: Gertrudis Ortíz Carrero
: La estación encantada
: RUTH
: 9789591025302
: 1
: CHF 4.40
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 142
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
A través de sus memorias, la autora, una maestra makarenko orgullosa de serlo, nos conduce por los caminos que recorrió desde que aprendiera a escribir en el patio de su casa hasta que se graduó de maestra en la capital del país. Minas de Frío, Topes de Collantes, La Habana y Villa Clara, son algunos de los escenarios que transitará la adolescente testaruda y rebelde, amante del paisaje y de los libros, en los años difíciles de la Cuba revolucionaria. Una obra que nos acerca a la formación de los primeros profesores responsables de salvar la enseñanza y colmar las aulas. Entre risas y lágrimas este viaje nos confirma que cada meta conlleva un grado de atrevimiento y voluntad que Tula estuvo dispuesta a pagar desde el instante en que dejó la seguridad de su hogar para fraguar un sueño, desconociendo que se adentraba en una aventura que la precipitaría a la madurez física y espiritual, cuya recompensa sería cristalizar el credo de su vida: ser educadora. Su narrativa ligera, matizada con un diálogo ocurrente y una prosa que se torna poesía en los momentos sublimes, convierten esta novela en un testimonio memorable.

Gertrudis Ortiz Carrero (Mayajigua, Sancti Spíritus, 1951). Escritora, narradora oral y pedagoga. Ha publicado, entre otros títulos, las colecciones de cuentos Estoy despierta (1991) y Ofelia del aire (2001); y el volumen de ensayo crítico Cuatro estaciones a la carta, las entradas gastronómicas en las novelas de Leonardo Padura (2014). Cuentos suyos se han editado en antologías de Cuba, Suecia, Barcelona y Brasil. Sus trabajos de crítica literaria y de arte han aparecido en diferentes publicaciones especializadas. En el 2015 obtuvo el Juglar, Premio Nacional de Narración Oral, y, en el 2018, el Premio Juglar Honorífico de la UNEAC.

I

¿Podrías decirme cómo crecer
o es algo inefable como la brujería?

Emily Dickinson

«Yo conocí un caballo que se alimentaba de jardines…».1 Así empieza un hermoso cuento del escritor venezolano Aquiles Nazoa, que extasiada oí narrar hace mucho tiempo. El cuento deriva en una muchacha que se enamora de un chico que va a la guerra y muere de una herida de bala, y «por donde sale la sangre comienzan a brotar flores». Al final el escritor da vuelta a la noria al poner de nuevo el caballo como protagonista de la historia, que es como el cuento de nunca acabar.

¿Amor? ¿Humor? ¿Lirismo? Para mí, muy de veras, es una clase bien impartida de alguna manera, sí, una clase; y Aquiles Nazoa, un maestro avezado que sabe conmover a su auditorio, desde la hermosura de las palabras y el humanismo de la historia. Después vendrían los vocablos nuevos, la reproducción desde el entendimiento, la emoción, el lugar geográfico, el deber para la casa; pero sobre todo no olvidar.

Creo que he dicho lo que en mi criterio es el lema fundamental, la base de la educación, del magisterio; es decir, hablar, actuar, conmover con palabras y procedimientos que no se olviden. Enseñar es conmover.

Todavía hoy —y mira que ha llovido, como diría un buen guajiro—, todavía hoy está fresco en mi memoria el día en que mi madre me llevó con ella al lado de la batea en el patio, debajo de la mata de cerezas, evitando que deambulara sola por la casa. Era su día de lavar y quería tranquilidad, yo cerca de sus ojos. Me sentó y puso sobre mis rodillas una tabla, encima un papel y un lápiz. ¡Dios la bendiga! Esa mañana de lunes abrió para mí las puertas del cielo.

Dejó de ser mamá por algunos misteriosos minutos para ser «la maestra». Increíblemente, yo, la andariega de la casa, no me moví del lugar en toda la mañana. Ella restregó, exprimió, tendió y después contaba que se asustó muchísimo porque se había olvidado de mí que debía tener calambres en los muslos, luego de tantas horas en la misma posición. No tengo memoria de ese dolor.

Solo recuerdo sus ojos, su infinita paciencia, la dulzura con que enlazaba las palabras: «eme de mamá, de melón, de miel,pe de papá, de pelota…». Ella en el patio y yo sola repasando cada sonido, cada letra, música desde entonces.

A partir de aquel momento, con los árboles, las flores, las sillas, mi padre, mis primos, la acción repetida a cada minuto, cosa hecha; y batea, lunes, madera, patio, lápiz, papel y mami fueron mis juguetes preferidos. Hace muchos años leí en laAgenda de la mujer y sus maestras:

La madre es una mediación entre la nada y la vida nueva, esa vida que en su nacimiento es la pionera de un ser. Una persona que todavía no es. La madre llega para darnos su tiempo y su luz. La madre es la mediadora entre el mundo y nosotros y nos enseña algo que no tiene precio: la palabra, la verdad, el amor y la belleza […] Va y viene de lugares extremos, dos veces nos crea la madre.

También es de la memoria de mi madre que yo era tan pequeñita que me perdía en la arboleda repitiendo: «laeme con laa suenama; la<