Nota preliminar
El barón rampantefue publicado por primera vez en junio de 1957 por la editorial Einaudi, de Turín. En 1965, Italo Calvino cuidó una edición anotada para estudiantes de bachillerato, ocultándose bajo el anagrama de Tonio Cavilla. Para esta edición escribió la siguiente Nota preliminar.
Un chico se encarama a un árbol, trepa por sus ramas, pasa de una planta a otra, decide no bajar nunca más. El autor de este libro no ha hecho sino desarrollar tan sencilla imagen y llevarla hasta sus últimas consecuencias: la vida entera del protagonista transcurre en los árboles, una vida nada monótona, antes bien, llena de aventuras, y nada eremita, aunque entre él y sus semejantes mantenga siempre esa mínima pero infranqueable distancia.
Nace así un libro,El barón rampante, bastante insólito en la literatura contemporánea, escrito en 1956-1957 por un autor que tenía entonces treinta y tres años; un libro que rehúye cualquier definición precisa, tal y como el protagonista salta de una rama de encina a la de un algarrobo y resulta más inaprensible que un animal selvático.
Humorismo, fantasía, aventura
Así pues, el mejor modo de abordar este libro es considerarlo una especie deAlicia en el país de las maravillas, dePeter Pan o deEl Barón de Munchhausen, esto es, identificar su fuente en esos clásicos del humorismo poético y fantástico, en esos libros escritos como juego, que están tradicionalmente destinados a la estantería de los jóvenes. En la misma tradicional estantería, esos libros están junto a las adaptaciones para jóvenes de sesudos clásicos comoDon Quijote yGulliver; así, esos libros de autores que se proponen volver a la infancia para dar rienda suelta a su imaginación revelan una imprevisible hermandad con libros llenos de sentido y de doctrina, sobre los que se han escrito bibliotecas enteras, pero de los que los chicos se adueñan precisamente a través de las situaciones y las imágenes visualmente inolvidables.
Que detrás deldivertimento literario deEl barón rampante se percibe el recuerdo –más aún, la nostalgia– de las lecturas de la infancia, repletas de personajes y casos paradójicos, parece indudable. También puede detectarse la afición a esos clásicos de la narrativa de aventuras, en los que un hombre ha de solventar las dificultades de una situación dada, de una lucha con la naturaleza (empezando por Robinson Crusoe náufrago en la isla desierta), o de una apuesta consigo mismo, de una prueba que debe ser superada (como Phileas Fogg, que da la vuelta al mundo en ochenta días). Solo que aquí la prueba, la apuesta, es algo absurdo e increíble; falta la identificación con el suceso, primera regla de los libros de aventuras, ya traten del joven Mowgli criado por los lobos de la selva o de su pariente menor Tarzán, crecido entre los monos en los árboles africanos.
El fondo dieciochesco
El barón rampante es, pues, una aventura escrita como juego, pero a veces el juego parece complicarse, transformarse en algo distinto. El hecho de que se desarrolle en el siglo XVIII brinda de entrada al libro tan solo un escenario apropiado, luego el autor acaba zambulléndose en el mundo que ha evocado, para proyectarse en el siglo XVIII. Entonces el libro tiende por momentos a parecerse a un libro escrito en el siglo