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Ocho días para la ceremoniade clausura de Warcross
Alguien está observándome.
Lo noto… Tengo la inquietante sensación de que me siguen, de tener una mirada invisible a mi espalda. Siento un hormigueo en la piel, y mientras me abro camino por las calles de Tokio, empapadas por la lluvia, para reunirme con los Jinetes Fénix, continúo mirando por encima del hombro. La gente pasa apresurada en una corriente constante de paraguas coloridos, trajes de negocios, abrigos demasiado grandes y tacones. No puedo dejar de imaginarme que sus rostros cabizbajos miran todos en mi dirección, sin importar adónde me dirija.
Quizá sea la paranoia que te entra después de tantos años siendo cazarrecompensas. «Estás en una calle concurrida —me digo—. No te sigue nadie».
Han pasado tres días desde que Hideo lanzó el algoritmo. Técnicamente, el mundo ahora debería ser más seguro que nunca. Todas las personas que hayan usado las nuevas lentillas de Juegos Henka —aunque sólo haya sido una vez— deberían estar bajo el control total de Hideo, incapaces de infringir la ley o de hacer daño a otra persona.
Tan sólo los pocos que aún utilizan las lentillas beta, como yo, no se ven afectados.
Así que, en teoría, no debería preocuparme que alguien me siguiera. El algoritmo no le permitiría hacerme daño.
Pero, incluso mientras pienso esto, aflojo el paso para fijarme en la larga cola que rodea la comisaría local. Debe de haber cientos de personas. Están entregándose a las autoridades por todo acto ilegal, cualquiera que sea, que hayan cometido: desde multas de aparcamiento no pagadas o robos de poca monta… hasta asesinato. Esto sucede desde hace tres días.
Mi atención se dirige a una barrera policial al final de la calle. Nos están desviando hacia otra manzana. Las luces de una ambulancia se reflejan en las paredes, iluminando una camilla cubierta que están subiendo al vehículo. Sólo me hace falta echar un vistazo a los agentes que señalan el tejado de un edificio cercano para averiguar lo que ha ocurrido aquí. Otro delincuente ha debido de saltar para matarse. Los suicidios como este han estado inundando las noticias.
Y yo he contribuido a que todo esto sucediera.
Me trago el desasosiego y me doy la vuelta. Hay una mirada vacía, sutil pero importante, en los ojos de todo el mundo. No saben que una mano artificial controla sus mentes y doblega su voluntad.
La mano de Hideo.
Ese recuerdo basta para detenerme en medio de la calle y cerrar los ojos. Aprieto y relajo los puños, incluso cuando el corazón se me sacude ante su nombre. «Soy una idiota».
¿Cómo puede ser que al pensar en él sienta repugnancia y deseo a la vez? ¿Cómo puedo quedarme observando horrorizada esta cola de gente esperando bajo la lluvia fuera de la comisaría, pero seguir ruborizándome al soñar que estoy en la cama con Hideo, recorriendo su espalda con las manos?
«Hemos terminado. Olvídalo». Vuelvo a abrir los ojos y continúo avanzando, tratando de contener la rabia que golpea en mi pecho.
Cuando me meto en los pasillos calientes del centro comercial de Shinjuku, está lloviendo a mares y el agua desdibuja el reflejo de las luces de neón sobre el pavimento resbaladizo.
No obstante, la tormenta no impide los preparativos de la próxima ceremonia de clausura de Warcross, que señalará el final de los juegos de este año. Con las lentillas beta puestas, veo las carreteras y las aceras codifica