He escrito este libro para Maribel, como regalo por nuestros veinticinco años de casados. Un cuarto de siglo a su lado, renovando cada día el amor, aprendiendo a ser esposo, padre, compañero. Veinticinco años caminando al encuentro de un rostro, mezclando latidos y sangres, cultivando la ternura y alimentando los sueños, sin dejar que la rutina apague los fuegos o enturbie la luminosidad de la luz. Veinticinco años de alegrías, sobresaltos, entusiasmos, cansancios, problemas, ilusiones, esperanzas. Haciendo una vida, aprendiendo a vivir.
El libro le pertenece no sólo porque se lo dedico. Es suyo porque ella está presente en cada una de sus líneas. Ella ha sido mi maestra permanente, me ha enseñado la sencillez del compromiso, la fuerza irresistible de la fidelidad. Con ella he aprendido la importancia de los pequeños detalles, la fuerza del servicio, que el amor y la vida se renuevan cada día, que la sabiduría es algo más profundo y más difícil de obtener que la información, la erudición o los títulos académicos. Ella me ha enseñado esa lección fundamental que no se aprende en las aulas: me ha enseñado a vivir, a amar la vida, a hacer de ella una aventura apasionante en busca de un corazón para poder regalar corazones. Al lado de Maribel he aprendido que la felicidad no es una meta, sino una opción de vida, que consiste en hacer de una forma grandiosa las cosas pequeñas, cotidianas, en atreverse a vivir derramándose sobre los demás, convirtiendo el servicio en una forma de vida. Ella me ha enseñado que “hay más alegría en dar que en recibir”, que el único modo de llenarse de vida es dándola, que cuanto más amor da uno, más se llena de amor.
En cierto sentido, éste es un libro síntesis. En él vuelvo a retomar mis preocupaciones y mis búsquedas por una auténtica educación humanizadora, que enseñe a vivir, a amar la vida, a protegerla y defenderla, a darla, a vivirla como un regalo para los demás. Me preocupa la muerte de millones de hermanos bajo las dentelladas del hambre, la miseria y la violencia, y me preocupa también la muerte de otros muchos millones bajo la trivialidad, la superficialidad, la banalidad. Me preocupa que la humanidad no termine de entender que de nada sirve el desarrollo científico y tecnológico, si no produce más humanidad, y que es imposible construir una auténtica paz sin los cimientos sólidos de la justicia y la equidad. Cada día estoy más y más convencido de que, en el corazón de la muerte, anida el egoísmo, pero también estoy convencido de que el amor va a triunfar sobre el poderío de la muerte. De ahí la necesidad de educar para el amor, que es educar para la libertad, para la liberación de uno mismo liberando a los demás.
Hoy son muy pocos los que se plantean tomar la vida en serio, vivirla como una aventura fascinante en búsqueda de una verdadera plenitud que sólo es posible en el encuentro y el servicio. De ahí mis búsquedas permanentes, tanto en la reflexión como