VINOS ARGENTINOS
Excelentísimo señor embajador. Taché. Será el tratamiento formal, pero, en el sigloXXI, sonó antiguo. (Tenga usted a bien venderme un zapallito. Siéntase usted en su casa. ¿Gusta usted servirse un canapé?).
No.
Estimado señor embajador. Taché.
Señor embajador.
De mi mayor consideración. Otra vez. Taché.
Señor embajador, me dirijo a usted a fin de solicitarle tenga a bien... No.
... de solicitarle su intervención en la repatriación de mi obra pictórica. Mi obra pictórica titulada. Titulada.
Estuve un rato largo pensando cómo evitar el título.
La obra pictórica de mi autoría que ha tenido el honor de ser expuesta. No.
Que ha sido expuesta durante la exposición. Redunda.
Que ha sido exhibida durante la exposición.
Me resultó muy difícil escribir la nota, pero fue lo que me aconsejaron: si no lo pedís en la embajada, nunca te van a mandar ese cuadro.
Al final, le agradecí al embajador la atención deparada y me despedí respetuosamente. No, atentamente, no; cordialmente, Lorena Broc.
Esas notas suelen caer en el despacho de asuntos culturales y la que contesta, siempre, en nombre del embajador, es una secretaria. Además, se toman su tiempo.
Esa noche apagué el ordenador y me olvidé del cuadro.
Al mediodía encontré la respuesta del mismísimo embajador.
Hola, Lorena:
Feliz de recibir noticias de mi tierra, me dispongo a contestarte y a ocuparme de inmediato de tu asunto.
No fui a la exposición porque estuve descompuesto esos días, pero sé que resultó un éxito. Te pido disculpas.
Hoy tampoco me siento muy bien. Vengo de una de esas cenas diplomáticas en las que se supone que todo lo típico tiene que gustarte, y, la verdad, daría la vida por un buen bife de chorizo. Pero no se trata de la comida, sino de ese silencio durante el que no podemos callarnos ni un segundo y, no obstante, estamos sin decir absolutamente nada.
Extraña situación la de estar lejos.
He pedido que me remitan a otra misión, pero algunos conflictos me obligan a permanecer aquí un año más, por lo menos.
Suerte que el vino de la cena era argentino: un pinot noir mendocino de los que se quedan acariciando el paladar. No sólo tomé bastante, sino que logré que el mozo, con una buena propina, metiera dos botellitas en mi portafolio. Ahora mismo acabo de descorchar la segunda para celebrar tu mensaje.
Necesito saber cómo se llama tu cuadro así mañana, tipo mediodía, porque antes no me voy a despertar, mando a descolgarlo y te lo hago llevar en un avión. Cancillería, en Buenos Aires, se hace cargo del costo del envío, no te preocupes. Aquí nunca tenemos presupuesto.
Espero tu respuesta y te saludo alzando la copa de este buen tinto.
José
Sospeché que se trataba de una broma. Sin embargo, debajo, a modo de firma, estaba el nombre completo del embajador con el escudito de la República Argentina. Calculando la diferencia horaria, él llegaba de una cena casi a la hora de mi almuerzo.
Me levanté de la silla, prendí un cigarrillo, pensé. No podía contestarle en el mismo tono informal. Si el mensaje era del embajador, mi obligación era seguir respetuosamente desde el lugar de una artista que hace una solicitud; si alguien me estaba jodiendo, no iba a entrar en el juego.
Contesté:
Muchas gracias, señor