálica delScandia, pero ahora ya son los fragmentos de hielo a la deriva los que arremeten contra ellos.
—Era de esperar que nos encontráramos con un poco de mal tiempo llegando a la costa. —Ulf, al abrir los ojos de nuevo, cree ver algo entre las olas. Un latigazo oscuro. Pero entonces la manaza de Bjørn se le posa en el hombro, y no puede hacer más que apartar la vista de un mar cada vez más embravecido y mirarlo a él. La expresión de Bjørn cambia ligeramente, como si un hábil artista le hubiera añadido unas pocas líneas de preocupación alrededor de los ojos—. En realidad, morirse ahora no tendría ningún sentido —continúa Ulf—. Si fuéramos a morir hoy, todo el tiempo que hemos pasado persiguiendo nuestros destinos habría sido en vano.