EN LA CIUDAD en la que trabajo, Manchester, como en otras muchas ciudades del mundo, reina la diversidad. Durante décadas atrajo a personas de todo el mundo, por lo que ahora es posible oír en nuestras calles muchos idiomas diferentes, comer platos maravillosamente exóticos, escuchar infinitos tipos de música y comprar artículos de moda que reflejan muchas culturas. De este modo y de otros muchos, los “nuevos” habitantes de Manchester han enriquecido la vida de nuestra comunidad. Dicho esto, sería estúpido ignorar las tensiones que todo ello ha creado en determinados momentos. Aprender a vivir con las diferencias puede ser difícil. Sin embargo, cuando lo hacemos, nos abre unas posibilidades muy ricas que, en caso contrario, no hubiésemos tenido.
Por razones como éstas, he optado por titular este capítulo introductorioAl alcance de todos los alumnos. En él pretendo estimular y provocar a quienes están relacionados con la eficacia y la mejora de la escuela para que consideren hasta qué punto tienen en cuenta en su trabajo el aprendizaje detodos los niños. También animo a los implicados en lo que suele llamarse “educación especial” a que reconsideren las funciones que desempeñan. De este modo, llamo la atención sobre las posibilidades que podemos llegar a tener cuando tratamos realmente de llegar a todos los alumnos.
Las ideas que estudio y las sugerencias que hago en este libro se derivan, fundamentalmente, de las reflexiones sobre mi experiencia de trabajo de muchos años con maestros y profesores y con escuelas de este país y de otros. En particular, han surgido de mi participación en dos proyectos a gran escala en los últimos diez años. El primero de ellos era un proyecto de mejora escolar – “Improving the Quality of Education for All” (IQEA)-, en el que participó un pequeño equipo de profesores universitarios en colaboración con