UNO
Steve Grant dobló la esquina del aparcamiento situado detrás del Market& Deli de Black Spring justo a tiempo de ver que un antiguo organillo holandés arrollaba a Katherine van Wyler. Durante un instante pensó que se trataba de una ilusión óptica, ya que en lugar de salir despedida contra la calzada, la mujer se desvaneció entre la madera ornamentada, las alas plumosas de ángel y los tubos de color cromo del órgano. Era Marty Keller quien tiraba del organillo por el gancho del remolque y quien, siguiendo las instrucciones de Lucy Everett, lo detuvo. Pese a que cuando Katherine recibió el impacto no se oyó ningún golpe ni se vio ningún reguero de sangre, la gente empezó a acercarse desde todas partes con la urgencia que los vecinos del pueblo demuestran siempre que se produce un accidente. Aun así, nadie soltó sus bolsas de la compra para ayudarla… porque, si había algo que los habitantes de Black Spring valoraban más que la urgencia, era un cauteloso empeño en no inmiscuirse nunca demasiado en los asuntos de Katherine.
—¡No te acerques tanto! —gritó Marty, y tendió una mano hacia una niñita que había ido aproximándose con pasos titubeantes, atraída no por el extraño accidente, sino por la magnificencia de aquella máquina colosal.
Steve se dio cuenta enseguida de que aquello no había sido un accidente ni por asomo. En la sombra que se proyectaba bajo el organillo atisbó dos pies mugrientos y el dobladillo manchado de barro del vestido de Katherine. Sonrió con indulgencia: o sea que sí había sido una ilusión. Dos segundos más tarde, los compases de laMarcha Radetzky comenzaron a retumbar a lo largo y ancho del aparcamiento.
Redujo la velocidad, cansado pero bastante satisfecho consigo mismo ahora que ya casi había alcanzado el final de su gran circuito: veinticinco kilómetros en torno al perímetro del Parque Estatal de Bear Mountain hasta Fort Montgomery y después a lo largo del Hudson hasta la Academia Militar de West Point —a la que la gente de la zona se refería como The Point—, desde donde viraba hacia casa. De regreso al bosque, a las montañas. Correr le hacía sentirse bien, y no sólo porque fuera la forma ideal de liberar de su cuerpo la tensión que había acumulado tras una larga jornada impartiendo clases en la Facultad de Medicina de Nueva York, en Valhalla. Lo que lo ponía de tan excelente humor era sobre todo la deliciosa brisa otoñal que soplaba fuera de Black Spring, que revoloteaba en sus pulmones y arrastraba el olor de su sudor hacia regiones más occidentales. Era todo psicológico, desde luego. El aire de Black Spring no tenía nada de malo…, al menos nada que pudiera verificarse con un análisis.
La música había tentado al cocinero de Ruby’s Ribs para que saliera de detrás de su parrilla. Tras sumarse al resto de los espectadores, observó el organillo con suspicacia. Steve los rodeó caminando mientras se enjugaba la frente con un brazo. Cuando vio que el precioso lateral lacado del organillo era en realidad una puerta batiente, que además estaba entreabierta, ya no pudo contener una sonrisa. El organillo estaba totalmente hueco por dentro, hasta el eje. Katherine permaneció inmóvil, de pie en la oscuridad, cuando Lucy cerró la puerta y la ocultó a la vista de todos los presentes. Ahora el organillo volvía a ser un org