: Laura Massolo
: Si las ramas no alcanzan Las mujeres del rey Don Pedro
: Castalia
: 9788497409193
: 1
: CHF 8.90
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 144
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
PREMIO TIFLOS DE CUENTOS 2023. Premio otorgado por La ONCE Encuentros, amores, enfermedades, alegrías, pesares... Así es la vida, casual y llena de acontecimientos. Y todos ellos tienen cabida en estos cuentos: una relación amorosa que se desvanece; una madre que cuida a su hijo enfermo; una madre maltratada por su hijo, que tiene problemas mentales; un certamen de poesía o recuerdos de la infancia, entre muchas otras historias. Y todo ello siempre bajo el prisma del sentimiento, del yo más neto, sea en primera persona o no, de la conciencia del vivir y del pesar del alma. Porque Laura Massolo, en estos cuentos ha reunido bajo el título de Si las ramas no alcanzan, sabe de lo que habla. Y subyuga al lector no sólo por sus historias nítidas, sino con un estilo definido, neto y vibrante.

Laura Massolo nació en Buenos Aires, Argentina. Con una larga carrera literaria, ha obtenidos premiso importantes por sus diversas novelas, como el Premio Juan Rulfo de Radio Francia Internacional y Centro Cultural de México, o el Primer Premio de Literatura de Ciudad de Buenos Aires, junto con otros por sus cuentos, como el Miguel de Unamuno y el Gabriel Aresti. Autora diversa, que cultiva no sólo la novela y el cuento, sino también la poesía, tiene en su haber muchas obras, entre las que destacan, por ejemplo, las colecciones de relatos Al borde (Ediciones del Dock, 1999), El florero roto y los dragones (Caja Duero, 2006) o La otra piedad (Editorial Huso, 2016); así como las novelas Cara de Pájaro, Premio Municipio de Lomas de Zamora, 2011; Buscolafelicidad.com, finalista del Premio Extremo Negro, 2015, y Nadie necesita otra novela (Zona Borde, 2018). Es coautora, además, del libro práctico sobre narrativa Amar un cuento.

VINOS ARGENTINOS

Excelentísimo señor embajador. Taché. Será el tratamiento formal, pero, en el sigloXXI, sonó antiguo. (Tenga usted a bien venderme un zapallito. Siéntase usted en su casa. ¿Gusta usted servirse un canapé?).

No.

Estimado señor embajador. Taché.

Señor embajador.

De mi mayor consideración. Otra vez. Taché.

Señor embajador, me dirijo a usted a fin de solicitarle tenga a bien... No.

... de solicitarle su intervención en la repatriación de mi obra pictórica. Mi obra pictórica titulada. Titulada.

Estuve un rato largo pensando cómo evitar el título.

La obra pictórica de mi autoría que ha tenido el honor de ser expuesta. No.

Que ha sido expuesta durante la exposición. Redunda.

Que ha sido exhibida durante la exposición.

Me resultó muy difícil escribir la nota, pero fue lo que me aconsejaron: si no lo pedís en la embajada, nunca te van a mandar ese cuadro.

Al final, le agradecí al embajador la atención deparada y me despedí respetuosamente. No, atentamente, no; cordialmente, Lorena Broc.

Esas notas suelen caer en el despacho de asuntos culturales y la que contesta, siempre, en nombre del embajador, es una secretaria. Además, se toman su tiempo.

Esa noche apagué el ordenador y me olvidé del cuadro.

Al mediodía encontré la respuesta del mismísimo embajador.

Hola, Lorena:

Feliz de recibir noticias de mi tierra, me dispongo a contestarte y a ocuparme de inmediato de tu asunto.

No fui a la exposición porque estuve descompuesto esos días, pero sé que resultó un éxito. Te pido disculpas.

Hoy tampoco me siento muy bien. Vengo de una de esas cenas diplomáticas en las que se supone que todo lo típico tiene que gustarte, y, la verdad, daría la vida por un buen bife de chorizo. Pero no se trata de la comida, sino de ese silencio durante el que no podemos callarnos ni un segundo y, no obstante, estamos sin decir absolutamente nada.

Extraña situación la de estar lejos.

He pedido que me remitan a otra misión, pero algunos conflictos me obligan a permanecer aquí un año más, por lo menos.

Suerte que el vino de la cena era argentino: un pinot noir mendocino de los que se quedan acariciando el paladar. No sólo tomé bastante, sino que logré que el mozo, con una buena propina, metiera dos botellitas en mi portafolio. Ahora mismo acabo de descorchar la segunda para celebrar tu mensaje.

Necesito saber cómo se llama tu cuadro así mañana, tipo mediodía, porque antes no me voy a despertar, mando a descolgarlo y te lo hago llevar en un avión. Cancillería, en Buenos Aires, se hace cargo del costo del envío, no te preocupes. Aquí nunca tenemos presupuesto.

Espero tu respuesta y te saludo alzando la copa de este buen tinto.

José

Sospeché que se trataba de una broma. Sin embargo, debajo, a modo de firma, estaba el nombre completo del embajador con el escudito de la República Argentina. Calculando la diferencia horaria, él llegaba de una cena casi a la hora de mi almuerzo.

Me levanté de la silla, prendí un cigarrillo, pensé. No podía contestarle en el mismo tono informal. Si el mensaje era del embajador, mi obligación era seguir respetuosamente desde el lugar de una artista que hace una solicitud; si alguien me estaba jodiendo, no iba a entrar en el juego.

Contesté:

Muchas gracias, señor