«Hace una hora, detrás de mi casa, se ha producido la tormenta de nieve más pequeña jamás registrada. Ha debido de consistir en dos copos. He esperado que caigan otros, pero eso ha sido todo».
RICHARD BRAUTIGAN,Tokyo-Montana Express
«¿Escuchas la nieve contra los cristales, Kitty? ¡Qué ruido más dulce hace! Como si alguien los cubriera de besos desde fuera. Me pregunto si la nieve ama los árboles y los campos para besarlos con tanta dulzura».
LEWIS CARROLL,Alicia en el país de las maravillas
Surgí a la vida en la persistente cortina de copos que evocan el olvido y el sueño bienaventurado. Ingresado en un sanatorio a una edad muy temprana, a los dos años, en unKinderheimdellandaustriaco deVorarlberg debido a un inicio de tuberculosis, lo primero que conocí del mundo fueron los Alpes del Kleinwalsertal, un valle de altura austriaco enclavado en Baviera. Sus cimas apenas sobrepasan los 2500 metros. Hay que ir al Tirol para flirtear con los 4000. Sin embargo, el intenso frío hacía que el termómetro de los inviernos de mi infancia se desplomara a 20 o 25 grados bajo cero durante semanas. En lo más duro de enero, ciervos, corzos y rebecos bajaban hasta las zonas habitadas, donde se ponía heno a su disposición. La nieve me devuelve a los pantalones cortos, o más bienlederhose(«pantalones de cuero») y tirantes, al acento bávaro y a una pequeña gorra con la extraña apariencia de una kipá. Ahora que se está volviendo escasa, me emociono cada vez que ese bendito polvo nos honra con su presencia. Voy a buscar en ella el rostro de mi pasado. Esa infancia centroeuropea se debe a las peores de las razones. Mi padre, furibundo antisemita y adulador del Tercer Reich hasta su último día en agosto de 2012, quería hacer de mí un ario. Ingeniero voluntarioen Siemens de 1941 a 1945, primero en Berlín y luego en Viena, había escapado a la llegada del Ejército Rojo a las puertas de la ciudad en abril de ese mismo año y se había refugiado con su amante en el Vorarlberg, bajo administración francesa. Me envió allí siete años más tarde. Tras escapar de las acciones judiciales gracias a un fallo burocrático, a su regreso a París, en noviembre de 1945, decidió vengar la derrota de Alemania a través de su retoño. Enfermo providencial, yo fui el hijo de la venganza.Por desgracia para él, no cumplí sus deseos. Con mi apellido teutón y para su gran desesperación, fui inmediatamente judaizado en Francia y clasificado entre los intelectuales judíos. Heredero refractario, gentil de pega, ingresé a mi pesar, a su pesar, en esta gran familia mosaica que a él le hubiera gustado destruir. Por más que yo proteste diciendo que soy de cultura católica, siempre me devuelven a esa identidad prestada («¡No pasa nada si no lo quiere decir!»). Me pregunto si mi padre, desde el más allá, no se ríeél también por este giro de la situación.
La nieve es inseparable del abeto, ese celoso servidor que se mantiene rígido y apenas se atreve a moverse salvo cuando aligera sus ramas y se libera del exceso de blanco. Es una conífera discreta: una columna verde cargada de agujas para disuadirnos de acercarnos a él. Se apretuja contra sus semejantes y, cuando se dobla bajo los embates del viento o de la tormenta, mantiene las ramas pegadas al cuerpo, centradas sobre el tronco como un avaro sobre su tesoro. Parsimonioso y rústico, gime, como si estuviera habitado por una multitud de espectros a punto de surgir del sotobosque. Esta conífera es, sin duda, un árbol servicial: sostiene los montones de nieve como si fueran paquetes, igual que un lacayo de las alturas. Es un lápiz tapizado de plumas dispuesto a dejarse martirizar cada año para convertirse en árbol de Navidad. Le sujetan velas a las ramas, le cuelgan bolas, guirnaldas, nueces doradas,lucecitas que se encienden y se apagan. Y arrojan a sus pies montículos de regalos multicolores e inútiles. Está destinado al sacrificio: se cortan cientos de miles de ejemplares para unos pocos días de representación en casas y apartamentos. Primero perfuma el aire, luego termina abatido en las aceras antes de ser troceado en las plantas de reciclaje. Una masacre para hacer felices a niños, jóvenes o viejos. La alego