: Sakae Tsuboi
: Veinticuatro ojos
: NOCTURNA
: 9788418440748
: 1
: CHF 6.30
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 256
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
En 1928, en una pequeña aldea pesquera de Japón, la joven y moderna maestra Hisako Oishi empieza a dar clase a doce niños, los veinticuatro ojos que serán testigos de su primer año formativo como profesora. Al principio, los métodos de enseñanza poco ortodoxos de la nueva maestra, su sentido del humor y su aire de chica de ciudad provocan cierto recelo en la comunidad, aunque pronto niños y adultos caen bajo su encanto. Sin embargo, unos años después, la guerra cambiará sus vidas para siempre... Publicada en 1952, Veinticuatro ojos es la novela más célebre de Sakae Tsuboi, una conmovedora historia antibélica sobre una mujer que, en los años cuarenta, defiende la libertad de pensamiento y el derecho de las niñas a recibir una buena educación. En Japón se ha adaptado dos veces al cine y a varias series de televisión, y sigue siendo constantemente reeditada.

Sakae Tsuboi nació en la isla de Shôdoshima, Japón. Tras finalizar la escuela primaria, empezó a trabajar para ayudar a mantener a su familia y en 1925 se mudó a Tokio, donde contrajo matrimonio con el escritor Shigeji Tsuboi, al que luego encarcelarían y torturarían por sus ideas de izquierdas. Con su debut en 1938 inició una popular y prestigiosa carrera literaria que culminaría con Veinticuatro ojos (1952), su novela más premiada. Murió en 1967, el mismo año en que se la nombró ciudadana honoraria de la prefectura de Kagawa.

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La maestra Koishi

Si diez años componen una historia, el inicio de este relato se remonta a dos décadas y media anteriores al tercer año de la Era Showa (1928). Por aquel entonces, en Japón se reformó el sistema electoral, se estableció el sufragio universal y en febrero se celebraron las primeras elecciones enmarcadas en la nueva ley.

Dos meses más tarde, el cuatro de abril, se asignó a una joven maestra a una aldea solitaria en la costa del mar interior de Seto, un entorno de montaña dedicado a la agricultura y la pesca. Esa pequeña población —con poco más de cien casas— se hallaba en el extremo de un estrecho y largo cabo que formaba una bahía prácticamente cerrada, por lo que más que una bahía parecía un lago. Para llegar al pueblo y a las aldeas de la orilla opuesta, había que cruzar el mar en barca o caminar pacientemente a través de la senda montañosa que serpenteaba a lo largo del cabo.

Como la aldea estaba tan mal comunicada, los alumnos de primaria asistían durante los cuatro primeros cursos a la escuela filial en la misma aldea y a partir de quinto comenzaban a desplazarse a diario a la escuela principal1 del pueblo situado a cinco kilómetros de distancia. Cada jornada sus sandalias de paja, hechas a mano, se rompían de tanto ir y venir. Pero todos los alumnos se enorgullecían de esto y era motivo de alegría estrenar sandalias nuevas cada mañana. Confeccionar sus sandalias con sus propias manos era una tarea que se les asignaba a partir del quinto curso. Les entretenía reunirse cada domingo en casa de uno y preparar los pares necesarios para toda la semana. Los niños pequeños los observaban con envidia y aprendían a hacerlas con solo mirar. Para esos pequeños, llegar a quinto significaba poco menos que independizarse, y eso que las clases en la escuela de la aldea eran muy amenas.

En esta escuela filial solo había dos maestros: como si fuese una regla establecida, siempre enviaban a un maestro mayor y a una maestra tan joven que podría ser su hija. Había otra costumbre más: el maestro residía en la sala de guardia, colindante con la sala de profesores que hacía las veces de oficina, y se ocupaba de tercero y cuarto cursos. Y la maestra acudía a diario a la escuela, tras recorrer un largo camino, y se ocupaba de los dos primeros cursos, de las clases de Canto2 de todos los cursos y de la clase de Costura de las alumnas de cuarto. Los alumnos nunca los llamaban por su nombre, sino simplemente maestro y maestra. Y en tanto que un maestro permanecía durante años en la escuela de la aldea, con la humilde aspiración de jubilarse y vivir de la pensión en un futuro próximo, a la maestra se la trasladaba a otra escuela al cabo de un año o dos como máximo. Se rumoreaba que esa costumbre tenía la doble finalidad de asignar el último empleo a un maestro mediocre, sin posibilida