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Entras en la librería y sujetas la puerta para asegurarte de que no dé un golpe al cerrarse. Sonríes, te da vergüenza ser una chica agradable y llevas las uñas sin pintar, el jersey de cuello de pico es de colorbeige, pero es imposible saber si llevas sujetador, aunque diría que no. De tan limpia eres sucia y entonces me murmuras tu primera palabra, me dices «hola», cuando la mayoría de la gente pasaría de largo; pero tú no, tú con tus vaqueros anchos de color rosa, un rosa como el del cerdito deLa telaraña de Carlota, y ¿de dónde has salido?
Eres clásica y compacta, mi propia Natalie Portman, la del final deCloser, cuando tiene buena cara porque ya está harta de los británicos malotes y se vuelve a casa, a Estados Unidos. Has vuelto al hogar, a mí, te recibo por fin un martes a las diez y seis minutos de la mañana. Todos los días, viajo desde mi apartamento de Bedford Stuyvessant, Brooklyn, hasta esta tienda del Lower East Side. Todos los días, cierro sin haber encontrado a alguien como tú. Mírate, acabas de nacer en mi mundo. Tiemblo y me tomaría un Orfidal, pero los tengo abajo y en realidad no quiero tomármelo. No quiero que se me pase este subidón. Quiero seguir aquí, prestarte toda mi atención, observarte mientras te muerdes las uñas sin pintar y vuelves la cabeza hacia la izquierda, pero espera, que te falta el meñique; abres más los ojos, te vuelves hacia la derecha: no, descartas las biografías, los libros de autoayuda (¡gracias a Dios!) y frenas al llegar a la sección de ficción.
Bien.
Dejo que desaparezcas entre las estanterías de ficción F-K, pero no eres la típica ninfa insegura que va a la caza de un Faulkner que jamás terminará o ni siquiera empezará, un Faulkner que se calcificará y fosilizará en la mesita de noche, si es que los libros pueden calcificarse; un Faulkner cuyo único propósito es convencer a los rollos de una noche de que va en serio cuando jura que nunca hace esas cosas. No, tú no eres una de esas. Tú no usas a Faulkner comoatrezzo, además llevas los vaqueros caídos y estás demasiado morena para Stephen King y no vas tan a la moda como para Heidi Julavits, así que ¿qué vas a comprar? Estornudas bien alto y me imagino el ruido que haces cuando llegas al clímax.
—¡Jesús! —te respondo en voz alta.
Te ríes y me contestas a voces un «María y José. Gracias, chato». Eres una calentorra.
«Chato», qué manera de flirtear. Si yo fuera uno de esos gilipollas de Instagram, le haría una foto al cartel de «F-K», le pondría la hostia de filtros y escribiría: «F-K. Sí, la he encontrado».
«Cálmate, Joe. No les gusta que les entren tan a saco», me digo. Le doy gracias a Dios por el cliente que entra, y luego me cuesta escanear el Salinger que ha escogido porque es muy predecible. La verdad es que siempre me cuesta. A ver, este tío tiene ¿cuántos años? ¿Treinta y seis? ¿Y se pone ahora conFranny y Zooey? Seamos realistas: no va a leerlo porque es una fachada para el de Dan Brown que tiene en el fondo