INTRODUCCIÓN
–Parece cosa de misterio ésta; porque, según he oído decir,este libro fue el primero de caballerías que se imprimió en España, y todos los demás han tomado principio y origen deste; y así me parece que, como dogmatizador de una secta tan mala, le debemos sin excusa alguna, condenar al fuego.
–No, señor –dijo el barbero–, que también he oído decir que es el mejor de todos los libros que de este género se han compuesto; y así, como a único en su arte, se debe perdonar.
–Así es verdad –dijo el Cura–, y por esta razón se le otorga la vida por ahora.
Don Quijote,I, cap. VI.
–Quiero, Sancho, que sepas que el famoso Amadís de Gaula fue uno de los más perfectos caballeros andantes. No he dicho bien fue uno: fue el solo, el primero, el único, el señor de todos cuantos hubo en su tiempo en el mundo.
Don Quijote,I, cap. XXV.
La literatura caballeresca, que en España se inicia gloriosamente con elAmadís de Gaula y se cierra de manera definitiva e implacable con elQuijote, llena un ciclo fundamental de la cultura europea. Expresión fantástica de la mentalidad medieval, animó la imaginación de los lectores españoles en los siglosXIV, XV yXVI. Y aun cuando el espíritu del Renacimiento, con las armas nuevas de la razón y de la ciencia experimental, con un mejor conocimiento de la geografía y de la fauna del mundo, con otros ejércitos y otras instituciones, dio con ella por los suelos, persistió como fondo vivo en la sátira del Ariosto y de Cervantes. Nunca murió del todo, y hoy la curiosidad cervantina, la reconstrucción filológica del pasado y el cariño nuevo por los siglos medios de la vida europea han reavivado el interés por aquel mundo y la simpatía por sus héroes.
ElAmadís se salvó siempre de la condena racionalista y moralizadora contra el género. Juan de Valdés, quizá el espíritu más fino de la época de Carlos V, que veía en la afición por los libros de caballerías una prueba de gusto estragado, consideraba elAmadís muy digno de ser leído. Ya se sabe que Cervantes –nada conciliador– lo libró del cruel auto de fe que el cura y el barbero hicieron de los cien libros de caballerías de la biblioteca de Don Quijote.
Condenados por todos, los libros de caballerías no dejaron de leerse. Los leían Carlos V y los caballeros y damas de la corte. Francisco I, prisionero en Madrid, se entretenía con elAmadís y lo hizo traducir al francés, con tanto éxito que durante el reinado de Enrique IV llegó a llamarse laBiblia del rey. «Diez años –vuelve a decir Juan de Valdés–, los mejores de mi vida que gasté en palacios y cortes, no me empleé en ejercicio más virtuoso que en leer estas mentiras, en las cuales tomaba tanto sabor, que me comía las manos tras ellas». Gustaba tanto de leerlos Santa Teresa en su infancia que con su hermano Rodrigo, en pocos meses, compuso uno «con sus aventuras y ficciones». Los leía con deleite en sus mocedades caballerescas Ignacio de Loyola. A pesar de los anatemas de autoridades seglares y eclesiásticas, la Inquisición no los prohibió nunca. Cuando más, una real cédula de 1531, reiterada después, prohibió que se trajesen a América, adonde llegaron, sin embargo, profusamente como mercancía clandestina.
Se leían con fruición en España y en toda Europa. Su influencia se extendió al romancero, a la lírica, al t