Introducción
JOHN POLKINGHORNE
En su exploración del mundo físico la ciencia ha encontrado cada vez más que los conceptos de atomismo y mecanismo, aunque sin duda son útiles para algunos propósitos, son sin embargo incapaces de expresar plenamente el carácter de la realidad física. Un reduccionismo metodológico, que descompone entidades complejas en sus partes constituyentes más simples, ha demostrado a menudo ser una estrategia eficaz para la investigación en ciencia, pero esto de ninguna manera es siempre así. Parece que la naturaleza se resiste contra la suposición de que un punto de vista puramente atomístico sea ontológicamente adecuado. La historia de la física del sigloXX puede leerse como la historia del descubrimiento de muchos niveles de relacionalidad intrínseca presentes en la estructura del universo.
En el capítulo 1, John Polkinghorne examina la amplia gama de fenómenos que han llevado a este reconocimiento de la conectividad holística en el mundo físico. En los capítulos 2 y 3, Jeffrey Bub y Anton Zeilinger respectivamente, prestan especial y detallada atención a uno de los fenómenos más notables de la relacionalidad física, la propiedad del «entrelazamiento cuántico». En el mundo subatómico, la interacción entre partículas puede dar lugar a estados que tienen que ser considerados como propios de un solo sistema unificado, aunque las partículas que lo constituyen puedan hallarse ampliamente separadas en el espacio. Zeilinger hace hincapié en que lo que se conoce con certeza de estos estados entrelazados no son las propiedades individuales de los componentes, sino las relaciones que existen entre ellos.
En el capítulo 4, Michael Heller explora un nuevo enfoque de la teoría cosmológica que se basa en las matemáticas de la geometría no conmutativa. Según este punto de vista, en lo más profundo de la realidad física solo hay propiedades globales, y nuestras experiencias aparentemente localizadas en espacio y tiempo, emergen como aproximaciones a esta realidad física más sutil.
Estas ideas y descubrimientos científicos son de importancia obvia para las explicaciones metafísicas y teológicas de la realidad. Sin embargo, hay que reconocer que no existe una vinculación lógica simple entre la física y la metafísica, o desde la ciencia a la teología. Los descubrimientos de la ciencia restringen, pero no determinan, la forma de pensamiento más integral, algo así como los cimientos de una casa, que restringen pero no determinan de manera exclusiva el edificio que se construirá sobre ellos. Por ejemplo, la naturaleza de la causalidad es una cuestión metafísica no establecida por la sola física, aunque el gran éxito explicativo de esta última no fomenta la idea de que todo lo que obtiene no es más que una coincidencia constante, misteriosa e inexplicable. Este punto queda suficientemente claro por el hecho de que hay dos interpretaciones de la teoría cuántica, la indeterminista y la determinista, y que ambas tienen igual adecuación empírica. La elección entre ellas ha de hacerse por razones metacientíficas, tales como juicios de economía, elegancia y falta de artificio. La relación entre las intuiciones físicas presentadas en los cuatro primeros capítulos de este libro y las discusiones de los capítulos siguientes han de depender de algún tipo de discernimiento alógico sobre grados de conexión de parentesco, del tipo que podría caracterizarse mediante palabras tales como «resonancia», «consonancia», «analogía», «influencia mutua» y similares. Consiguientemente, este libro ofrece una variedad de opciones sobre cómo puede entenderse la ontología relacional cuando se considera en el contexto más amplio y de la manera más profunda.
En el capítulo 5, Wesley Wildman propone utilizar un concepto de causalidad como el factor común en las consideraciones de la relacionalidad, aunque admite que hay