Werner G. Jeanrond*
AMOR Y SILENCIO
En este artículo se reflexiona tanto sobre la necesidad del silencio como sobre la necesidad de superarlo en las relaciones de amor diferentes pero relacionadas entre sí: el amor al prójimo, a Dios, al universo de Dios y a uno mismo. Al analizar, a su vez, cada una de estas relaciones, se indaga en algunas valiosas tradiciones cristianas para llegar a entender cuándo la atención a la alteridad del otro requiere cultivar el silencio o romperlo.
El amor necesita comunicación, pero no solamente mediante palabras o gestos. El silencio es una forma de comunicación entre otras. Mi silencio permite que el otro hable mientras yo escucho. Me permite concentrarme en el otro ser, humano o divino, de un modo más intenso. No obstante, el silencio puede también ofuscar la comunicación y la relación cuando se opone a reaccionar, a responder y a comprometerse. Como todas las formas de comunicación humana, el silencio es ambiguo. Por eso no siempre es apropiado o bueno, ni tampoco es siempre inapropiado o malo. El arte de la comunicación humana exige una permanente evaluación crítica y autocrítica con respecto a la pertinencia o impertinencia del silencio en situaciones y contextos específicos.
En este artículo trato sobre la función potencial del silencio en la red de las relaciones de amor interdependientes. Todas las mujeres, hombres y niños están llamados a participar en una cuádruple red de amor: con nuestros semejantes, con Dios, con el universo y con nosotros mismos. En todas estas relaciones nos encontramos con la alteridad. Cuanto más profundamente nos adentramos en cualquiera de estas relaciones, tanto más nos vemos confrontados por la alteridad. Sin embargo, esta alteridad no es nunca total o absoluta, pues de serlo no podríamos relacionarnos en absoluto.
En el caso de la relación con Dios sería más prudente hablar de una alteridad radical. Dios se diferencia radicalmente de nosotros, los seres humanos, pero gracias a la iniciativa que tomó de comunicarse en nuestra historia humana, podemos, si queremos, relacionarnos con su alteridad radical.
El reconocimiento de la alteridad del otro y el deseo de experimentarla cada vez más profundamente nos conducen a la esfera del amor. Así enfocado, el amor no tiene nada que ver con el sentimentalismo de naturaleza romántica o nostálgica, más bien se propone como un modo de relacionarse con la alteridad —con sus manifestaciones atractivas como también con las repulsivas—. El amor se encuentra en el centro de conflictos y tensiones que pueden surgir de las experiencias de la alteridad. Esencialmente, el amor es un misterio, porque nunca podemos calcular exhaustivamente su dinámica y finalidades, nunca podemos prever correctamente adónde puede llevarnos en la relación con el otro o con Dios, el otro radical. El amor es un proceso dinámico de compromiso con esta cuádruple relación con la alteridad.<