ANTES DEL VIAJE
Virginia Woolf, de soltera Stephen (1882-1941), una de las grandes novelistas en lengua inglesa, fue además ensayista, crítica literaria y editora. ¿Podríamos añadir a estos títulos el de «viajera»? No, si entendemos por ello a alguien que hace del viaje un modo de vida o uno de sus principales objetivos vitales. Tampoco la podríamos incluir en la categoría de «escritora de viajes»: aquellos y aquellas que toman notas sobre el terreno y luego nos ofrecen un libro en el que narran las vivencias y anécdotas de su periplo, las descripciones de lugares y gentes, la gastronomía, los hoteles y los medios de transporte. No, Virginia Woolf nunca fue una escritora de viajes, fue una escritora a quien le gustaba viajar y disfrutaba con ello, como cualquiera de nosotros viajamos en nuestro tiempo libre y gustamos de observar y sentir todo aquello que es diferente a lo que estamos acostumbrados, ya sea en nuestro país o fuera de él. Virginia nunca escribió un libro de viajes y sentía cierta desconfianza por este género literario: no quería aburrirse con el relato ni aburrir a sus corresponsales. Pero, cuando estaba de viaje, escribía su diario y también cartas a su hermana y amigos; a menudo el lector encontrará frases en las que advierte a sus corresponsales que no quiere hacer una guía de viajes, una pequeña Baedecker, o interrumpe sus descripciones —sobre todo de los paisajes— porque le parece que pueden resultar aburridas y no quiere convertirse en una pesada, como lo son tantos turistas que cuentan sus experiencias con prolijidad y cansan a propios y extraños. Además, como escribe en su diario durante uno de sus viajes, tiende a desconfiar de este tipo de narrativa cuando se complace en largas descripciones porque «lo que una registra de verdad es el estado de su propia mente». Claro que describe, pero lo hace de una manera que podríamos llamar impresionista, como un lienzo sin detalle a base de manchas de color —hay que destacar que tenía un gran sentido del color, como el lector advertirá en estas páginas—.
Este volumen reúne, por primera vez en español, lo que Virginia Woolf escribió cuando estaba de viaje, tanto en su diario como en sus cartas, y ofrece al lector mucho material que no ha sido traducido previamente a nuestro idioma. Su naturaleza es, forzosamente, fragmentaria, pues solo he seleccionado todo aquello relacionado con el viaje y no otras partes de sus textos en los que reflexiona en torno de lo que estuviera leyendo, su propia escritura o los «cotilleos» (así los denominaba) acerca de amigos y conocidos, que sabía divertirían a sus corresponsales y, sobre todo, a su hermana, Vanessa Bell. El libro sigue un orden cronológico y se ha dividido en dos partes: la primera, «Virginia Stephen», abarca el período que va desde 1887 —con una Virginia adolescente— y concluye en 1912, cuando se casó. La segunda, «Virginia Woolf» (sabido es que en Gran Bretaña lo usual es que las mujeres, al casarse, adopten el apellido de su marido), arranca con las cartas que escribió durante el viaje de bodas que emprendió con su marido, Leonard Woolf, pues no retomó el hábito de llevar un diario hasta 1915. En el inicio de cada año, se proporciona un breve resumen de los aco