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La Apartada
Cierta cálida tarde de junio, dos descubridores encontraron una cafetería de pueblo que había ardido muchos años antes. El mundo de los vivos había pavimentado todo aquel terreno y lo había convertido en un aparcamiento para los coches que iban al banco de al lado, pero en Everlost seguía existiendo la cafetería, cuyos revestimientos cromados relucían al sol de la tarde. Era el único edificio de la ciudad que había cruzado a Everlost, y se había convertido en el hogar de una docena de neoluces.
Los descubridores, un chico y una chica, llegaron a lomos de un caballo. Esto era algo inaudito. Bueno, no exactamente inaudito, pues circulaban historias sobre cierta descubridora que viajaba en el único caballo del que se supiera que había cruzado a Everlost. Se decía que viajaba con un compañero, aunque a él apenas se lo mencionaba en aquellos rumores. Cuando los niños salieron de la cafetería, guardaron las distancias. Mostraban interés, pero al mismo tiempo temían que pudiera ser la descubridora de la que hablaba la leyenda. Las neoluces de la cafetería eran todas de corta edad, y la chica mayor, que se llamaba Dinah, era la jefa. Había muerto a los diez años, y lo que mejor recordaba de sí misma era que tenía un cabello largo y exuberante, que ahora la seguía a todas partes como una suave cola de novia de color ámbar.
Ya hacía un buen rato que los descubridores habían llegado a la ciudad. La llegada de descubridores siempre empezaba en esperanza y terminaba en decepción. Los descubridores no paraban de buscar cosas que hubieran cruzado a Everlost, comerciando y cambiando los objetos que encontraban por cosas de mayor valor. Pero por allí no cruzaba gran cosa. Los descubridores normalmente se despedían con un gesto de desprecio para no volver nunca más.
—Lo siento —les dijo Dinah a los dos mientras se bajaban del caballo—. No tenemos mucho con lo que comerciar. Tan solo esto. —Y les enseñó un cordón de zapato.
El chico se rio.
—¿Cruzó el cordón y no cruzó el zapato con él?
Dinah se encogió de hombros. Se esperaba que hicieran aquel comentario.
—Es todo lo que tenemos. Si te interesa, danos algo a cambio. Si no, te puedes ir. —Dinah miró entonces a la chica, y se atrevió a preguntar lo q