: Robin Roe
: Una lista de jaulas
: NOCTURNA
: 9788417834166
: 1
: CHF 7.20
:
: Kinderbücher bis 11 Jahre
: Spanish
: 380
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
 'Si de verdad tuviera poderes, podría apagar el dolor igual que puedo cerrar los ojos. Pero no. Lo siento. La piel no se vuelve más gruesa. Todo lo contrario: recuerda'.  Todo el mundo conoce a  Adam Blake : es el chico más amable y sonriente del instituto, ese un poco torpe con tanto carisma que cualquiera pasa por alto sus despistes. A  Julian , en cambio, no lo conoce nadie... Excepto Adam Blake. Hace años fueron hermanos adoptivos durante un breve periodo de tiempo, hasta que un familiar reclamó su custodia. Cuando se reencuentran, Adam se entusiasma. Julian sigue siendo el mismo de siempre: generoso, algo callado, aficionado a escribir historias y leer libros infantiles. Pero también revela otros aspectos que ignoraba, como una actitud huidiza y el rechazo a hablar de cómo son las cosas en su nuevo hogar. Porque hasta la persona más invisible puede ocultarse tras un velo de secretos y, si uno está dispuesto a descubrirlos, 'hay muchas formas de ayudar a los demás, Adam'.  'Lo que sé se queda dentro de mi cabeza cuando me pongo en pie al final del día y regreso a mi habitación para escribir mi lista de jaulas'.  'Adoro este libro con todo mi corazón'.  Jennifer Niven, autora de Violet y Finch  'Absorbente y conmovedor'.  Emma Donoghue, autora de La habitación (The Room)   'Un triunfo'.  Kirkus  'Impresionante. Enseña cómo la maldad no puede competir con la bondad de los protagonistas, así como la lección de que cualquier gesto de amabilidad importa y de que siempre tenemos la opción de ser amables'.  The New York Times  'Apasionante'.  Booklist  'Escrito con honestidad y compasión, este libro dejará huella a los lectores'.  Publishers Weekly  'Precioso y brillante'.  Shelf Awareness  'No dejes pasar este libro'.  School Library Journal     

Robin Roe se licenció en la Universidad de Cornell e hizo un máster en Harvard. En Boston trabajó dando terapia a adolescentes y posteriormente se trasladó a Dallas, Texas, donde dirigió un programa de asistencia psicológica para menores en situación de riesgo o víctimas de violencia familiar. En 2017 publicó Una lista de jaulas (Nocturna, 2018), que la prensa extranjera incluyó en muchas listas de los mejores libros juveniles del año y fue un éxito de crítica y lectores. 'La gente se cura mucho más deprisa si está con alguien que la quiere'.

UNO

JULIAN

En este instituto hay una habitación que nadie más que yo conoce. Si pudiera teletransportarme, estaría allí ahora mismo. Quizá si me concentro lo suficiente…

—Julian. —El señor Pierce es tan cortante al pronunciar mi nombre que pego un respingo—. No llevas aquí ni un mes y ya has faltado seis veces a clase de Lengua, nada menos.

Seguro que he faltado a más, pero supongo que nadie se daría cuenta de que no estaba.

El director se inclina hacia delante con ambos puños alrededor de su bastón, alto y retorcido. Tiene una pequeña criatura tallada en la parte superior. He oído a los otros chicos hablar sobre ella y discutir sobre si se trataba de un gnomo, un trol o una réplica en miniatura del señor Pearce. A tan poca distancia, reconozco que se parecen.

—¡Mírame! —me grita.

No sé por qué la gente se empeña en que la mires cuando está enfadada contigo, justo cuando menos te apetece hacerlo. Sin embargo, hago lo que me ordena, y el despacho sin ventanas parece encogerse y yo con él. Un chico microscópico bajo el escrutinio del señor Pearce.

—Te resultaría mucho más sencillo mirar a alguien a los ojos si te cortaras el pelo.

Me lanza una mirada aún más furiosa cuando empiezo a apartarme el cabello de la cara.

—¿Por qué no has estado yendo a clase?

—No… —Me aclaro la garganta—. No me gusta.

—¿Cómo dices?

La gente siempre me está pidiendo que le repita las cosas o que hable más alto. La razón principal por la que no me gusta Lengua es que la señorita Cross nos obliga a leer en voz alta y, cuando me toca, me trabo con las palabras y me dice que hablo demasiado bajo.

Como lo sé, alzo un poco la voz:

—No me gusta.

El señor Pierce arquea sus dos cejas grises como si estuviera completamente perplejo.

—¿De verdad crees que eso es motivo suficiente para no ir?

—Pues…

Para todo el mundo, hablar es algo natural. Cuando alguien dice algo, saben al instante lo que responder.No obstante, para mí es como si el camino entre el cerebro y la boca estuviera estropeado, como una extraña forma de parálisis. No puedo hablar, así que me dedico a juguetear con la punta de plástico de los cordones de los zapatos.

—¡Responde a mi pregunta! ¿Crees que no gustarte una clase es motivo suficiente para no ir?

Sé lo que creo, pero la gente no quiere que digas lo que piensas, sino que digas lo que ellos piensan. Y no es nada fácil averiguarlo.

El director entorna los ojos, desesperado.

—Mírame, joven.

Miro su rostro enrojecido. Hace una mueca, y dudo si será porque le duele la rodilla o la espalda, que es lo que siempre parece.

—Lo siento —respondo, y se le ablanda la expresión.

De repente, sus pobladas cejas se vuelven a juntar y coloca sobre la mesa una carpeta abierta con mi nombre.

—Debería llamar a tus padres.

Se me escapan los cordones de los dedos helados.

El hombre esboza una sonrisa.

—¿Sabes lo que me sienta muy bien?

Consigo negar con la cabeza.

—Ver esa cara de miedo en los estudiantes cuando les digo que voy a llamar a su casa. —Se lleva el auricular a la oreja. Él y su monstruito de madera me observan mientras transcurren los segundos. Entonces, despacio, retira el teléfono—. Supongo que no tengo que llamar, siempre que me prometas que no volveré a verte por aquí.

—Lo prometo.

—Pues vete a clase.

En el pasillo intento respirar, pero sigo temblando, como cuando ha estado a punto de atropellarte un coche que iba a toda velocidad y has logrado apartarte de un salto en el último segundo.

Cuando entro en la clase de Desarrollo Infantil, todas las chicas levantan la cabeza a la vez, como si fueran una manada de ciervos que presienten el peligro. Hasta que me ven y entonces apartan la vista c