HICE UNA REVERENCIA TODO LO PROFUNDA QUE MI CEÑIDOvestido me permitía.
–Majestad, es maravilloso volver a veros.
–Lo mismo digo –asintió ella–. Lamento muchísimo no haberme acercado a visitarte a lo largo de este año, querida. Es imperdonable, la verdad.
La última vez que había visto a la reina fue en el funeral de mi padre, un día borroso y gris del que apenas recordaba nada.
–No hay nada que perdonar –respondí, negando con la cabeza–. Sé lo ocupada que estáis.
La reina suspiró, frunciendo las cejas.
–Estoy muy orgullosa de que hayas logrado reunir fuerzas para acudir esta noche.
–Quería estar aquí –contesté, con la voz entrecortada–. Y sé que mi padre hubiera querido que viniera.
–Estoy de acuerdo. Sí, tu padre era un gran hombre y un magnífico primer ministro. Lamento su pérdida, y lo añoro cada día que pasa.
–Yo también –asentí, ansiando desesperadamente cambiar de tema, porque estaba al borde de perder la compostura.
–Necesitas más vino –sentenció la reina al advertir mi expresión tensa.
Le hizo un gesto a un miembro de su guardia personal para que nos trajera dos copas. En cuanto tuve la mía en la mano, la reina me agarró del brazo.
–Ahora, acompáñame, querida. Quiero enseñarte algo que creo que te interesará.
Me dejé llevar por los amplios y luminosos pasillos de la Galería Real. Algo más allá vi a unos cuantos reporteros acreditados, preparados para fotografiarnos. Enderecé la espalda y me obligué a sonreír un poco; ahora que iba del brazo de la reina, todos los ojos se clavaban en mí.
Muérete de envidia, Helen, pensé.
–¿Qué tal te llevas con la familia Ambrose? –me preguntó la reina mientras avanzábamos.
–Muy bien –respondí, intentando sonar lo más alegre posible–. Celina es mi mejor amiga; es como una hermana para mí. Y su padre ha sido muy acogedor.
Esto último estaba muy lejos de ser cierto. Sin embargo, tampoco es que se hubiera portado como un monstruo. Básicamente ignoraba mi existencia, lo cual me parecía perfecto.
–Sé lo mucho que apreciaba a Louis –comentó la reina.
–Es verdad –convine al instante.
El corredor que atravesábamos olía a vino dulce y perfume caro. La reina iba sal