: Iria G. Parente, Selene M. Pascual
: El sol y la mentira
: NOCTURNA
: 9788418440199
: 1
: CHF 6.30
:
: Abenteuer, Spielgeschichten, Unterhaltung
: Spanish
: 592
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Marte, 2634. Olympus es una gran corporación que se extiende por la galaxia y divide a la sociedad en trece Servicios basados en las funciones de los antiguos dioses olímpicos. Armand Cordroy es diseñador en el Servicio de Afrodita. O eso parece. En realidad, es también un espía en las altas esferas de Marte y tiene un plan: llegar hasta la cúpula de Zeus, el Servicio que controla Olympus. Para conseguirlo aspira a engañar y manipular a alguien de dentro... ¿Y qué mejor opción que Enid Dusan, principal candidata a ser la próxima líder? Pero lo que Armand no sabe es que Enid es tan retorcida como él y está acostumbrada a utilizar a los demás. Definitivamente, ella también tiene sus propios planes. El sol y la mentira forma parte de la serie Olympus (de las autoras de Antihéroes y Sueños de piedra), compuesta por novelas autoconclusivas de ciencia ficción inspiradas en los mitos griegos; en este caso, el mito de Ícaro se combina con el de Eros y Psique.

Iria G. Parente (1993) y Selene M. Pascual (1989) son dos jóvenes autoras de Madrid y Vigo respectivamente. Entre sus libros destacan Sueños de piedra (Nocturna, 2015), Títeres de la magia (Nocturna, 2016), Rojo y oro (Alfaguara, 2017), la trilogía Secretos de la luna llena (La Galera, 2016-2018), Ladrones de libertad (Nocturna, 2017), Antihéroes (Nocturna, 2018), Jaulas de seda (Nocturna, 2018) y Reinos de cristal (Nocturna, 2019). Entre 2019 y 2020 publicaron la bilogía steampunk de El orgullo del dragón y La venganza del unicornio (Nocturna), y en 2020 iniciaron la serie de Olympus con La flor y la muerte (Nocturna), compuesta por novelas independientes que reinterpretan los mitos griegos en un entorno de ciencia ficción. La segunda entrega es El sol y la mentira (Nocturna, 2021).

Recuerdo la primera vez que estuve en un acto oficial de Olympus. Tenía cuatro años y mis madres, flanqueándome, no me soltaron las manos en ningún momento. Recuerdo entrar con ellas en el vestíbulo del edificio y quedarme embelesado con el color dorado que formaba filigranas en las paredes y en el suelo e incluso en las decoraciones. Recuerdo a Zeus, vestida de oro de arriba abajo, con la corona de laurel sobre sus cabellos, dando su discurso y prometiendo que cuidaría de Olympus durante su mandato. Recuerdo que, acostumbrado a mi mundo de color de rosa, la imagen me impactó tanto que no pude más que pensar que, si Olympus era siempre así, tenía mucha suerte de poder quedarme en la cima, donde siempre había cosas bonitas y brillantes; donde el dorado nunca perdía su lustre y me sentía poco menos que el príncipe de un cuento.

Después de aquello, dije durante mucho tiempo que el dorado era mi color favorito. Le pregunté a mi madre si podía hacerme un traje como el que llevaba Zeus aquella tarde en que la vi en persona por primera vez. Le pregunté, también, qué tenía que hacer para cambiar de Servicio. Le pregunté dónde estaban los niños vestidos de oro y por qué no había visto ninguno aquel día, aunque no habían faltado representantes de mi edad de los demás colores. Valentina, con paciencia infinita, me sentó sobre su regazo y me explicó que el dorado estaba reservado para los zeus y que yo había nacido afrodita. Que si hubiera sido como yo quería, no tendría dos madres (a ella y a Melissa) que me quisieran con locura. Me contó que los niños de Zeus eran demasiado especiales para juntarlos con los demás y que no conocería a ninguno porque los criaban alejados de todo y todos, para que fueran los mejores. Para que fueran los líderes del futuro, que nos llevarían más lejos y más alto cada vez.

—¿Más? —pregunté, porque no concebía que Olympus pudiera ser todavía mejor.

—Más —me respondió ella, con la sonrisa que sólo me dedicaba a mí.

En aquel momento supuse que «más» solamente podía significar «mejor». Que se traduciría en más fiestas, en más brillo, en más telas hermosas desperdigadas por la casa, en más tardes sentado en el taller, a los pies de su silla, creando mis propias obras bajo su atenta mirada.

Durante toda mi adolescencia, soñé con ese «más» y quise con todas mis fuerzas formar parte de él. Quería disfrutar del brillo dorado de Zeus, incluso si no podía tocarlo. Pero pensé que, si algunos destellos caían sobre mí, si (aunque sólo fuera por un instante) me teñían la piel de dorado, quizá pudiera pertenecer. Quizá pudiera sacar algo de ellos.

Quizá todavía piense que puedo hacerlo, mientras observo desde una esquina los vestidos y los trajes de oro de aquellos niños que nunca pude conocer. Aunque ahora, por supuesto, ya no es tan fácil que me deslumbren. Ahora puedo ver a través del brillo, de las máscaras. Ahora sé que el cielo sobre nuestras cabezas no es el de verdad, sino una proyección para que las estrellas se vean más cercanas y más claras. Ahora sé que lo que se ve a través de los ventanales que cubren las paredes no es la ciudad, sino una copia que alguien ha creado para estas ocasiones: el caos de neones está demasiado ordenado, con el brillo justo, con la simetría adecuada. Han depurado la ciudad tal y como la conocemos y han creado una ilusión más parecida a lo que a ellos les gustaría que fuera: reluciente y perfecta y con lugar sólo para Olympus y su élite. Quieren dar la impresión de que sólo e